El feliz descubrimiento de los libros
Cuando descubrí los libros jamás imaginé que iban a convertirse en aliados esenciales de mi vida. Empecé leyendo por curiosidad y después por amor, por pasión, por una necesidad del alma que yo no debía ignorar. Menos desechar. Mis primeras lecturas me las proporcionó mi padre con tres libros que me puso en las manos: La María, de Jorge Isaacs, La Vorágine, de José Eustasio Rivera, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Antes ya había leído los Cuentos Pintados, de Rafael Pombo, y una compilación de fábulas de Esopo, Samaniego, e Iriarte. Pero el libro que definitivamente me abrió una perspectiva mental al deseo de escribir fue El Atravesado, del escritor caleño Andrés Caicedo, año 1975, libro que me llegó a las manos por frutos del azar. Vi que lo estaba leyendo una bella amiga, vecina nuestra, además, y fue tal la curiosidad que me causó que no tuve reparo en acercármele y averiguar de qué se trataba. Me dijo ella que eran las andanzas de un chico rebelde al que le gustaba ver cine pe