De sangre, pezones y otras sutilezas sexuales.
Hay
cosas que se viven en la vida y de acuerdo a intensidad con que te hacen reaccionar, pensar, hablar, o quedarte callado para siempre, se
prefiere mejor escribirlas en el silencio y la soledad más acordes para salir
victorioso o derrotado. En la mayoría de las veces prefiero internarme en mi
propio castillo de tortura para auto flagelarme. Soy extremadamente despiadado
conmigo mismo. Tengo en cuenta hasta el más mínimo detalle de culpa. Quizá por
eso soy tan cauteloso. Y desconfiado. Cualquier gesto, cualquier risa adivinada
en el rostro de la gente me pone en guardia. Esta forma de ser la fui adoptando
desde niño. Hubo una vez que alguien, una niña de mi misma edad, me dijo eres
un tonto con toda esa cantidad de pelo que te crece y te tapa los ojos. Si
pudieras ver bien notarías que soy bonita. Y si en el mejor de los casos fueras
un niño avispado vendrías hacia mí para mostrarte algo. Al principio no supe
qué hacer. Lo primero que sentí fue un ardor rotundo en la cara. Nunca había
hablado con una niña. Y ella realmente era muy linda. Pero hiriente con sus
palabras. Qué pasa, me dijo. ¿Estás asustado? Me decepcionas. No eres un chico
listo. Insisto en que esa cantidad de pelo en la frente no te deja ver. ¿Te has
visto al espejo? Tu cabeza parece una choza. No me explico cómo es que andas
por el mundo sin dar de bruces contra algo. Sin embargo me agradas de alguna
manera. Eres un espécimen raro. ¿Quieres venir en mi ayuda? Algo se me ha
incrustado en la rodilla. Una pequeña astilla de madera. La siento viva entre
mis carnes. Por más intentos que hago no logro sacarla. Veo la punta asomando
por la herida. Lo malo es que no tengo uñas. Mejor dicho las trisco con mis
dientes. A veces hasta sacarme sangre. Un vicio feo que cogí. ¿Tú cómo tienes
las uñas? Me miré los dedos. Las uñas estaban largas. Y muy fuertes. Pero de
entrada no le dije nada. ¿Oíste lo que te dije?, me dijo ella bastante
agresiva. Si, le dije, tengo las uñas…apropiadas….para lo que…necesitas. Mi
hablar pausado la exasperó más. ¿Qué esperas entonces que no vienes? ¡Estoy en
problemas, cómo hago para que lo entiendas, maldita sea! Empecé a dar pasos
vacilantes. Ella se erguía con una prepotencia aterradora. Ya cuando estuve a
su lado vi su rodilla izquierda y la herida producida por el objeto incrustado.
¡Ahora que la viste sácala, qué esperas!, me dijo poniendo la mano sobre mi
cabeza y haciendo presión para que yo me agachara. La sacada de la astilla no
representó mayor dificultad. Sujeté la punta que asomaba y con el dedo índice y
pulgar halé suavemente temiendo que fuera a gritar. Pero ella ni
siquiera se quejó. Cuando la astilla estuvo afuera en su totalidad la sangre
empezó a manar en abundancia de la herida producida. ¡Me voy a desangrar, que
esperas para evitarlo!, dijo levantando la pierna. Yo levanté los ojos con
signo de interrogación. ¿No sabes detener una hemorragia? ¡Aplica de inmediato
algo sobre la herida, un pañuelo, un pedazo de tela, cualquier cosa, si muero
es culpa tuya! El corazón empezó a latirme con fuerza dentro del pecho. No
tenía pañuelo, no había cerca un pedazo de tela, lo único era sacarme la camisa
para atender la emergencia. Pero ella reaccionó con una frialdad inusitada,
quizás diabólica: ¡La boca, no dejes que la sangre mane sin sentido, aplica la
boca y con la lengua presiona, hazlo ya mismo! Yo obedecí más por el temor a
que fuera a morirse como ella decía que a su reclamo imperativo y acuciante.
Abarqué con los labios el contorno de la herida y con la lengua hice presión
para que la sangre no siguiera saliendo. Pero había momentos en que me cansaba
y al apartar la lengua un chorro potente hacía su aparición dentro de mi boca.
Ella había puesto ambas manos sobre mi cabeza para evitar que yo la apartara.
Por un momento sentí la boca llena del viscoso líquido. Y como adivinando que
fuera yo a evacuarla en el piso apretó más mi cabeza diciendo ¡ni pienses que
lo vas a hacer, trágala, trágala sin que una gota se desperdicie! Con
repugnancia pero poseído por la angustia de tener toda esa sangre en mi boca
empecé a tragarla sincopadamente en un asunto de nunca acabar porque más sangre
seguía brotando de la herida. No sé cuánto tiempo transcurrió en la ejecución
de este ejercicio. Al final fue ella la que dijo basta, ya fue suficiente, iré
a pedirle ayuda a alguien de mi casa, tu trabajo terminó aquí. No supe qué
decir. Me sentí gravitar en otra órbita. Cuando la miré a los ojos ella lo
único que hizo fue soltar una carcajada siniestra. ¡Así es como debes someterte
a las órdenes y exigencias de una mujer, ustedes los hombres son nuestros
vasallos, eso lo han venido resaltando desde el comienzo de la historia de la
humanidad! ¡Pero qué vas a saber tú de estas cosas! A duras penas logras ver a
través del montón de pelo que te cubre los ojos. ¡Ahora largo de aquí, busca a
alguien piadoso que te pase las tijeras por encima! Esa sí que sería una obra
de misericordia. ¿Es que no tienes papá acaso? Su risa siguió dándome latigazos
en la espalda a medida que iba alejándome
de allí. Fue muchos años después, salido de la adolescencia, en que me ligué
con una chica muy bella a la que apenas llevaba veinte días de conocer,
congraciamos mucho, al punto de acordar un encuentro íntimo en su propia
alcoba. Ella vivía con su madre, me dijo que no había problema, la señora nunca
intervenía en los asuntos de la hija. Fuimos primero a una discoteca,
alcanzamos a tomarnos una botella de ron, su deseo de hacer el amor conmigo era
escandaloso, pegaba tanto su cuerpo al mío en cada pieza de baile que la gente
empezó a murmurar con sorna. Le dije que nos fuéramos para su casa para evitar
posibles intromisiones en la escena que desarrollábamos con tanto desparpajo. Tomamos
un taxi no sin antes llevarnos media botella más de ron. Ella vivía en la parte
alta de la ciudad, viviendas de interés social logradas con máximo esfuerzo.
Sacó la llave del bolso, la introdujo en la chapa, y antes de girarla, me miró.
Que te quede claro que no soy una puta. Aquí vivo con mi madre. Este es un
hogar decente. Nunca lo olvides. Yo asentí mirando de soslayo sus protuberantes
senos. Entramos. Un gato enorme y peludo salió a recibirnos. Ella lo tomó con
las manos para llevárselo justo contra su pecho. Le soltó tantas palabras
cariñosas con besos y meloserías de enamorada que hasta celos sentí del minino.
¡Qué afortunado eres recibiendo todos los días estas atenciones calenturientas,
debes conocer al dedillo sus fabulosas tetas y por lógica concatenación muchas
cosas más de su prodigiosa nomenclatura humana! La buena noticia fue que
depositó esa bola ronroneante de pelos encima de un sillón para ingresarme de
la mano directamente a su alcoba. Allí se echó de bruces en la cama diciendo
que la desnudara. Hice lo que dijo poniendo buen cuidado de hacerlo con
delicadeza y finura. Suficiente para sentir la verga tiesa como vara de retén. Cuando
ya estuvo completamente desnuda me pidió que le sirviera un trago. En la mesa
de noche había un vaso plástico de color rojo. Al ver que estaba limpio le
serví una buena cantidad para acabar de
emborracharla. Lo insólito es que se lo vació de un solo envión. Ven, échate
encima, acaríciame las tetas, bésalas, chúpame los pezones y muérdelos, hazlo,
cuando sienta dolor te digo para que pares, me dijo con voz marcadamente
sensual y voluptuosa. Yo me había quitado toda la ropa viéndome el pene que
cabeceaba descontroladamente. Sin embargo tenía primero que hacer lo que ella
me pedía. No me permitió que le besara los labios mientras tanto, concéntrate
en las tetas volvió a repetirme. Yo agarré esas esferas enormes y carnosas como
hizo ella con el gato, le prodigué todas las caricias posibles, besé, chupe y
mordí sus pezones, al principio con delicadeza para evitarle dolor, pero cuando
ella empezó a gritar ¡más duro mordé más duro malparido! el furor invadió todo
mi cuerpo y mordí con denuedo, con una pasión desmedida, sin advertir el
repentino sabor de su sangre en mi boca. Ella ni siquiera se movió estando como
estaba en un estado como de éxtasis absoluto. Fue una voz interna la que me
impelió a seguir mordiendo, a ejercer una especie de canibalismo salvaje para alcanzar ese nivel de placer intenso y
desconocido, madurado por años en mis entrañas. Mordí, mastiqué y tragué su
carne viendo que ella estaba a años luz de la realidad, del dolor terrible que
pudiera estar sintiendo como consecuencia de sus pezones cercenados. Al
apartarme de ella vi la estela seminal desbordándose de la superficie de su
vientre. El mejor polvo de mi vida sin llegar a penetrarla siquiera. Luego de vestirme,
y viendo que ella yacía sin ninguna reacción en la cama, salí por ahí mismo por
donde entré, aprovechando mi paso cerca del gato para escupirle un trocito de
carne que en vano trataba de deglutir.
Mayo
16 de 2021, domingo/09:20 pm)
Nicolás Figue/Vocesdispersas.
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