Lunesiada.



Generalmente los lunes nos traen un poco de tensión. Comprensible por ser lunes y por ser inicio de semana. No sé si sólo a mi me ocurre. Pero cuando abro los ojos en la primera hora y me mente se conecta con esa realidad inmediata que hay dos metros después de la cama siento un pequeño escalofrío de temor, como si tuviera que enfrentar a un enemigo invisible. Ya el domingo quedó atrás. El de ayer fue un domingo demasiado tranquilo. Me desperté a las nueve de la mañana después de dormir hora y media (llegué del trabajo a las siete), desayunamos, pero la sensación de sueño y de cansancio persistían. Me dijo Carmen yo no sé cual es tu afán de levantarte tan temprano en vez de dormir. Qué es lo que vas a hacer. Tiene razón pensé. Lo que debería hacer es dormir. Es lo más práctico y conveniente. Además de necesario. Toda la semana trasnochando. Dejando de dormir para que el resto de la humanidad duerma a sus anchas. Le hice caso. Me recosté en el sillón. Tardé pocos segundos para quedar por fuera de este mundo. Soñé que había una música disparándose inmisericorde a lo lejos. Venía de las otras casas. Y junto a la música, las voces y el ruido de asientos arrastrándose. Eran los rezagos de una fiesta. La gente se resistía a acabarla y le exigían a la música que los mantenga aún despiertos. Significaba que había mucha bebida y comida. Llegué incluso a percibir olor a carne recalentada. Yo quería dormir pero los de la fiesta no dejaban. ¿Qué estarían celebrando? ¿El advenimiento de la vida? ¿La aproximación siempre insospechada de un mal suceso? La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, decía la canción en esos momentos. Yo traté de acomodarme del otro lado para ignorar lo que iba pasando allá afuera del sueño. O dentro, era lo mismo. Las ganas de dormir eran más fuertes. Pasé de largo por la fiesta y me instalé lejos, muy lejos donde otras imágenes, otros escenarios oníricos me acogieron hospitalariamente. No hacía nada. No pensaba nada. Simplemente existía de alguna forma. Como un árbol o una piedra en medio de la nada. Pasaron un par de horas que pudieron ser un siglo. Cuando desperté a la una de la tarde ya el almuerzo estaba servido. Me acordé que era domingo. Misa a las cinco de la tarde y fútbol a las seis por la tele. No había prisa. Me quedaba la noche completica para leer algo. Que para efectos de mi vocación de lector hay mucho en la biblioteca esperando. Hace unas semanas un residente del Ingenio me regaló una caja llena de libros. Dijo que había pensado en mí como la persona más indicada para que me hiciera cargo de ellos. Así es, le dije. Soy la persona indicada. Y sin importar el peso de la caja llena con los libros me vine alborozado con ellos a la casa. No quiero decir que me eché la caja al hombro y llegué caminando los cuarenta o cincuenta kilómetros que me separan de un punto a otro. Pero sí hay que caminar un poco para abordar el bus primero y luego descender de él después cuando llega donde tengo que bajarme. El tesoro que llevaba encima valía todo el esfuerzo posible. Carmen hasta piense que estoy loco. Y aunque participa cotidianamente de mi locura de vez en cuando me mira de lejos con cierta cautela. Somos felices así el uno con el otro. Ya tengo arreglados los libros en la biblioteca. A algunos tuve que hacerles unas "curaciones" urgentes para restablecerlos del mal producido por el tiempo, el uso, el mal trato también. Quedaron listos para atenderme por el resto de mi vida. La incógnita del ser humano: saber cuánto tiempo le queda. Y si en lo que le queda, resolver lo que se ha propuesto. Lo que ha ido aplazando. Hoy es lunes. Bendito sea mi Dios. Muchos en el mundo no tuvieron la oportunidad de ver salir el sol. Se quedaron como náufragos en la noche. Un suceso normal que nos acontecerá a todos. Sin importar la edad ni las circunstancias. Hay que disfrutar la vida. Gozársela. Aprovecharla de la mejor manera posible. Hay tiempo para todo. Nunca es tarde para comenzar a vivir como realmente nos lo merecemos. Como en la mente, como en el corazón, como en el alma lo deseamos. Eso no es pecado ni exceso de caprichos ni rebeldías. Capricho es preocuparse por nimiedades. Angustiarse y martirizarse con los problemas de la vida. Eso no soluciona nada. Me parece que eso no tiene sentido porque te quita fuerzas para luchar por lo que realmente quieres. Por lo que te has propuesto hacer. La vida es bella, ya lo dijeron magistralmente en una película. Su ejemplo tiene que impulsarnos a seguir avanzando con pasos firmes, con pasos alegres y decididos. El temor nunca será un buen consejero para vacilar y permitir que los pasos se detengan. No todo es bueno, eso es cierto. Ni los sitios ni los momentos ni las personas a veces son los adecuados. Pero en vez de dejarte afectar por eso asume tu mejor actitud demostrándole al mundo que eres un ser humano excepcional, distinto a lo que quieren de ti con sus falsas apariencias y malos comportamientos. "Muchas veces no somos felices porque estamos ocupados tratando de agradar a los otros o encargándonos de responsabilidades equivocadas, que pertenecen a terceros". La frase es de Bernardo Stamateas y viene bien al tema. La tomo para convencerme que no son los días que pasan los responsables de pequeños fracasos sino esas responsabilidades asumidas que no representan valor alguno.

Ricardo Figueroa/LA MÁQUINA DE ESCRIBIR.

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