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Mostrando entradas de abril 19, 2020

RESULTADO DEL AMOR NUNCA CONSUMADO

En la escuela tenían la costumbre los muchachos de llevarse a las compañeritas con engaños para los lados de la cancha y hacerles vaca muerta. Eso lo hacían los más osados y experimentados en estas bajas lides. Cuando terminaban llegaban sacando pecho y diciéndonos que por cobardes nos privábamos de conocer el verdadero placer que hace hombres machos. A algunas muchachas les gustaba que les hicieran eso. Y mientras trataban de darle orden al cabello y alisarse la falda del uniforme cuchicheaban con otras chicas de la aventura sostenida. En cambio, las otras mostraban repugnancia y llegaban llorando con piedras en la mano amenazando con denunciarlos en rectoría. Los abusadores recurrían entonces a tretas más ingeniosas aún para hacerlas desistir de ese propósito. Pero esto ocurría cuando era la primera vez para ellas. Ya después, por algún efecto desconocido, se iban detrás de ellos haciéndose las locas sin oponer resistencia. Muchas veces, en las horas del recreo, yo me ubicaba estra

MIS COMIENZOS EN LA ESCRITURA

He contado la anécdota un par de veces. Fue por medio de una compañerita del colegio que encontré la motivación del caso para ponerme a escribir. Y fue básicamente a un libro que ella me prestó, un ejemplar de tapas amarillas con ilustración del mismo autor, el que me impuso el reto. El libro en mención era El Atrevesado, y su autor, un muchacho de cabello largo, grandes anteojos y figura desgarbada, a lo hippie. Ella, mi amiga y compañera de clases, de la que mantenía yo enamorado en secreto (mi timidez ivencible me llevaba a tartamudear cada que intentaba decirle algo que no fuera del estricto orden escolar), me alargó el libro con cierta mirada incrédula. No me gusta prestar mis libros, pero tú eres una persona de confianza. Al menos, así te considero. Devuélvemelo. Ví en sus ojos que me hablaba muy en serio. Tranquila, le dije. Vivimos tan cerca el uno del otro que el libro nunca tendrá pretexto de extraviarse. Nuestras casas quedaban juntas. Por tal motivo, era mi mayor felicida