Los sobrevivientes del río
Era una tarde, después del almuerzo. El calor nos estaba martirizando en la casa de madera con techo de zinc. Quedaba ésta en la parte alta del terreno de la finca. Con mis hermanos nos quitamos la ropa y nos pusimos las pantalonetas de baño. El río, como un espejo líquido reflejando los rayos del sol, nos retaba a zambullirnos en sus aguas. Bajamos corriendo el sendero descendente para llegar a la ribera. Esta rutina la teníamos establecida desde que llegamos a la finca, desconociendo los llamados de advertencia de los colonos y pescadores advirtiéndonos del peligro que ofrecía el caudal del inmenso río. El río Mira. Aquí se han ahogado nadadores experimentados, gente con mucho conocimiento de su curso, nos decían los nativos que pasaban en canoa. No se confíen, muchachos. Háganlo por su bien. Pero imbuidos de una extraña confianza, hacíamos caso omiso, y nos lanzábamos sin ningún atisbo de temor a las profundidades. Nos mencionaron incluso la existencia de animales acuáticos gigan