MIS COMIENZOS EN LA ESCRITURA
He contado la anécdota un par de veces. Fue por medio de una compañerita
del colegio que encontré la motivación del caso para ponerme a escribir. Y fue
básicamente a un libro que ella me prestó, un ejemplar de tapas amarillas con
ilustración del mismo autor, el que me impuso el reto. El libro en mención era
El Atrevesado, y su autor, un muchacho de cabello largo, grandes anteojos y
figura desgarbada, a lo hippie. Ella, mi amiga y compañera de clases, de la que
mantenía yo enamorado en secreto (mi timidez ivencible me llevaba a tartamudear
cada que intentaba decirle algo que no fuera del estricto orden escolar), me
alargó el libro con cierta mirada incrédula. No me gusta prestar mis libros,
pero tú eres una persona de confianza. Al menos, así te considero. Devuélvemelo.
Ví en sus ojos que me hablaba muy en serio. Tranquila, le dije. Vivimos tan
cerca el uno del otro que el libro nunca tendrá pretexto de extraviarse.
Nuestras casas quedaban juntas. Por tal motivo, era mi mayor felicidad escuchar
su voz cada día desde el otro lado del muro cuando salía con sus hermanos a
jugar al patio. Es por eso que nunca perdí la esperanza de conquistarla. Su
primera prueba de confianza la depositaba en el hecho de prestarme el libro.
Era un avance y yo tendría que aprovechar la oportunidad. Para eso tendría que
leer el libro. Leer y entenderlo para después hablar con ella sobre él.
Establecer una especie de complicidad intelectual que al final sería nuestro
ingreso al amor. Tomé el libro. Gracias, le dije. Apenas termine de leerlo te
lo devuelvo. Iban a ser las nueve de la noche en ese momento porque mi mamá
salió a la puerta a decirme que me entrara a la casa, que ya era tarde. Antes
era así. El tiempo de uno lo manejaba siempre la mamá. Una vez adentro, en el
cuarto, abrí con ansiedad el libro buscando ante todo rastros, huellas,
señales, aromas que me hablaran de ella. Vi sus iniciales escritas con tinta
roja: RNGS. Muchos interrogantes surgieron al paso. ¿De qué manera llegó este
libro a sus manos? ¿Lo compraría por encargo o alguien se lo regaló? ¿Fue por
libre autodeterminación que lo obtuvo o es el producto de una casual
sugerencia? Nuestro pueblo queda muy lejos de la ciudad. La gente poco sale. A
no ser que por conducto de un profesor lo haya obtenido. Era lo más viable.
Pero tenía sus iniciales. El libro le pertenecía. Y ahora estaba en mis manos.
¡Era el momento de leer…y soñar! Naturalmente, era la ocasión propicia, el
momento adecuado: yo estaba loco por ella y por las ganas de escribir una
historia que la sorprendiera… Pero no fue sino empezar la lectura para ir olvidándome de la única razón que me
impelía a apretar el libro entre mis manos. Poco a poco me fui metiendo en el
mundo esta vez sí perfecta y poéticamente desquiciado de su protagonista y sus
andanzas por las calles de Cali. Pasé página tras página sin parpadear
siquiera. Supongo que fue entrando la madrugada cuando terminé de leerlo.
Apagué la luz, poniendo los brazos debajo de la cabeza para recapitular. Ahí
fue cuando tuve la idea. Podía escribir algo parecido a partir de mis propias
experiencias en la escuela y fuera de ella con mis amigos. Hacíamos las mismas
cagadas. Tirábamos la piedra y escondíamos la mano. O al contrario: hacíamos la
provocación y obteníamos inmediato tropel. ¡Cuántas veces llegamos reventados a
casa sin una lágrima diciendo que nos habíamos caído de un árbol! Y mamá pobre
llena de angustia limpiándonos con agua tibia de manzanilla para bajar la
inflamación. A nuestra edad, sobrevivir afuera, en la calle, era para
valientes. No es que, sufrir me tocó a mí en esta vida, sino que agúzate que
te están velando, como dijo el maestro en su sinfonia del desastre. Al otro
día, muy puntual, me le aparecí a mi dulce tormento con el libro en la mano.
¿Ya se lo leyó, tan rápido?, fue lo primero que me dijo. Así es, le respondí
con la mejor sonrisa de que pude hacer acopio. Y como soy muy serio y muy
responsable se lo traigo a devolver tal y como usted me lo entregó, impecable
en su presentación. Gracias desde el fondo de mi alma. No sabe todo el bien que
me ha hecho. Y sin más comentarios me despedí lo más efusivamente que pude, sin
tartamudear de la emoción. A punto incluso de darle un beso. Luego me fuí a
donde tenía que estar para dar inicio a la creación de mi historia: mi cuarto,
donde convivía con una mirla, que de tanto consentir y domesticar, se parecía a
un perro. Dio la casualidad que por esos días el suplemento Pinocho, del diario
El Pueblo, de Cali, dirigido por la
periodista Claudia Blum de Barberi, convocó al primer concurso de cuento
infantil. Me propuse enviar lo que tenía escrito. Bien o mal hecho, pues
carecía de sentido crítico, pasé el manuscrito a máquina, a escondidas de papá,
y lo envié en un sobre al periódico. La noticia, un mes después, a lo sumo,
daba a conocer a los ganadores y finalistas del evento. La idea de escoger
“cinco ganadores” fue algo que puso a los concursantes en un plano de igualdad.
Prodigiosamente me ví reseñado en el quinto puesto de los mismos. Cuando le
mostré el periódico a papá no acertaba a entender lo que estaba pasando. “¿Y
usted cuándo hizo esto?”, fue lo primero que me dijo. Le expliqué. Lo único que
hizo fue mover la cabeza en señal de no comprender del todo los avatares de
esta “hazaña”. La confirmación del asunto vino con la llegada de un telegrama
donde se me notificaba de la decisión del jurado así como la respectiva
invitación al acto de premiación del concurso en la sede del periódico. Me
acuerdo que era para un día sábado a las diez de la mañana. Papá me acompañó.
Omito entrar en detalles porque sería matería de otro episodio a contar. RNGS
se enteró directamente del periódico. Vi que me estaba esperando en la puerta
de su casa con una sonrisa radiante. Los nervios me ponían a temblar las
piernas. “¡Eres el primer amigo famoso que tengo!”, me dijo extendiendo los
brazos para recibirme con un abrazo. Quise decirle que yo nunca hubiera llegado
tan lejos si en el empeño no hubiera contado con su participación, pero las
palabras se me enredaron en la garganta. La tartamudez, en este caso, volvía a jugarme
otra mala pasada.
RICARDO FIGUEROA/LaMáquina-deEscribir-escrittore17-blogspot.com
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