La novia disoluta
Tanto aspaviento para nada. Que ni voltearla a mirar podía uno. La
mala cara del otro creyendo que le estaba uno morboseando la mujer. Porque
buena sí qué estaba la condenada. Y con esa mirada parecía decirle a uno camine
papi venga que todo esto que tengo es suyo. Y eso que la conocí cuando tenía
ella trece, desde ahí empezó a escaparse de la casa para ponerse a culiar con
el novio. El hijo de Ambrosio Ojeda, que trabajaba en la licorera. El pelado le
había sacado los ímpetus al papá. Y como en esta vida las cosas se dan por
casualidades prodigiosas, los chicos se conocieron en el mismo barrio y
calzaron como anillo al dedo. Ambos muchachitos. Ella se tiró al ruedo sin
mente. Le gustaban los placeres, la buena vida y el baile. No le importaba
volarse de la casa tres, cuatro días seguidos, y echarse a sus andadas. Esto me
dio a creer que no era una niña normal. A esa edad las niñas son juiciosas y
asisten al colegio. Y si les gusta la pendejada al menos lo disimulan demostrando inocencia.
Ella no, ella buscaba sus propios placeres, dispuesta siempre a darle gusto al
cuerpo. Cuando hablaba conmigo buscaba la ocasión de cogerme la mano y
retenérmela por largo rato mientras ponía atención a lo que yo le decía
mirándome fijamente. . Que por lo general eran nimiedades, nunca tocándole
temas que hablaran de una atracción o una pasión oculta. El respeto por encima
de todo. Esto la decepcionaba. Quería que yo fuera más atrevido. Que le
propusiera algo fuera de lo común. “Invítame a bailar”, me dijo la vez que nos
encontramos en el Sebastián. Estaba lindísima con ese cabello rubio todo
alborotado como por un ventarrón imaginario. La blusa que llevaba puesta era
tan escotada que era difícil no sustraerse a la visión de sus senos hermosos y pujantes.
Solamente con eso ya se me estaba parando la herramienta. Ella advirtió mi
inquietud. ¿Ves?, me dijo. Te mueres de las ganas por estar conmigo. A solas
puede ser mucho mejor. El bulto en el pantalón ya se me estaba haciendo
notorio. Está bien, le dije. No quiero llegar a tanto, eres la novia de mi
mejor amigo, y eso me crea cargos de conciencia. Tomémonos algo aquí en el bar
y escuchamos un poco de música. Luego te vas a la casa y yo salgo en busca de
mi novia que me espera impaciente en algún lugar de la ciudad. Ella entrecerró
los ojos maliciosa. Puedes echarte tu primer polvo de la noche conmigo si
quieres. Ya ves como soy yo de comprensiva. Total, vas a llegar tan inocente
que ella ni lo sospechará. Eso me dijo frotándome las tetas en el pecho. Nos
sentamos en la barra del pequeño bar, ella pidió un vodka, yo una cerveza. ¿Y
bien?, dijo poniéndome la mano en la entrepierna. Mi mayor defecto es que me
enamoro fácil de las personas. De los hombres, para ser más específica. Desde
muy chiquita empecé a fijarme en ellos. A darme cuenta cómo son y qué quieren.
Por lo general quieren sexo. No les interesa nada más. Exactamente lo que me
pasa a mí. Yo soy la supuesta novia de Ojeda, nuestra relación empezó en el
colegio, y al poquito, muy poquito
tiempo, se materializó en la cama. Fue la desvirgada más espantosa del
mundo. El estaba tan asustado que no acertaba meterlo por el lugar correcto.
Imagínate que fue hasta el culo buscando entrada. Bruto, por ahí no es, le
dije, buscá bien. A lo último dijo que sentía ardor en el glande de tanto
intentar meterlo. Tuve que direccionarle el coso cogiéndoselo con los dedos
hasta ponerlo en el lugar correcto. Ahora si empuja, empuja hasta que se vaya
todo pa´ dentro. El pobre sudaba como si estuviera en clima caliente con ese
frío que estaba haciendo y nosotros biringos en la cama de mi mamá. No llevaba
ni siquiera un minuto ahí empujando cuando dijo ¡siento que me derramo! Y ahí
mismo le dije ¡qué esperas para sacarlo o es que me vas a preñar desgraciado…! Del
susto lo sacó justo en el momento en que soltaba el chorro. Parte del semen me
lo regó en el estómago, que hasta recuerdo que humedecí los dedos de puro
aburrimiento para frotarme los pezones. No sentí ningún placer. Rabia fue lo
que me dio. Y como no estaba dispuesta a quedarme así le dije hazme el sexo
oral ya que no fuiste capaz de complacerme debidamente. A mí nunca me habían
hecho el sexo oral, eso se lo oye uno a las amigas más avanzadas, pero en vista
del fracaso obtenido en mi primera vez,
Ojeda estaba en la obligación de complacerme hasta provocarme ese placer que
necesitaba sentir. Lo primero que dijo fue que yo tenía eso sucio allá abajo y
que así no metía la lengua ni de fundas. Esa fue la gota que rebosó la copa.
¡Entonces lárgate y no vuelvas nunca más mariconcito de mierda! Ojeda se limpió
su propia porquería y se fue sin decir nada. Ahí me quedé patiabierta y
pensando que eso no debían hacerle a una mujer. Qué piensas tú de esto. Y
mientras lo decía empezó a frotarme con la yema de los dedos el promontorio
formado en la bragueta del pantalón. ¡Ey, tienes que ser más discreta, nos
están mirando desde esa mesa!, le dije con el susto reflejado en el rostro.
Está bien, dijo ella. Llévame de una vez a
tu apartamento. Sospecho que contigo todo será muy distinto. Y para
demostrármelo me besó a mansalva metiéndome la lengua con desespero en la
cavidad bucal y retorciéndola como serpiente toreada. Salimos de allí abrazados
como si en verdad fuéramos novios, la dicha nos duró poco, fue ella la que
soltándome bruscamente me dijo ¡bruto, ahí está Ojeda, ya nos vio, y viene para
acá! Lo peor era que yo mantenía la erección en su mejor forma, lo cual
actuaria como evidencia de un comportamiento anómalo entre ambos. Fresco, me
dijo ella, yo a este mán le tengo cogido el lado flaco, haré que nos deje
cuanto antes. Ojeda se nos aproximó con el rostro deformado por la ira. Puta,
fue lo primero que le dijo. Cómo así, le salí al quite, ella no está haciendo
nada malo, simplemente nos encontramos aquí en el centro comercial y ya íbamos
de salida, cada cual para su casa, aprendé a respetar que tu novia es una
persona decente, una dama. Ella no dudó en asestarle una certera cachetada al
insolente. Ojeda apenas cerró los ojos cuando sintió el pringazo. ¿Ves lo que
te digo? A una mujer decente no se le puede ir insultando así porque así, le
has herido en lo más hondo de su dignidad. El tipo se frotó la mejilla con la
palma de su mano. El golpe parecía
haberlo aterrizado. Sin decir nada dio la vuelta y se fue. ¿Ves cómo hay que
actuar con estos atrevidos? Me llamó puta delante de tuyo, no lo puedo creer.
Vamos antes que reaccione y regrese con
nuevos ímpetus. Y moviendo graciosamente su culo nos encaminamos como dos
amantes felices a nuestro nidito de amor.
Ojeda y Marianita se casaron apenas llegaron a su mayoría de edad.
Con la plata que les dio la mamá de la
novia se compraron un apartamento en el mejor sector del norte de la ciudad.
Realmente parecían una pareja feliz. Al poco tiempo quedó embarazada y tuvo
mellizas. El orgullo del padre era aplastante. Me nombró el padrino de bautizo
de las niñas por ser yo su mejor amigo. Marianita no cabía de la dicha. Me dijo
al oído que ese sería el mejor pretexto
para frecuentar con más asiduidad el entorno familiar. Debes olvidarte de una
vez por todas lo que pasó entre nosotros, ahora eres una mujer casada y madre
de tus niñas, ellas son mis ahijadas, no puedo abusar de este privilegio por
respeto a tu marido y por el afecto casi que paternal que les tengo a tus hijas,
debes llamarte a la cordura, a la sensatez, no puedes seguir con lo mismo, abrigando deseos impuros y
pecaminosos, les harías mucho daño a las personas que realmente te quieren,
conmigo no cuentes para nada de eso, te lo digo con toda la verdad y la
franqueza de que soy capaz. Pero a ella estos sermones parecía que la
estimulaban más. Que le despertaban sus bajos instintos. Que la ponían en un
estado francamente incontrolable. ¿Te acuerdas cuando Ojeda me llamó puta en el
centro comercial?, me dijo con un descaro insidioso. Pues bien, nunca se
equivocó conmigo. Cuando uno nace con un estigma en el cuerpo es porque el
destino ha puesto su marca y nada logrará que eso se borre. La voluptuosidad y
la lujuria me corren por las venas. ¡Y eso que no te he contado las cagadas que
hice antes de subir al altar con mi vestido blanco! Fui tan discreta en mis
asuntos que nadie sospechó nada. Ni siquiera mi mamá que es más puta que yo. ¡La
dueña del mejor y más atractivo lenocinio de la ciudad! No te ofendas, la
verdad duele. Pero más las falsas apariencias y mentiras. Creo que esta farsa
con Ojeda va a durar muy poco. Pienso en las niñas, son ellas las que me llevan
a contenerme. Apenas crezcan un poco me separo de mi marido. En el fondo no se
merece que le haga esto. O es muy bueno o se pasa de tonto. De bruta fue que me
dejé embarazar. Esa vez lo metió con tal destreza de macho cabrío que me
doblegué. Ya puedes ver el resultado. ¿Puedes entender mi situación ahora? Y te
adelanto que no hay nada poderoso en este mundo que me haga desistir de mis
propósitos. El daño está hecho. Lo que me queda de aquí en adelante es vivir mi
vida tal y como la tengo concebida según mis criterios. Sin culpas ni
remordimientos. Así soy y así seguiré siendo hasta que me muera. No quiero
decirte que seas cómplice o tengas que acolitarme en este proceso. Un proceso
de perdición abominable si lo quieres llamar así. Pero es la única razón para
seguir viva y justificarme como persona. El sexo indiscriminado es adictivo y
yo me considero una víctima propiciatoria del mismo. Necesito estar sola para
internarme en el mundo sutil de las sensaciones desbordadas. Es quizá mi única
y tal vez última oportunidad de emprender el camino hacia el conocimiento
total, absoluto, de mi misma.
Marianita se separó de su marido cuando las mellizas cumplieron cinco años y podían defenderse solas. Ojeda aceptó esta realidad como si ya estuviera escrita en los folios de su triste vida. Unas veces la ve en compañía de hombres en apariencia distinguidos, viajando en autos lujosos, otras veces con personajes de dudosa reputación, tirando taxi o moto, incluso mezclada con chicos libertinos con pinta de universitarios, hasta con un gringo flaco y como de dos metros que no hacía sino mover la cabeza en señal afirmativa, un negro haitiano presumiendo de Bob Marley, y un indio amazónico de la estirpe de Kapax se estuvo paseando por las calles de Pasto sin importarle en lo más mínimo las miradas y el cuchicheo de la gente a su alrededor. Conmigo ya no habla ni siquiera cuando me la encuentro por esos sitios que ella acostumbra frecuentar. Se limita a guiñarme un ojo y si te vi no me acuerdo. Las mellizas quedaron bajo el cuidado de los abuelos paternos. Son ellos los que les han dado verdadero calor de hogar y moldeado sus vidas bajo hábitos y principios sanos y ejemplares. Ojeda se dedicó con más ahínco a la bebida, alquiló un desvencijado apartamento en Los dos Puentes para estar más a sus anchas con el vicio del trago, y yo me casé con una compañera de trabajo que lee la biblia, asiste a una congregación cristiana muy conocida en la ciudad, y juntos alabamos a Dios por permitirnos gozar de los verdaderos placeres, estos sí espirituales, que nos concede la vida mediante la obra y los designios del Señor.
Nicolás Figue/Vocesdispersas.
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