Nanda.
Eran ya como las ocho de la noche cuando Nanda entró a mi cuarto presurosamente. Traía el cabello tan desordenado que parecía una loca. Ya, me dijo. El viento afuera no tiene compasión con nadie. Y como no sales de esta pieza no te das cuenta de nada. El loco es otro. ¿Y se puede saber qué tanto haces acá metido? Nanda llegaba provocadora. Sus ojos tenían un brillo extraño. Como si adentro, en su cabeza, tuviera ya madura una idea implacable. Para empezar, le dije, ésta es mi casa, y tú una entrometida buscando lo que no se le ha perdido. Por algo tu mamá te muele a palos a cualquier pretexto. Y en la escuela te arrastran de las mechas por impertinente. Ya va siendo hora que le des un cambio a tu vida. Eres un mal ejemplo. De seguir así nadie va a recibirte bien en ninguna parte. ¿Qué buscas? Eso de llegar así, con tan mal aspecto, no me inspira ninguna confianza te digo. Dime de una vez qué quieres. No estoy de humor para atenderte ahora. Nanda se dejó caer con todo el peso de su c