Gato invasor





Como siempre el gato, el mismo gato de ayer, de antier, de todos los días, haciendo de las suyas en nuestro patio. Al principio creímos que era eventual. Que se trataba de una visita casual con una necesidad inapelable encima. El gato dejó su recordatorio y se fue. Carmen con los nervios de punta; detesta los gatos y le produce náuseas lo demás. Y es que algunos gatos tienen precauciones a la hora de depositar lo suyo. Están incluso los que tapan con tierra para no desatar futuras venganzas. Pero este gato nos tiene demostrado que quiere una guerra con nosotros. Una guerra de palos de piedras de agua fría caliente de antorchas encendidas lanzadas desde la ventana, en fin, con nosotros se muestra dispuesto a todo y por eso no cesa sus ataques cuando más plácidamente dormimos. En esta tónica llevamos más de un año, el gato con lo suyo y nosotros con nuestra impotencia. Si Carmen se levanta primero soy yo el que pregunta: ¿Vino el gato? Si escucho un gruñido, casi de gata furiosa, es porque el intruso asistió puntual dejando en el mismo sitio su óbolo fecal. Si soy yo quien primero se levanta es Carmen la que pregunta desde arriba: ¡No me digas nada, por tu silencio me doy cuenta que el desgraciado estuvo anoche otra vez! Nunca falla. A Carmen la pone de mal genio y a mí con ganas de poner la casa en otro sitio. Nunca se me ha pasado por la cabeza matar un gato. Ni una mosca ni una gallina para ser honestos. Pero hay un gato, un solo gato de entre los millones de gatos que existen en el mundo que me está colmando la paciencia y por ende azuzando mi instinto destructivo. Ese gato es como un pequeño demonio de pelaje claro con manchas amarillas y patas muy mullidas adentrándose en mi casa y cometiendo su fechoría. Pero como no quiero llegar a tanto he recurrido a todo tipo de recursos para detenerlo, desde colocar una escoba detrás de la puerta como se hace para espantar las visitas indeseables, regar el piso con creolina pura, encederle una vela a Santa Catalina, amarrar un manojo de limoncillo y colgarlo con una cuerda ahí donde se desocupa sin pudor el mequetrefe, regar tachuelas en su camino como se hacía en las manifestaciones del primero de mayo entre militares e izquierdistas, pero nada, el gato se las ingenia para evadir éstas y otras celadas inocentes que nunca lo detendrán en la consecución de su objetivo. A punto estoy de darme por vencido. ¡Tienes que matarlo!, me grita con afán una voz interior. No, no, no, me digo, tiene que haber otra otra forma para que el gato entienda. Tal vez si le propongo unos diálogos de paz como en la Habana... Pero si son como los de la Habana tendríamos que estar sentados por muchos años y mientra tanto el conflicto seguiría vivo. Las cagadas seguirían repitiéndose. Si alguien de buen corazón quiere salvar al gato de una catástrofe anunciada, recibo sugerencias y recomendaciones para al menos detener temporalmente su avance y que no la siga cagando mientras tanto.

Ricardo Figueroa-escribidore17.blogspot.com-la máquina de escribir

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