Los sobrevivientes del río

 


Era una tarde, después del almuerzo. El calor nos estaba martirizando en la casa de madera con techo de zinc. Quedaba ésta en la parte alta del terreno de la finca. Con mis hermanos nos quitamos la ropa y nos pusimos las pantalonetas de baño. El río, como un espejo líquido reflejando los rayos del sol, nos retaba a zambullirnos en sus aguas. Bajamos corriendo el sendero descendente  para llegar a la ribera. Esta rutina la teníamos establecida desde que llegamos a la finca, desconociendo los llamados de advertencia de los colonos y pescadores advirtiéndonos del peligro que ofrecía el caudal del inmenso río. El río Mira. Aquí se han ahogado nadadores experimentados, gente con mucho conocimiento de su curso, nos decían los nativos que pasaban en canoa. No se confíen, muchachos. Háganlo por su bien. Pero imbuidos de una extraña confianza, hacíamos caso omiso, y nos lanzábamos sin ningún atisbo de temor a las profundidades. Nos mencionaron incluso la existencia de animales acuáticos gigantes que podrían devorarnos. Por la cercanía con el mar, y que el río desembocaba allí, no había que descartar el ataque de un tiburón extraviado. Esa tarde, habiéndole dicho a papá que iríamos a bañarnos al río, él y mamá nos acompañaron para estarse más tranquilos. El calor era sofocante, con cuarenta grados, sino más, a punto de enloquecernos. Debido al  intenso verano se había formado una extensa playa al otro lado del río. Creo que fue eso lo que nos motivó para llegar nadando hasta allá. Me puse de acuerdo con mi hermano Emilio para emprender la aventura acuática. Mi hermano Felipe se negó a secundarnos. El río es muy ancho, antes de llegar al centro pueden cansarse, nos dijo anticipándose a una realidad que a nosotros dos parecía no importar. Papá se había distraído recogiendo unos palos en la ensenada. Vi dos troncos pequeños de balso. Agarra uno, yo cojo el otro, le dije a mi hermano Emilio. Si nos cansamos, nos aferramos a ellos para flotar. Tomamos cada uno los troncos y los arrojamos hasta donde nuestras fuerzas pudieron impulsarlos. Entonces nos tiramos al agua con la vista puesta hacia donde se encontraban, impulsados lentamente por la corriente. Empezamos a nadar con la idea de alcanzarlos, volver a tirarlos lejos, y seguir nadando hasta agarrarlos nuevamente. Esta operación la repetimos varias veces, pero fue cuando volví la cabeza hacia atrás, donde mis padres y mis dos hermanos, Felipe y Alba estaban, para darme cuenta que nos faltaba mucha distancia para llegar a la otra orilla del río. Mi hermano Emilio parecía muy confiado manteniendo el ritmo del nado. Eso me dio ánimos para hacer lo mismo. Si me asusto y me desespero, entro en pánico y me ahogo. Nos ahogamos. Ambos. Sigue nadando, le grité a mi hermano, que de alguna manera alcanzaremos la orilla. La corriente se hacía más fuerte y nos arrastraba irremisiblemente. No importa, le dije. Nademos en consonancia, con el objetivo al frente. Ya mis padres y mis hermanos habían desaparecido de nuestra vista. Estábamos solos, rodeados de agua, y a expensas de la suerte. De Dios, mejor dicho. No sueltes el tronco, le dije a mi hermano lo más fuerte que pude para que me oyera. Mientras sigamos aferrados, por muy cansados que nos sintamos, no terminaremos en el fondo del río. Emilio asintió con la cabeza. Aún no logro determinar el tiempo que mantuvimos el ritmo, nadando con un solo brazo, mientras con el otro sujetábamos los troncos de balso. Era nuestra única alternativa de sobrevivencia. El alma me retornó al cuerpo cuando mis pies tocaron la arena del fondo. ¡Llegamos!, le dije en estado de euforia a mi hermano. El agua sin embargo nos llegaba a la altura de la barbilla cuando intentamos pararnos. No importa, le dije. Aquí la profundidad del río  disminuye. Suelta los troncos y nademos con normalidad. Es la única forma de llegar más rápido. En poco tiempo alcanzamos la orilla sintiendo que el corazón se nos iba a salir del pecho. La corriente del río nos había arrastrado un tramo largo, suficiente para no alcanzar a ver a padres y hermanos. Nos tiramos de bruces en la arena hirviente para calmarnos un poco y recuperar fuerzas. Entonces fue cuando sentimos el ruido de un motor fuera de borda. Era la lancha de Onías, el transportador de la zona, llegando providencialmente hacia donde estábamos nosotros. ¡Pero qué les pasa a ustedes, muchachos, cómo se les ocurre jugar con la vida de esta manera, vayan a ver el desespero de sus padres, no fue sino porque desembarqué a unos pasajeros allá, en el otro lado,  para que ellos me dijeran que viniera a rescatarlos, eso no se hace!, nos dijo vivamente ofuscado. Nos subió a la lancha y arrancamos velozmente rompiendo la corriente del río. ¡Denle gracias a Dios que los llevo vivos! ¡Y que ustedes de alguna manera supieron mantener la calma! Al verlos me da rabia y alegría, nos dijo el buen Onías. Cuando llegamos nuevamente donde estaban mis padres y hermanos, vi que papá bregaba por ocultar sus lágrimas en medio de una palidez alarmante. Le pagó a Onías el servicio del transporte dándole algunas palmadas de agradecimiento en la espalda. Vámonos para la casa, dijo entonces papá con voz quebrantada. Esa noche me costó trabajo conciliar el sueño. Y sin poder evitarlo, ahogué mi llanto apretando la cara contra la almohada consciente ya de mi retorno a la vida. La mía y la de mi hermano menor que, fustigado por el deseo de aventura, me siguió en la ejecución de aquel acto peligroso e irresponsable. Cuando por fin pude quedarme dormido soñé que mi hermano Emilio le tenía amarrado un lazo en el cuello a la mula, con la que hacíamos labores de vaquería, la ataba a un árbol desde donde pendía un enorme nido de avispas, destruyéndolo luego de una pedrada. Las avispas salieron enloquecidas enfilando su ataque despiadado contra la mula, cubriéndola por completo. El dolor causado por los aguijones pusieron en estado frenético al animal que, arrancando el lazo, corrió despavorida con el lomo ensangrentando aventándose al río y desapareciendo en él. Por muchas circunstancias vividas supe después el significado que representaba tal imagen para mí. 

4 de noviembre de 2022, viernes. Ciudadela Bonanza, Jamundí.







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