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Mostrando entradas de octubre 3, 2021

Macondiano

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 El realismo mágico, creado por la prodigiosa mente de Gabriel García Márquez, está más vigente que nunca. Da la casualidad que llega un mensaje del cielo, un anuncio de nuestro Creador Supremo: "He dispuesto que mi Hijo amado descienda a la Tierra para que ponga fin a las contiendas humanas, las mismas que durante años  la azotan, la hieren, la destruyen, y la sumen en amargura.  Mi único hijo Jesucristo descenderá para llevar paz y restauración a las naciones, tal y como está prometido en mi palabra de vida". La perplejidad y el escepticismo se apoderará inevitablemente del corazón de los colombianos. No de todos, pero sí de los más sectarios e intransigentes. Surgirán como por arte de magia dos bandos, los del SI y los del NO, como se acostumbra en estos casos, con un máximo promotor de por medio. Como primer punto se pondrá en duda la autenticidad del mensaje celestial partiendo de la base que en su tiempo Jesús fue un revoltoso que puso a tambalear al imperio romano. Su

Sólo una cosa sé.

  --- --- --- --- --- ---  Sólo una cosa sé y es que el amor existe. Pero el placer de la carne es el amor más sagrado que existe entre un hombre y una mujer. Sin tener en cuenta nexos ni vínculos. Es la fuerza más poderosa para derribar tabúes y prejuicios. ¡Qué representa eso ante un placer verdadero! ¡Nada, ni siquiera un leve arrepentimiento! Lo que se obtiene de ese placer experimentado por gracia de lo prohibido, es lo que vale y pone a vibrar los sentidos. Ninguna sensación debe compararse a esto.  Lo dijo el vate Rubén Darío y a su sentencia me atengo: “Cuando el hombre ama de veras, su pasión lo penetra todo y es capaz de traspasar la tierra”. Si no hacemos lo que sentimos cuando lo sentimos, ¿para qué vivimos? No hay que escandalizarse ante el llamado del deseo. El momento tiene que ser único. Fuera vergüenzas, fuera reproches: hay que olvidarse del mundo para meterse de lleno al mundo de los sentidos. De las deliciosas sensaciones. ¿Te imaginas yo mirándote a los ojos y sin

Sentencia

  Dar el primer paso  arriegarse  no quedarse quieto inerme  ante el reto provocador  lanzado con sorna por quien menos imaginas  no estás entendiendo nada has perdido mucho tiempo  pensando lo que no debes lo que ni siquiera conoces lo que te cuesta asumir eres una dócil criatura frágil y asustadiza  te costará crecer mucho se quedará en el camino  será mejor un cambio de piel un rompimiento de tinieblas  un nuevo arribo de luz las voces antiguas te aturden siembran confusión  permites que los muertos sigan hablando  su lenguaje es incisivo  decadente  la gloria ya no les pertenece  sólo ruinas construyeron a su paso  no tienes de qué envanecerte  y mucho de qué avergonzarte no te pongas a prueba contigo mismo  la disputa por el honor  no condujo a nada sólo a fomentar el desencanto  por las causas perdidas despierta de ese sueño que te están buscando. Nicolás Figue/Vocesdispersas.

Amor deseado

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    Mi cielo, siempre ser á s la historia m á s bonita de cuanto mi locura ha llegado a imaginar. Y aunque no lo sepas, aunque tenga que llevar oculto este sentimiento en contra de mi voluntad, seguir é firme, pensando en ti, en todo ese amor que no ha hecho más que acrecentar el sueño de llegar a tenerte por fin entre mis brazos. No daré marcha atrás. Y así pasen los días, esperaré con el corazón abierto al menor signo que delate tu presencia en mi vida. No te voy a cambiar, porque si hay cosas hermosas qu é descubrir y compartir, lo haremos juntos, mi bien, sin sentirnos culpables o avergonzados de ser parte de una historia inentendible para los demás. No hay prisa. Esperar é por ti el tiempo que sea necesario. No me voy a cansar de esperarte, porque si te eleg í a ti, es porque todo lo quiero contigo. Dar í a lo que fuera en estos momentos por abrazarte, por besar esos labios que quiz á s nunca pronuncien mi nombre con la fruición con que yo quiero. Me espanta que quieras re

La habitación No. 12

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    No es ningún cuento, yo me la llevé a la pieza número 12, y tenía marido. Un jefe temido, me dijo, de una bandola en Mojica. Pero ella estaba decepcionada del tipo, le hizo un hijo, y la dejó que se encargara ella sola de su crianza sin darle un peso. Pero tienes otro hijo, le dije. Supongo que el   papá debe estar haciéndose cargo de él, como corresponde. No, respondió ella. Mi hijo, el primero, tiene cuatro años, lo tuve cuando tenía catorce años. El papá valía la pena. Son de esos hombres que uno conoce un día cualquiera, por pura casualidad, sin saber nada de su vida. Simplemente te encuentras con alguien diferente y te sorprendes. Me impactó su forma de ser. Su carácter. También su porte. Era futbolista. Entrenaba en una escuela de fútbol de un equipo importante. Quería llegar a ser profesional y viajar al exterior. Soñaba con ponerse la camiseta del Real Madrid. Era bueno. Yo lo vi jugar en un torneo local. Tenía mucha técnica con el balón. Le hablaron de llevarlo a prueb

No se lo digo a nadie

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  De las cosas que recuerdo, que me han marcado a nivel emocional, ésta es la que todavía me produce   una morbidez fuera de lo común. Debía tener yo 12 años. Vivíamos en El Lopa, allá en el Cauca. Mi papá era Inspector de Policía de ese lugar. Nuestro amigo más cercano y con el que más compartíamos el tiempo era Rubén Darío Pulgarín. Tenía él dos hermanas menores, Maria Eugenia, de 12 años, cabello lacio, muy negro, tez trigueña, y Stella María, de 9 años, cabellos rizados, rubia total. Eran huérfanas de padre. Siendo agente de policía fue emboscado y muerto por un grupo insurgente que operaba en la región. De eso hacían ya cinco años, decía la viuda, poniendo cara de tristeza y alborozo a la vez. El recuerdo que les quedaba a los huérfanos era leve. Insustancial. La madre, de nombre Lusitania Benítez, siguió atendiendo el granero desde la primera hora del día hasta la última de la noche, única fuente de ingresos para el sustento de la familia. Los sábados y domingos el granero se con

Equinoccios

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    De repente llegaste nueva, apareciste con 17 años apenas, teniendo 50. Pero llegaste segura de mostrarme el tiempo exacto en que te enamoraste de mí, lo que eras y representabas antes de emprender tu vida sin   incluirme en ella, negándome el cuándo y el cómo, el presente y el futuro, la llave y la entrada al mundo disparatado que escogiste para ser tu propio personaje. La reina. Volviste anoche como la niña ágil, inquieta, e impredecible que eras cuando te conocí. Me dijiste que te mirara bien, que detallara cada centímetro de tu cuerpo, que midiera por deseos cada palpitación del pecho, las ansias retenidas que lo apretaban por dentro, esas mismas que te llevaban a conmoverte, a querer llorar sin evitarlo. Me invitaste luego a que te desnudara delante de todo el mundo, al fin de cuentas nadie existe, sólo sombras y recuerdos de aquellos que, alguna vez, tuvieron la facultad de la observación aguda, del análisis certero, de la crítica implacable. Del morbo nunca disimulado.

Sigue tu camino

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  “Ningún enemigo puede hacerte más daño que tus propios pensamientos”. Es inevitable caer en malos pensamientos. Son la fuerza de atracción para volvernos “la otra persona”, esa que mantiene oculta bajo la máscara de la normalidad. Se excita uno entrando en ese terreno peligroso. Tales son las emociones que contaminan la inmaculada superficie del alma cuando se desatan los ímpetus de la pasión. Me siento tentado, aunque muy conturbado en el fondo, al pensar que puedo derribar el muro que me separa del objeto de mi deseo y complacerme amplia y gustosamente. Me queda imposible darme una fórmula para llegar hasta allí sin comprometer del todo mi dignidad y avergonzarme después de manera insufrible. Ella, la que está al otro lado, ha condescendido con algunas sonrisas cómplices a hurtadillas de su propio marido. El reto está en saber si condescendería del todo en ofrecerme su propio cuerpo a precio de nada. Pienso que jamás deshonraría su nombre hasta este extremo por un insoportable capr

La novia disoluta

  Tanto aspaviento para nada. Que ni voltearla a mirar podía uno. La mala cara del otro creyendo que le estaba uno morboseando la mujer. Porque buena sí qué estaba la condenada. Y con esa mirada parecía decirle a uno camine papi venga que todo esto que tengo es suyo. Y eso que la conocí cuando tenía ella trece, desde ahí empezó a escaparse de la casa para ponerse a culiar con el novio. El hijo de Ambrosio Ojeda, que trabajaba en la licorera. El pelado le había sacado los ímpetus al papá. Y como en esta vida las cosas se dan por casualidades prodigiosas, los chicos se conocieron en el mismo barrio y calzaron como anillo al dedo. Ambos muchachitos. Ella se tiró al ruedo sin mente. Le gustaban los placeres, la buena vida y el baile. No le importaba volarse de la casa tres, cuatro días seguidos, y echarse a sus andadas. Esto me dio a creer que no era una niña normal. A esa edad las niñas son juiciosas y asisten al colegio. Y si les gusta la pendejada al   menos lo disimulan demostrando ino

De sangre, pezones y otras sutilezas sexuales.

    Hay cosas que se viven en la vida y de acuerdo a intensidad con que te hacen   reaccionar, pensar,   hablar, o quedarte callado para siempre, se prefiere mejor escribirlas en el silencio y la soledad más acordes para salir victorioso o derrotado. En la mayoría de las veces prefiero internarme en mi propio castillo de tortura para auto flagelarme. Soy extremadamente despiadado conmigo mismo. Tengo en cuenta hasta el más mínimo detalle de culpa. Quizá por eso soy tan cauteloso. Y desconfiado. Cualquier gesto, cualquier risa adivinada en el rostro de la gente me pone en guardia. Esta forma de ser la fui adoptando desde niño. Hubo una vez que alguien, una niña de mi misma edad, me dijo eres un tonto con toda esa cantidad de pelo que te crece y te tapa los ojos. Si pudieras ver bien notarías que soy bonita. Y si en el mejor de los casos fueras un niño avispado vendrías hacia mí para mostrarte algo. Al principio no supe qué hacer. Lo primero que sentí fue un ardor rotundo en la cara.

Un encuentro impensable.

    Había anochecido. La calle estaba atestada de transeúntes afanados que empujaban insolentes en las aceras. Una mujer de un abrigo marrón me mostró sus dientes amarillos. Quise explicarle que no la conocía, pero me dio la espalda. Llegué al pequeño hospital. Una enfermera cargada de años me recibió. Lo siento, me dijo. Tendrá que esperar hasta que alguien lo atienda. Ha venido mucha gente hoy. Cuál es su problema. Le dije que no tenía ningún problema. Que estaba allí por una situación incomprensible. Yo me siento bien. No estoy enfermo. Quien está enferma es una persona que conozco y me ha llamado. ¿Y cómo se llama esa persona? Es una mujer, le dije. Parecen que le dieron algo y anduvo desubicada en la calle. Nunca pudo encontrar la dirección de regreso a su casa. ¿Y qué es para usted esta persona?, me dijo la enfermera ensayando una mueca hostil. Nada, no tenemos nada en común, le contesté mirándola fijo a los ojos. Se trata de una amiga, digamos. Alguien que conocí hace mucho

El canto de la sirena.

                                    Su mejor arma de seducción, su risa. Podía escucharla a través de las paredes, de los armarios, de las cortinas, de los vidrios de las  ventanas, de los cuadros puestos en la sala, de los muebles impávidos guardando entre sus pliegues presencias remotas; su risa era lo más parecido a un vuelo de colibrí entre  flores encendidas. Apenas un susurro de viento, un fragmento de aroma avivando los pensamientos. Yo dejo que su risa se deslice como agua burbujeante sobre mi piel. Que me cubra por completo el cuerpo. Que me forme pequeñas corrientes, caprichosos remolinos, fugaces cascadas entre relucientes piedrecillas. Su voz es un rio. Nado como pez asombrado en su cuerpo liquido, conquistado. Nicolás Figue/Vocesdispersas.

La niña árbol.

    - ¡Ten mucho cuidado de no ir a tragarte las pepas de la fruta, hija! -, le dijo la madre a su hija. ¡Pueden hacerte daño! La niña se le quedó mirando muy intrigada. Se había tragado unas cuantas ya. ¿Y qué puede pasarme? La madre, como único pretexto, le dijo que podrían salirle abrojos por el cuerpo. Esa noche la niña sintió que algo raro empezaba a sucederle. Palpó con la yema de los dedos tallos y hojitas brotándole por los poros. Y de los pies a salirle raíces. Escapó hacia el jardín. Muy temprano se sintió poblada por el canto de los pájaros, el revuelo de las mariposas, y el zumbido de las abejas entre la frondosidad de sus ramas. Microrrelato Nicolás Figue/Vocesdispersas.  

Voces ocultas.

    El ruido escuchado en alguna parte de la casa me quitó el sueño.   Entrecerré los ojos quitándole importancia al asunto. Estaba a punto de quedarme dormido cuando escuché muy claro la voz abajo en la sala. Miré hacia la ventana: la luna esparcía su luz blanca por los muros de la casa contigua. Entonces fue cuando vi la sombra deslizarse por la superficie de ladrillo y oscurecer por completo el recuadro de la ventana. Las tinieblas me envolvieron como una pesada manta. Fue entonces cuando volví a escuchar la voz, pero esta vez cerca, tan cerca, que el tiempo no me alcanzó para espantar el miedo que me cerraba por completo los ojos. Microrrelato. Nicolás Figue/Vocesdispersas.