Fragmentos de un diario.



02.03.2009/19:40

Ríete. Tuve un sueño disparatado "desde todo punto de vista concebible". El alcance, más insólito aún: dejo a tu imaginación los pormenores de tan ¿insospechadas? escenas... Aún no acierto a comprender el porqué me atrevo a decírtelo. No debería, ¿cierto? Ya sabes: diecinueve años de ausencia, de distanciamiento, de silencio absoluto. Pero fue...agradable. El sueño, quiero decir. Quizás no tan disparatado del todo, teniendo en cuenta que alguna vez sucedió... ¿Coincidencias? ¡Digo, por lo que me contaste la otra noche! Me declaro inocente.

02.03.2009/20:10

Lo admito: fue un truco. Lo del sueño. Una sutil patraña. Quería probarte, y lo logré. Te fue difícil ocultar ese gozo interior que te invadió de pronto. Quisiste saber los detalles. "Cómo fue, qué pasó". Yo hecho el conturbado. El que por algún natural pudor se abstenía de revelar las incidencias del caso. "¿En qué lugar de la casa te encuentras en estos momentos?". Un buen comienzo para ir estableciendo (¿recuperando?) rangos de intimidad. Tu respuesta: "En mi cuarto, descansando. Llegué hace apenas media hora. Mentiras, un poquito más (risas)". Qué bien, qué bien, ya estás ahí, en el mejor lugar de la casa, justo ahí donde es posible que me hables confiadamente, sin temores, sin sobresaltos, hablarme cuanto quieras. "Es el mejor momento del día, ¿verdad? Llegar uno a lo suyo y no hacer otra cosa que consentirse, mimarse, tirarse en la cama a no pensar en nada, a creer que ya no existes para el mundo". En tu caso, quise decirte, a pensar lo que se te venga en gana, quitarse la ropa y echarte libre y desnuda en esa cama, sintiendo o acechando mejor el arribo de la más leve sensación. Estando solos termina uno masturbándose, qué mas. "¿Qué tanto hay en tu cuarto?". Importante saberlo. De qué puede rodearse una mujer soltera, sin compromisos, y que bordea deliciosamente la cima de los cincuenta años. "¿En mi cuarto? En mi cuarto está todo, quiero decir, lo mío, lo que me pertenece, mis cosas: el televisor, el DVD, el sistema de música, no muy grande pero de excelente sonido, mis discos. A veces escucho música hasta bien tarde, o si no me pongo a ver la tele. ¡Ah, y también me pongo a pensar en alguien por ahí que, sin quererlo, me quita el sueño!". Nuevamente risas. Alguien que te quita el sueño. Entiendo. Ya me lo dijiste la vez pasada que nos escribimos. Me piensas y me sueñas. Las imágenes muestran muestran a un hombre que quiere hacer el amor contigo. Tú consientes, estás dispuesta y lo deseas de verdad. Pero al final, algo falla. Nunca encuentras el final final. Ahora te he dicho que yo si lo he logrado. La idea no es del todo descabellada. Si yo te dijera ahora mismo que podríamos darle a esos sueños una vía de escape, estoy ciento por ciento seguro que lo admitirías sin reparar en tus condiciones y en las mías. Me lo dijiste tú misma a propósito de lo que somos y representamos dentro de esas condiciones que nos rigen: "Yo no quiero convertirme en un riesgo para nadie, menos atentar contra algo tan delicado como...tu hogar. Yo respeto mucho eso, no soy capaz de llegar a límites tan extremos. Las cosas ya son así, qué le vamos a hacer... Me tocó estar así, llevar mi vida de esta manera, sobrellevando en el alma, en el corazón, el peso de una ilusión que ya dejó de ser". De ser, mas no de existir. Sólo eso faltó que me dijeras. Eso lo sabes de sobra. Nunca has dejado de pensarme, de quererme a tu manera. Y nunca has descartado culminar eso que alguna vez dejamos empezado. Lástima que yo haya tenido tan poca experiencia en el trato íntimo con las mujeres. Estaba muy joven. Y nunca estuve tan cerca de una mujer como lo estuve contigo. Antes que dejarme llevar por el placer, me invadía el susto. Comprensible: estaba poseyendo a mi prima, a esa mujer a la que por muchos años intenté convencer para que no actuara como tal. Yo quería una mujer real de carne y hueso, nada que me ligara con la sangre de mis ancestros, esos que se paseaban por el patio en la oscuridad de la noche y me raspaban el vidrio de la ventana con uñas de hielo. Pero la idea de abrirme paso en tus entrañas me golpeaba más fuerte, encendiendo mis sentidos hasta límites intolerables. La primera vez fue un fracaso, lo admito, nada cooperó para que las cosas salieron debidamente, como queríamos. Claro, estábamos en la casa de F., invadiendo su sala, aprovechándonos de la generosa hospitalidad. El abuso era evidente. Sospechando lo que estábamos a punto de hacer, M. se despidió de nosotros y dejarnos solos. El frío a esas horas de la madrugada era pavoroso. Y aunque estábamos ebrios, la sensación de estar cometiendo un delito nos atenazaba la conciencia. Al irse M. y quedar nosotros en penumbras, empezamos a abrazarnos, a besarnos como locos, a buscarnos con las manos, con la piel, con el cuerpo. También a luchar con cierres, correas, botones, todo eso que se nos resistía a ceder para entrar en el paraíso. Echamos los cojines de los asientos al piso, nuestros cuerpo convulsos por fin encontraron un poco de comodidad. Ya prácticamente sin ropa, el frío se ensañó con nuestra propia humanidad desprotegida. Un hálito como de muerte nos envolvía irremisiblemente obligándonos a desistir de todo empeño. Aún así yo sacaba arrestos para convencerte de mi amor y de la necesidad que complacerte. Pero cuando intentaba traspasar "el umbral sagrado de tu jardín deleitoso", algo más fuerte que el ladrido de tu perro guardián me impedía avanzar favorablemente. Entonces me di cuenta que te habías negado a quitarte del todo el yin, impidiendo libertad a tus piernas. Con mi inexperiencia de por medio, y unas rodillas obsesivas ofreciendo toda clase de resistencia al intento de penetración, el acto se estaba convirtiendo en un suplicio. Y más cuando intervinieron algunas lagrimas tuyas reprobando de plano tu inusual conducta. Por supuesto nunca consideré que te hubieras rebajado al nivel más bajo sólo por complacerme. En ese momento te amaba y era muy sincero y honesto contigo.  Y si las circunstancias habían propiciado entre los dos un encuentro íntimo era porque la atracción era mutua y queríamos conocer algo distinto de todo lo que nos brindaban nuestros propios sentimientos. ¿Y qué sacamos con el intento? Lágrimas, llanto y arrepentimientos. Y una frustración muy grande de no haberlo hecho como realmente queríamos. Por eso te digo que el pudor no sirve de nada cuando los deseos son más fuertes y dan valor para superarlo. En ese tiempo estaba leyendo  un libro de Jacqueline Susan, El valle de las muñecas. Recurro ahora textualmente a un pasaje del mismo para explicarte luego algo sencillo: "(...)Fuimos de un lado para otro: Kansas City, Chicago...lugares donde no pudieran localizarnos. Yo llevaba una peluca negra. Después fuimos a California a pasar una semana y...lo hicimos. Anne, es estupendo. Tan amable, y me quiere... Me quiere por mi misma. Se quedó atónito cuando me vio las tetas... Siempre pensó que eran postizas. No ha visto ninguna de las películas que rodé en Europa, Anne, es el primer hombre que me quiere por mí, no exclusivamente por mi cuerpo. Y se mostró tan tímido. Al principio le daba miedo tocármelas, pero le he tenido que enseñar, y ahora... ¡uuuh!. -Ha descubierto el sexo-dijo Anne, con una sonrisa"
Justo a eso me refiero, a lo que se debe sentir antes y después del sexo. Anteriormente se nos enseñaba que el sexo era sucio y pecaminoso. Y eran los sacerdotes, en primera instancia, quienes con más ahínco lo pregonaban desde el púlpito. Nunca, hasta ahora, supimos que muchos de esos sacerdotes practicaban lo suyo con castos e inocentes niños a quienes forzaban y sometían sexualmente. La debilidad por la sodomía los convertía cada vez más en seres humanos idénticos a los demás. Yo no juzgo a un sacerdote por expresar de la manera que quiera, sus predilecciones en el plano sexual. Cada quien hace de su vida lo mejor y peor que le apetezca. Lo que no comparto es la falsedad y la hipocresía. Pero sobre todo esa doble moral con que pretenden llevar las ovejas del rebaño a su redil. Juzgan y condenan con el poder y la autosuficiencia del que no le debe nada a nadie. Eso si es sucio y pecaminoso. Una ofensa grave a Dios. Para mí, sinceramente te digo, fue algo muy complicado descubrir el sexo. ¡Uf! Si no habían correas, botones y cierres a granel, se interponían lágrimas y rodillas ejerciendo férrea resistencia... Eso sin contar con los cojines mal ubicados y resbaladizos en salas ajenas de última hora... Volviendo al caso, esa vez no pudimos hacer nada. Yo no pude hacer nada. Me quedé con las ganas. Al principio la tenía tiesa y erguida como vara de retén. Después, ante el desespero y la fatiga de todos esos intentos fallidos por encajarla en el lugar debido, el tallo fue perdiendo consistiencia hasta quedar marchito, doblado y mirando al suelo como girasol de florero. Lo peor vino después, cuando miré el reloj y vi que faltaban 20 minutos para las seis. Daba la casualidad que a las seis de la mañana tenía que presentarme a trabajar en la planta para empezar un turno de doce horas... ¿Te imaginas? ¡Doce largas e interminables horas sin haber dormido nada! Y soportando encima un guayabo descomunal que ya me estaba haciendo perder hasta el sentido de la orientación... La pesadilla apenas comenzaba... Para colmo, en medio de esa confusión, te dije, te supliqué casi, que fueras a visitarme después del mediodía, la gente se iba, quedaba yo solo. Llévame, te dije, algunas frutas. Uvas, peras, manzanas. Como si en vez de estar trabajando, estuviera recluido de gravedad en una clínica. Trabajé 12 horas seguidas con el corazón lleno de congoja. No fuiste al mediodía, pero me llamaste. Aún por el teléfono me quedaba fácil adivinar que tampoco era un buen día para ti. Quedamos de vernos a las siete allá mismo, en casa de F. En Pasto todas las distancias son cortas. Sin embargo el sueño y el agotamiento me vencían. Y más que el sueño y el agotamiento, la vergüenza de llegar de nuevo a poner la cara a mi hermano y al resto de la familia por la profanación cometida. En esos momentos estarían pensando lo peor de nosotros. Nunca iríamos a convencerlos de que allí, por más que bregáramos, no pasó nada, absolutamente nada... Así que me fui derecho para mi apartamento de Los dos Puentes a hacer lo único razonable que me quedaba efectuar como ser humano: dormir, dormir, dormir profunda y desoladamente sin acordarme de nada, ni siquiera de pensar que estuve a punto de poseerte en nombre de... ¿De la amistad tan linda que nos unía por encima de cualquier otra diferencia y sentimiento? Porque hasta ese momento nos había quedado muy duro hablar del amor. El amor era una cosa muy seria y nosotros andábamos más bien persiguiendo otras imágenes, quizás otros ideales... Sólo que en ese trayecto nos salió al paso la casualidad y como dos entusiastas exploradores nos lanzamos a la aventura.




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