El canto de la sirena.
Su mejor arma de seducción, su risa. Podía escucharla a través de las paredes, de los armarios, de las cortinas, de los vidrios de las ventanas, de los cuadros puestos en la sala, de los muebles impávidos guardando entre sus pliegues presencias remotas; su risa era lo más parecido a un vuelo de colibrí entre flores encendidas. Apenas un susurro de viento, un fragmento de aroma avivando los pensamientos. Yo dejo que su risa se deslice como agua burbujeante sobre mi piel. Que me cubra por completo el cuerpo. Que me forme pequeñas corrientes, caprichosos remolinos, fugaces cascadas entre relucientes piedrecillas. Su voz es un rio. Nado como pez asombrado en su cuerpo liquido, conquistado.
Nicolás Figue/Vocesdispersas.
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