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Mostrando entradas de mayo 4, 2014

El Descabezado

Al llegar a la casa reunió a toda la familia explicándoles lo sucedido. Vieron con  espanto que traía la cabeza entre las manos. Como hacía cuando se quitaba el casco de motociclista y entraba buscando un lugar donde ubicarlo. Esta vez no era el casco sino su propia cabeza lo que aferraba resignado. Hasta el perro aulló de pavor buscando refugio en la cocina. "Fue inútil todo el esfuerzo, ahora ya no queda nada por hacer", les explicó sin lágrimas pero visiblemente conmovido. Todos se miraron entre sí contritos y desconsolados. El hombre, que había sostenido mientras tanto la cabeza en su regazo, se incorporó del asiento, fue hasta la mesita esquinera de la sala y dejó allí la cabeza. Encaminó luego los pasos hacia el dormitorio. Abrió la puerta de un empujón y se encerró. Su descanso, pensaron todos, tenía que ser, de ahora en adelante, el producto de una pesadilla. Desde la mesa esquinera sus ojos lo vieron hacer estos últimos movimientos. Inevitables, las lágrimas rodar

ENCUENTRO

Estaba decidido. Era ahora o nunca. Si dejó pasar el tiempo fue por instinto. Por evitarse riesgos anticipados. Conocía de sobra el carácter de las mujeres. No estaba dispuesto a dejarse seducir por vanas, falsas esperanzas. Lo peor sería quedarse quieto, inerme, a expensas del destino. Tenía que ser cauto y malicioso. Trazarse un pequeño plan. No iba a ser tan tonto de sucumbir porque sí. Tomó el camino menos transitado a esa hora. El que le facilitaría alguna probabilidad de huir en caso de peligro. En el fondo esperaba una señal, un guiño, un aviso, un toque leve en el hombro para dar marcha atrás. ¿De quién? ¿Qué generoso fantasma lo socorrería del infortunio? No, la cordura ante todo. Era un hombre y debía proceder como tal. Dejando que el valor lo salvara. Tenía que cumplir, estar ahí como era lo convenido. Al fin y al cabo no era una persona cualquiera. La mujer estaba al final de ese camino esperándolo. No le cabía duda que estaba firme y serena como la muerte. Y de la muert

Sucedió alguna vez en Juanchito

Le llegaron ecos marcados de frenética rumba. También quejumbres orgásmicas entremezclándose con rumores de plegaria y cánticos de alabanza. Un olorcillo extraviado contrajo sin pudor la punta remodelada de su nariz. "Tengo que verlo con mis propios ojos", se dijo en el colmo del éxtasis. Y efectivamente fueron sus ojos perfectamente delineados y chinescos los que le confirmaron a la incrédula, ese viernes santo, que estaba bailando con el Demonio. Ricardo Figueroa-escribidore17.blogspot.com-la máquina de escribir

LA CITA

"Una más, y habré enloquecido", exclamó desolado el anciano ante el oscuro baúl repleto de cartas. De un tiempo para acá el suceso se repetía hasta el cansancio sin que nada pudiera evitarlo. Y sin saber tampoco cómo llegaban allí. Qué siniestro personaje de  remoto origen las dejaba sin tocar nunca la puerta. Juraba por esta vida y por la otra que si lograba verle la cara se la partía en dos. La soledad había puesto una roca en su corazón y creado potencia a sus manos de dedos  retorcidos como raíces de árbol centenario. No era sino cerrar brevemente los  ojos para saber, para casi verlas ahí revolotear como mariposas ciegas cayendo sin ruido en el piso. Sucedía, simplemente. Y él, inocente testigo, estaba ahí para juntarlas luego y acomodarlas en el baúl. Empezó por leer la primera, luego la segunda, después la tercera. Y así sucesivamente en el orden logrado. Un súbito pavor le sobrecogió al pensar en cuál sería la última. La que rompería tan endemoniada cadena. "Ay