La prodigiosa época de los 70s.

 "(...)Me siento bien cuando escribo, mejor cuando termino, pero bastante inutilizado cuando no le puedo dar uso a mi obra. (..) Espero que esta carta te llegue rápido. Yo creo que mejor me contestas a Houston. Que goces tu estadía en Cali, Rosarito. ¿Cómo has visto las cosas en el Cine Club? Anda una noche al grill Cabo Rogeño, en la carrera Octava. Es un sitio muy bonito, con nice people, y toda esa música que oímos esa noche en New Orleans. No te vayas a ir de Cali sin haber oído esa música, que es riquísima. Estoy consiguiendo muchos libros".


En esta carta enviada por Andrés a su hermana Rosario desde Los Ángeles, el 7 de agosto de 1973, notamos la presencia siempre inquieta del escritor alrededor del cine, los libros y la escritura. Andrés no quería perder un minuto de su vida sin estar alerta a estos temas que eran los que más le interesaban pese a las dificultades económicas por las que atravesó en procura de resolver sus proyectos, con sus guiones de cine bien escritos pero injustamente rechazados, sus cuentos, su novela, y el entusiasmo siempre manifiesto por la música. Cuando uno vivió la década de los setentas, por ejemplo, en mi caso, lo que más me entusiasmó fue la música, la salsa que se ponía en auge con las grandes orquestas y agrupaciones del momento, Richie Ray and Bobby Cruz, Héctor Lavoe, La Fania, el Gran Combo de Puerto Rico, Ismael Rivera, Alfredito Linares, Nelson y sus Estrellas, en fin, ritmos y melodías que le ponían a uno el ánimo frenético al ser escuchados en la radio y en los grilles los fines de semana, que era cuando la gente se reunía a castigar baldosa en forma. Yo me pegué mis escapadas a esos sitios que, al decir de mis padres, eran "sórdidos", propios del lumpen, y aceptando una que otra cerveza de los compinches de perdición, nos tirábamos a la pista a competir con los profesionales del paso marcado. La influencia del ambiente de Cali nos llegaba con la música y con la forma de vestir: pantalón de terlenka bota campana, zapato de plataforma, camisa de cuello largo resaltado con ribetes bordados, abiertos los botones a medio pecho. La sensación era cuando las chicas de nuestra edad, y con alcances peligrosos para la rumba se nos unían sin exigir más que una soda bien fría y masticando el infaltable chicle de menta. A veces uno salía de allí con novia, estableciendo además el ineludible compromiso de la próxima rumba y darle más vuelo al romance. Los demás días, por la noche, uno se sentaba en una banquita puesta afuera de la casa a ver pasar la gente y ponerse a escuchar en el pequeño transistor las baladas de Camilo Sesto, Leo Dan, Gigliola Cinquetti, Elio Roca, Adamo, Yaco Monti, pensando en esos amores furtivos, a veces esquivos, de los que uno nunca pudo librarse. Por aquel tiempo yo era un muchacho demasiado tímido a quien le costaba sostener un diálogo fluido y productivo con la chica de ocasión, prefiriendo la mayoría de las veces escribirle largas cartas en hojas de cuaderno para que me fueran conociendo mejor, tal y como yo era en realidad. Las cartas nunca fallaron, y así mismo lograba uno que le contestaran en los mismos términos y con la intensidad deseada. Esos son los recuerdos que tengo de esa prodigiosa época de los setentas donde sí me hubiera gustado haber conocido más de libros para haber conseguido muchos, como sí lo hizo Andrés.

Octubre 27 de 2022, jueves. Ciudadela Bonanza, Jamundí.






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