El feliz descubrimiento de los libros

 

Cuando descubrí los libros jamás imaginé que iban a convertirse en aliados esenciales de mi vida. Empecé leyendo por curiosidad y después por amor, por pasión, por una necesidad del alma que yo no debía ignorar. Menos desechar. Mis primeras lecturas me las proporcionó mi padre con tres libros que me puso en las manos: La María, de Jorge Isaacs, La Vorágine, de José Eustasio Rivera, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Antes ya había leído los Cuentos Pintados, de Rafael Pombo, y una compilación de fábulas de Esopo, Samaniego, e Iriarte. Pero el libro que definitivamente me abrió una perspectiva mental al deseo de escribir fue El Atravesado, del escritor caleño Andrés Caicedo, año 1975, libro que me llegó a las manos por frutos del azar. Vi que lo estaba leyendo una bella amiga, vecina nuestra, además, y fue tal la curiosidad que me causó que no tuve reparo en acercármele y averiguar de qué se trataba. Me dijo ella que eran las andanzas de un chico rebelde al que le gustaba ver cine pero sobre todo andar las calles desafiando las galladas y demostrar que podía ser más fuerte que los demás. ¿Quieres leerlo?, me preguntó ella, y yo le respondí "si me lo prestas me lo leo esta misma noche y te lo devuelvo mañana" Ella sonrió: tampoco es para tanto, ya lo leí y puedes hacerlo tú con calma. Me alargó sonriente el libro, que tenía 55 páginas, fue lo primero que consulté para desarrollar la lectura empezando desde las nueve de la noche, hora en que nos entraban a la casa a dormir. En menos de dos horas ya me tenía leído todo el libro. Volví a repasarlo, a detenerme en esos largos párrafos donde el protagonista actuaba con solvencia rebelde y me dije "si es que esto es lo que yo quiero narrar teniendo en cuenta que muchas de esas aventuras de tropeles contadas en el libro las he vivido en carne propia con mis amigos audaces que no le comen a nadie de nada"... Puedo decir entonces que la literatura me cambió por completo el panorama de mi propia vida. Y si en algún momento me hubieran dado a escoger entre convertirme en una persona apta para desenvolverme en el mundo del comercio y de los negocios, o ser un aspirante a escritor, imbuido siempre entre sus lecturas y sus cuadernos de apuntes, yo escojo esto último. Me tocó ponerme a trabajar desde muy joven para aportarle una ayuda económica a mi familia. En ese tiempo sólo trabajaba papá, y la plata no alcanzaba. Y cuando uno se compromete en un trabajo tiene que sujetarse a los horarios impuestos. Así que trabajaba todo el día y llegaba de noche a casa, cansado, y sólo con ganas de acostarme a dormir. El tiempo para leer era escaso. Sin embargo leía un par de horas, y cuando la lectura me atrapaba por completo, seguía de largo hasta las doce o una de la madrugada. Hubieron veces en que no solté el libro y me dieron las dos, las tres, las cuatro de la madrugada. Yo entraba a laborar a las siete y media, así que calculaba el tiempo que podía dormir mientras tanto. Pero yo sacaba fuerzas y me sobreponía a la falta de sueño. Así fue todo el tiempo, todos los años transcurridos en diferentes empleos y empresas. No me arrepiento en absoluto. Cumplí a satisfacción las demandas de ejecución laboral de mis empleadores. Obtuve reconocimientos y condecoraciones, saliendo al final por la puerta grande. Siempre me llevé la idea de que nadie es imprescindible en ninguna parte. A veces, por muy bueno que seas en el cumplimiento del deber, tu propósito no es garantía de nada. Y los malitos, en muchos casos, se llevan todos los honores. Eso también depende del cristal con que te miren. El dicho aquel de que "nadie es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo" tiene una validez efectiva. Lo único que hay que hacer es cumplir honestamente. Un antiguo jefe decía que era mejor ofrecerse pero nunca regalarse. Ni lo uno ni lo otro, pienso yo. Si te necesitan que te busquen. Y si te parece bien lo que te proponen, hazlo con compromiso y responsabilidad. Esa es una forma en que se puede cambiar el valor de las cosas. Después va quedando tiempo para pensar en lo que se hizo o se dejó de hacer. Por lo pronto el ritmo de mis lecturas sigue en aumento. Y dejar constancia por escrito de lo que se vive y se descubre a medida que se va viviendo, un acto de justicia que se impone desde la razón. "Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba" Esta bella sentencia le pertenece a la escritora ucraniana-brasilera de origen judío, Clarice Lispector.


Nicolás Figue/ Vocesdispersas-escrittore17.blogspot. com

Enero 26 de 2024



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