LA CARTILLA ROBADA


LA CARTILLA ROBADA


En aquellos días de nuestra llegada a Timbio papá se convirtió en un hombre silencioso y huraño. Estaba sin trabajo y se levantaba muy temprano a observar por la ventana el movimiento de la gente afuera, pasando por el parque. Desde la cama lo veía atento y concentrado sin perderse detalle de nada. Tenía al alcance de la mano su pocillo de café recién colado. Daba breves sorbos haciendo  gestos extraños, como si libara un licor repugnante pero necesario. Era muy temprano todavía porque por más que intentaba levantarme yo, el sueño me vencía.  No iba a la escuela todavía pero papá se había tomado la labor de enseñarme las vocales y los números. Para tal fin tenía una cartilla de primer año que encontró en un cuarto cerrado donde había cosas guardadas.  A ese cuarto no podíamos acceder debido a que era el único lugar de la casa reservado al propietario de la misma. Quien fuera esa persona nunca la vimos pero fue papá quien nos dijo que dentro del contrato de arrendamiento el cuarto quedaba por fuera de todo uso. Y para que no insistiéramos en fisgonear por las rendijas mamá nos dijo que allí se encontraba una persona de mal aspecto que quizás estuviese muerta. Eso nos produjo pánico al principio y terror después, sobre todo en las noches, pensando que esa persona saldría en cualquier momento con aspecto siniestro para asustarnos o devorarnos. Hasta que una mañana, después de que papá se cansó de estar viendo por la ventana, y yo simulaba dormir plácidamente junto a mis otros hermanos, vi que  puso una mesa junto a la puerta del cuarto buscando penetrar por el único espacio disponible entre la pared de encima y el borde superior de la madera. El hueco parecía estrecho pero cuando la cabeza, los hombros, los brazos, la espalda y el resto del cuerpo de papá fueron desapareciendo comprobé que era lo suficientemente grande para pasar tanto de afuera hacia adentro, como de adentro hacia afuera. O sea que el cadáver podía hacer lo  mismo pasando las veces que quisiera para reunirse con nosotros mientras dormíamos. Sentí un temor muy grande por papá ahora allá adentro reunido con el cadáver. Esperaba a que de un momento a otro fuera a gritar o a pedir auxilio. Observé a mamá, a mis hermanos, todos durmiendo a esa hora, pero no fui capaz de emitir una sola palabra para alertarlos. Sólo el ruido de los pasos yendo de un lado hacia otro acomodando o desacomodando objetos adentro. Al cabo de unos minutos que para mí fueron eternos la voz de papá se escuchó fuerte e imperativa: “¡Mija, mija, acérquese a la puerta!” Mamá se despertó sobresaltada y yo le dije está adentro, en el cuarto. Cuando mamá llegó y le dijo ya estoy aquí él le pidió que se subiera a la mesa para que le recibiera algo. Mamá puso una silla primero para encaramarse en la mesa y empezar a recibirle a papá libros, una cantidad de libros primero y una máquina de escribir después. Todo lo fue acumulando ella en la mesa hasta que papá le preguntó si quedaba espacio para poner los pies. Espérese, le dijo mamá, voy a quitar todo para que pueda bajarse sin inconvenientes. Puso ella los libros y la máquina de escribir en el piso y enseguida papá volvió a aparecer de nuevo sano y salvo aunque con mucho polvo y telarañas pegadas en la ropa. Papá volvió a asomarse muy rápidamente a la ventana diciendo “si alguien golpea a la puerta no abran, quédense en silencio” Obviamente nadie nos tocó a la puerta y papá tuvo el tiempo suficiente para desempolvar los libros, la máquina, que parecía estar en buen estado, organizar la mesa lejos de la ventana y ponerse a leer y escribir. Desde ese día empezó a escribir mucho, casi todo el día, sin pensar en nada más, ni siquiera en salir a comprar lo de la comida, era mamá la que iba a la tienda y traía pan, arroz, papas, lo que se necesitara para nuestra alimentación. Pero papá no trabajaba como los otros señores que salen temprano de sus casas y llegan tarde o de noche con aspecto cansado pero con la satisfacción del deber cumplido. A papá el cuento del trabajo parecía no caerle bien, yo lo veía muy grande y muy importante como para llegar a tanto, para él la vida consistía en pensar mucho, en desmenuzar asuntos y reflexionar sobre la humanidad como los antiguos filósofos,  papá tenía la capacidad de dar respuestas precisas y nunca mostrarse equivocado en sus teorías o planteamientos. Muestra de ello es que mamá nunca lo contradijo en nada y sólo escuchaba con el abstraimiento propio de estar al frente de un ser superior por el que sentía y manifestaba sincera idolatría. El sonido de la máquina era la única comunicación que sostenía con nosotros. Mamá estaba muy atenta a que nada de lo que hiciéramos lo perturbara o interrumpiera su concentración.  Tienen que ser considerados con él, nos decía, dense cuenta que ni siquiera se acuerda de comer o de ir al baño. ¿Y que es eso tan importante que hace?, me atreví a preguntarle, y ella, mi madre, como tratando de ubicarse en el espacio y el tiempo simplemente respondía cosas, cosas muy importantes que ustedes no entienden. Y como de veras no entendíamos dejamos de preguntar sin olvidar desde ya que la culpable de todo era esa máquina de escribir embrujada que le había quitado al espectro que habitaba en el cuarto cerrado. El problema fue cuando una tarde desocupó la mesa, guardó la máquina en una caja de cartón, y de entre los libros sacados del cuarto me presentó la cartilla con la que, según él, yo empezaría a ser un hombre de bien. Alguien ilustrado y sobresaliente en la vida. Fue mi primer contacto entonces con las vocales y su correspondiente ilustración: Ala, Enano, Iglesia, Oso, Uva. La pesadilla para mí apenas empezaba. Papá asumió su papel de instructor con todos los requisitos y facultades de que es dotado un verdadero pedagogo en su misión de enseñanza con los alumnos. Ahora ya no podía dormir mucho, él se encargaba de despertarme con un sacudón diciendo tienes una responsabilidad que cumplir hasta cuándo piensas seguir echado en ese colchón. Esas eran sus primeras palabras. Me asustaba mucho porque no parecía mi papá sino otra persona acabada de llegar para exigirme mis deberes.  Yo me frotaba los ojos para ver mejor pero al observar a mi padre parado junto a la cama, demasiado adusto y severo instándome con mirada fría a que me levantara sin pérdida de tiempo, lo desconocí por completo. Ese no era mi padre, era otro señor que venía a desquitarse de algo que yo no me acordaba haber hecho. Quise decírselo a mamá pero ella simuló dormir todavía y no me atreví a despertarla. El hombre que era mi padre me señaló la dirección de la mesa donde había un cuaderno, un lápiz y la cartilla robada. Empecé a caminar con paso vacilante pero un súbito empujón me impulsó con celeridad. “¡Siéntese!”, dijo papá tomándome de los hombros y colocándome con fuerza en la silla. Luego, señalándome lo que estaba en la mesa apostrofó: “Esto es un cuaderno, esto es un lápiz, y esta una cartilla. En el cuaderno va a escribir, y en esta cartilla va a conocer las vocales y las consonantes, con eso se forman frases, palabras, oraciones. Yo me encargo de que aprenda a distinguir unas de otras y después pueda leer, leer, leer, porque de eso se trata el aprendizaje, que lea, lea, lea como hacen todos los niños de su edad que asisten a la escuela” Y a medida que me repetía las palabras me sacudía la cabeza con sus dedos extendidos. Yo nunca le contestaba nada, simplemente escuchaba y observaba lo que me iba diciendo. Pero lo que sí me dejó fascinado por completo fue ver las ilustraciones de la cartilla, todos esos dibujos que mostraban el mundo, o parte de él, allí era posible ver casas de diferentes estilos, paisajes con árboles, montañas, ríos, lagos, embarcaciones, personas y animales, con mi imaginación de niño empecé a viajar de inmediato e internarme por todos esos lugares, lo que nunca antes había hecho y me sentía feliz, demasiado feliz como para querer regresar a la realidad pero ésta, la realidad estaba demasiado cerca y me despertó con una palmada certera en la cabeza. Era mi padre que, al borde de la impaciencia, me indicaba con el dedo puesto en la página la primera vocal para que la reconociera y la anotara en el cuaderno. “A, a, en mayúscula y en minúscula, mírela bien, apréndasela, grábesela en esa cabeza, A A A, a a a, así como está puesta y escrita aquí en la cartilla, a ver, pronúnciela, dígamela y cópiela en el cuaderno”  En mi cerebro confuso bullían mil cosas a la vez, aún estaba embebido por el descubrimiento de los dibujos y lo único que quería era pasar las páginas para seguir viendo más. El tirón de una de mis orejas y su consecuente dolor me hicieron dar un leve quejido. “¡A, A, A, ésta es la A, ésta es la A cabeza hueca, la A maldita sea!” Con los gritos mamá se levantó alarmada: Qué es lo que está pasando con el niño. Y la respuesta inmediata de papá: “Con el niño no pasa nada, que es un haragán y no le interesa aprender lo que trato de explicarle, nunca pensé tener hijos rudos, torpes, escasos de esto, de materia gris, qué pérdida de tiempo, maldita sea!” Mamá que era tan sumisa sacó valor para decirle es que eso no está bien así, apenas está aprendiendo  y el método que utiliza no es el apropiado, si no quiere verlo en la casa mándelo entonces a la escuela así pequeño como está, pero lo mejor es que sea todo a su debido tiempo, no le imponga ni le exija tareas que todavía no es capaz de cumplir a cabalidad, déjelo mas bien que aprenda por sí mismo dándole esa cartilla y ese cuaderno, yo me encargo de su disciplina y que lo que vaya descubriendo lo aprenda y asimile sin imposiciones agresivas, es su hijo, suficiente para saber que parte o mucho de su propia inteligencia la tendrá para desenvolverse en la vida” Papá no dijo nada pero en sus ojos había un brillo de ira contenida. Mamá me abrazó muy  conmovida con sus ojos anegados en llanto. Desde el rincón donde tenía guardada la máquina la voz de papá resonó: “Es lo único que me faltaba, que la mamá le secunde y alcahuetee la vagancia a este mocoso”  Nunca pude entender lo que estaba pasando, a papá de alguna manera le disgustaba mi desatención y protestaba por ello, pero él jamás entendió que mi interés iba más allá, no sólo en el reconocimiento y aprendizaje de una sola letra, sino del contenido total de la cartilla. En ese momento quise conocerlo y memorizarlo todo sin perderme detalle de nada en absoluto porque algo adentro, en mi cabeza, me permitía hacerlo. No culpo a papá, él hizo lo que le parecía correcto y quiso esmerarse en su intención de enseñarme debidamente. Al único que culpé con todas las fuerzas de mi corazón fue a esa persona que se encontraba oculta en el cuarto cerrado y al hecho también de que papá haya penetrado en su interior. Fue ese monstruo el que permitió que papá sacara esos libros y esa máquina y lo fuera transformando en la persona que no era. 

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