Un sonido lejano traspasa los árboles

Un sonido lejano traspasa los árboles


Un sonido lejano traspasa los árboles. Un sonido que puede ser el de un tambor tocado en la noche. A quien se le ocurre tocar un tambor a estas horas. Quien lo toca debe  ser un hombre viejo invocando su pasado. Un hombre invadido de sombras y melancolía. En su boca estará apretando duro  el grito que lo liberará. No es un esclavo, es un hombre que ha vivido muchos años y ve que su vida se va apagando. Lo sostiene el grito y las manos cayendo sin tiempo en el cuero templado del tambor. Atisbo entre los arboles como intentando descubrir su silueta. Alguna vez, a la orilla de un río escuché algo similar. Venía del otro lado de la corriente. Al rato pasó un nativo impulsando silencioso su pequeña canoa.  Llevaba un racimo de plátano y un niño muerto. Los golpes del tambor caían como latigazos en su espalda. Entendí el dolor del hombre y la expresión vacía de sus ojos. El pequeño cadáver llevaba una especie de pregunta en sus delgados labios morados. A ambos se los fue llevando el río mientras el tambor oficiaba su ceremonia de muerte. Cuando papá me encontró sentado encima de una piedra, yo seguía concentrado en el sonido del tambor viniendo del otro lado del río. Le dije que había visto un niño muerto bajar en una canoa. Entonces papá dijo vámonos para la casa, lo andamos buscando desde hace rato. ¿Desde hace rato?, pensé. Imposible, desde la casa pudieron haberme visto aquí sentado en la orilla. Lo que pasa es que desde hace un tiempo decidí estar solo, escuchar las voces del viento, buscar mis propias respuestas. Desde que cumplí los 18 años cuando  papá me dijo que empezara a buscarle  caminos al mundo me propuse seguir así. Desde entonces no he dejado de andar solo con un atadijo de sueños y esperanzas por el mundo. Porque aún estando en medio de mucha gente el alma es como una sombra buscando siempre tu propia compañía. Por eso entiendo los sonidos dispersos del tambor y el alma que late en las manos que lo descifran.   

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