En busca de una respuesta





En busca de una respuesta

Qué vainas. Eso fue ayer. Me encontré con el Sañudo y me dijo: Vea jovencito, lo noto pensativo, abstraído, fuera de este mundo, mire que casi lo pisa ese carro cuando cruzaba la calle, qué le está pasando hombre, cuente, cuente nomás con confianza a ver en qué puedo ayudarle. La mano de aquel caballero se ancló en mi hombro. Nada, nada señor Sañudo, pendejadas que le dan a uno pero estoy bien, acabo de salir de La Catedral, el encuentro con Dios es urgente en tiempos como estos, de tantas dificultades, pero ahora me doy cuenta que algunos van a presumir de devotos y lo que hacen es estar pendientes de lo que adentro ocurre,  máxime si el que observa es hombre y la que llega es una mujer, ahí es donde compruebo las verdaderas intenciones del supuesto creyente, porque hay degenerados haciendo de las suyas, a sobarse por encima de la bragueta mientras las señoras se inclinan o arrodillan ante el altar, me puse realmente airado, indignado, pero me aguanté por respeto al recinto sagrado, en otra parte, afuera nomás, lo agarro a patadas al desgraciado, es de esta gente que debe deshacerse Dios para lograr que el mundo se vaya ordenando de nuevo. ¿Y usted a qué fue al templo mayor, si se puede saber mijo? El Sañudo me miraba fijamente esperando la respuesta. Soy creyente, le dije, y regularmente voy a misa a reconciliarme con el Señor. ¿No más?, dijo sin quitarme la vista todavía de encima. No más. Bueno, si, estoy pasando por serias dificultades, tengo un trabajo pero la plata no me alcanza, estoy muy endeudado. ¡Ah, es eso, mala suerte producto de las malas energías!, dijo con una insoportable sonrisa de triunfo. Enseguida, adoptando aires de homeópata dominical en trances de agarrar clientela me soltó el discurso: ¡Jovencito, jovencito, si quiere protegerse de malas energías y limpiarse de ellas haga lo siguiente: Tome una rama de artemisa y agregue el jugo de trece limones, añádale nueve cucharadas de azúcar morena, mézclese este contenido muy bien y frótese la piel con esta sustancia. Espere durante diez minutos, luego enjuáguese con agua abundante. Le recuerde que antes de efectuar este procedimiento, bañarse primero con jabón de coco. Y para sacar la sal o mala suerte hágase el siguiente baño: Ponga a hervir agua en una olla grande, una vez haya hervido por algunos minutos, retírela del fuego y vierta las siguientes yerbas: un manojo de artemisa, un manojo de verbena, ramas de paico, hojas de ruda. Una vez dentro todos estos ingredientes, tape muy bien la olla hasta que el agua se enfríe. Añada Sándalo, Abrecamino y Suerte Rápida, todo esto en esencia. Hacer sahumerio mezclado con Palosanto. Como puede darse cuenta la fórmula es sencilla y no le voy a cobrar un peso teniendo en cuenta sus delicadas circunstancias. Pero tiene que ponerle fe. En este asunto todo es cuestión de fe. Sin fe no hay nada. Si usted no le pone fe a lo que hace está llevado del demonio. Lo que le digo es muy serio. Yo no nací para infundirle falsas esperanzas a nadie. Le recuerdo que no soy brujo ni charlatán, lo que sé  lo aprendí de los sabios,  los que saben, los que han desentrañado los secretos de la misma tierra,  gentes humildes y sencillas. Hay gente que sabe cosas. Y el bien y el mal marchan indefectiblemente de la mano. Yo trato de ser útil y servicial con mis semejantes dándoles una ayuda efectiva y desinteresada. Como dijo un personaje de una novela de Andrés Caicedo que usted se sabe casi de memoria, no se trata de "Sufrir me tocó a mí en esta vida, sino de agúzate que te están velando". Obras son amores, las palabras tienen poder, aún así también se las lleva el viento. Yo quedaría muy contento si el día de mañana me lo encuentro de nuevo en esta calle y empiezo a notar el cambio. Anímese hombre, cójale gusto a la vida, no se flajele  usted mismo con fórmulas o teorías incomprensibles para buscarle explicaciones a los problemas. Aquí le digo que todos los conflictos en un hombre de bien tienen un punto en común: la intervención directa o casual de una mujer. Y a usted, amigo mio, se le nota a leguas que viene atormentado por una mujer. Porque me doy cuenta que existe una mujer, en apariencia inofensiva, que está ejerciendo presión para angustiarlo y no dejarlo vivir en paz. El dominio que ejerce sobre usted es enorme, ella es fuerte y usted débil. Ya es tiempo por lo tanto de abrir los ojos y despegar de ese mal. Recuérdelo siempre: una mujer, una sola mujer es la causante de sus diarias pesadillas. Se lo digo yo, que estoy detrás de las causas, los dramas y acontecimientos que intervienen en el deterioro de la persona. Usted está a tiempo de salvarse y su deber es hacerlo sin darle tantas vueltas al asunto como hacen los perros antes de  echarse. De usted depende la dicha o la desdicha. Lo único que tiene que hacer es apartarse de esa mala influencia que le impide la realización de sus metas. A nadie en la vida se le ha prohibido soñar y ser feliz. De lo contrario no tiene caso el haber nacido en este mundo. Y como dijo un colega por ahí, "da la casualidad que este mundo se divide entre los que lloran y los que venden los pañuelos" Es por eso que aprovecho la oportunidad para decirle una cosa importante: No se queje tanto. Con quejarse no gana absolutamente nada. O dígame usted: ¿Ha resuelto algún problema quejándose de todo lo malo que le sucede? Si en vez de estarse quejando actuara como es debido, poniendo mucho de su parte, estoy seguro que los resultados no tardarán en llegar. Héme aquí, un prominente servidor público en uso de buen retiro, a quien el desempeño de altos cargos burocráticos en el estado le permitieron codearse con lo más encumbrado de la política nacional e internacional, empresarios, banqueros, artistas, reinas de belleza, en fin, y que por causas de la mala cabeza cayó en desgracia y por ende llevar del bulto también. Nada es fruto de la casualidad en este mundo. O se es, o no se es, como dijo el fantasma de la ópera, o quien haya sido que sea. La decisión siempre corre por nuestra cuenta paisano, nadie nos lleva al abismo sino nosotros mismos.

¡El abismo paisano, el abismo!
No nos digamos mentiras: todo lo que sea o se haga por necesidad se sujeta inexorablemente a la regla de la dificultad y lo imposible. Y no es que quiera volverme reiterativo con el viejo tema de la falta de dinero. O el dinero no se hizo para mí, o yo no me hice para tenerlo. Hace tiempo que debí entender con claridad esta premisa. Para mí todo ha sido siempre lo mismo. Ni he tenido ni he logrado concretar nunca nada. El dinero que recibo como salario de mi modesto trabajo jamás me ha permitido ir un poco más allá de las expectativas propuestas. Teniendo en cuenta que jamás he recibido lo suficiente para sentirme un hombre satisfecho con el trabajo que realiza. Por lo general siempre me han sujeto a las condiciones del salario mínimo para compensar mis esfuerzos en el plano laboral. Quizás se deba a eso que nunca fui más allá en la conquista de una mujer, alguien por la cual hubiera valido la pena luchar e insistir. Amor y dinero van de la mano. Así te toque bailar con la más fea. "O con la peor es nada", (peyorativo de "peor es nada") como dijo uno de mis primos a quien las mujeres parecían tenerlo sin cuidado. Lo que no entiendo es que cuando más desea uno el "cumplimiento de un milagrito" el destino se encarga de obrar en consecuencia para mandar al trasto cualquier intento de lograrlo. Y no estamos hablando de fe. Tal parece que la fe no tiene velas en este entierro. Y aquello de "Ayúdate que yo te ayudaré", inventado en el gremio de los yerbateros y la chamanería para vender  pócimas y amuletos no tiene validéz por ser una falsedad puesta en boca de Dios por ellos mismos. Eso de que fulano tienen mala o buena suerte es tan relativo como la salida de un bus lleno de pasajeros hacia todas o ninguna parte. Pero si nos detenemos a considerar mi caso el asunto ofrece otro matiz extraño. Para tomar sólo un ejemplo, en estos momentos debo dirigirme al colegio de mis cuatro niños y entregarle a la coordinadora el valor correspondiente a las mensualidades cumplidas para que no me los devuelvan con una nota incordiosa a casa. Son doscientos noventa y seis mil pesos sacados de no se cómo aplazando la solución de otros compromisos pendientes; aquí mismo, en el bolsillo, llevo furiosamente doblados los recibos de servicios públicos por un valor que ni siquiera intento corroborar sabiendo que se quedaron para el próximo mes. Cruelmente fustigado por estas prioridades me dirigí anoche a la casa chancera y le dije con visible temblor en la voz a la mujer que atiende que me hiciera el 260 con la lotería de la Cruz Roja. Con estupor descubro luego en el tablero que salió el 290. Como quien dice, al 6 le dio la gana de pararse de cabeza y dejarme como el ternero...mamando.  El jueves anterior, con Quindío hice el 820 y salió muy clarito el 8120. En este caso de malabarismo numérico se interpuso el 1 entre el 8 y el 2 en clara demostración de que el que juega por necesidad pierde por obligación. Hace unos meses, estando en una situación similar a la de ahora, tuve un sueño curioso que pudo haberme resuelto el problema. En el sueño yo iba caminando por una calle muy concurrida, de pronto vi que se aglomeraba una gran cantidad de gente alrededor de alguien, una persona que acababa de tropezar y caer. Cuando llegué al sitio vi que se trataba de una anciana. Los que estaban allí simplemente observaban sin tomar ninguno la iniciativa de auxiliarla. Me abrí paso hasta donde estaba la anciana mujer resuelto a brindarle alguna ayuda, inexperto como soy incluso en la aplicación de primeros auxilios. Al verme  tuvo ella la impresión  de reconocer a uno de los suyos, pues de inmediato empezó a hablarme con nombre propio. A tanto llegó su seguridad que se aferró suplicante de mis manos tal y como lo haría una madre al ver la presencia salvadora de su hijo. Al darse cuenta de esto la gente empezó a murmurar y dispersarse luego dejándome encargado del caso.  Ahora me hallaba en una situación incómoda, en cierta manera ridícula porque la vieja me tenía fuertemente asido de las manos y me imploraba para que no fuera a dejarla sola. Yo le dije cálmese, cálmese señora, tal vez me confunde, no soy esa persona que usted cree ser, vine aquí atraído por la bulla de la gente, la encontré  caída en el suelo, y como nadie hacia nada, tomé la iniciativa de socorrerla, voy a llamar  un taxi para llevarla al hospital, dígame cómo se siente, qué le duele... Entonces la anciana, medio incorporándose en el pavimento, señaló con los ojos hacia arriba sin soltarme aún. Ahí está, me dijo, observa detenidamente, grábalo bien en tu mente, en la memoria: es el comienzo del camino. Cuando giré la vista para mirar donde la vieja me señalaba, vi que se trataba de una valla publicitaria puesta encima de un edificio. Se trataba del anuncio de un plan turístico con la imagen de una hermosa modelo rubia enfundada en un exiguo bikini de color rojo intenso. Una especie de ola, quizás el reflejo de una porción de mar sirviendo de fondo me refrescaron el alma. Mírala bien, volvió a decirme la vieja, no sea que después te arrepientas. La impertinencia de aquella mujer desconocida me estaba causando ya fastidio, enojo por estar hablándome de esa manera, pero con tal de librarme de sus manos huesudas estaba dispuesto a hacer lo que me dijera. Dirigí la vista hacia arriba de nuevo teniendo la súbita impresión de que la modelo de la valla me guiñaba sugestivamente un ojo. Su belleza irreal empezó a trastornarme por completo, a seducirme por no decir lo menos. Un sol imprevisto iluminó aún más su piel dorada. Finas y transparentes gotas de sudor se deslizaban por su cuerpo. Ahora parecía viva y a punto de bajarse de allá arriba. Asombro. Ansiedad desmedida. Inevitable erección. Ella pareció darse cuenta. "¡No estás viendo lo que tienes que ver, concéntrate en lo principal, en lo que realmente te conviene!", dijo visiblemente disgustada. Me dio rabia su prepotencia, y a punto estuve de dirigirle unas buenas palabras de no haber sido porque algo dentro de la imagen de la modelo empezó a llamarme poderosamente la atención. Alcancé  a distinguir algo parecido a un tatuaje impreso en su glúteo descubierto, posiblemente era a eso que se refería la vieja, así que agucé aún más la vista tratando de identificar los signos.  Efectivamente se trataba de un tatuaje, eran unos números al estilo gótico los que tenía marcados en su piel la modelo. Vi el número 1, el 5 y el 3. La mujer estaba deliciosamente marcada con una cifra, con el número 153. ¡Dime ahora el número, repítelo que quiero escucharlo!, gritó la anciana, y cuando se lo dije, cuando le repetí que era el número 153, ella se enderezó con una agilidad de quinceañera y salió corriendo sin decir nada más. Corrió por la calle ahora vacía hasta desaparecer en la distancia. Cuando quise devolver la vista hacia  la valla, quizás para convencerme, tres golpes fuertes en la puerta me sacaron de la visión y por supuesto del sueño sin que ya no hubiera nada para remediarlo. Los golpes los daba mi madre para avisarme que era la hora de levantarme a trabajar. 
Ese día la idea del 153 me zumbaba en la cabeza como una mosca impertinente. Para acatar el señalamiento del destino jugué el 153 con todas las loterías habidas y por  haber en los registros de azar. Aguardé con impaciencia el día siguiente. El 153 no se dejó ver en ninguna parte. No importa, me dije. El número está ahí, soñado y todo y tiene que salir en cualquier momento. Volví a jugarlo con las principales loterías. Nada. Tampoco salió. Me entró la duda, la desconfianza y la incredulidad. Se me ocurrió entonces poner a prueba la efectividad de los sueños absteniéndome de jugarlo ese día. Lo peor sucedió justamente después, cuando me acerqué por pura curiosidad al punto de juego y la primero que vi, muy claro y reluciente, como la chica de la valla publicitaria soñada, el 153 perfectamente puesto en la casilla principal. El número volvió a salir los tres días siguientes con las diferentes loterías jugadas en el país. Pero como la duda, la desconfianza y la incredulidad ya se habían apoderado de mí, la suerte, simple y llanamente, pasó por mi lado burlándose como el peor payaso de comedia barata.


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