Un ventrílocuo con sueños de paño azul

 

El día domingo 14 de mayo de 1989 la Revista Cultural RETO del Diario del Sur publicó un cuento del joven escritor Alfredo Villarreal a quien conocí en el Taller Literario "Técnicas del Minicuento" realizado ese mismo año, 16 de junio, en la Universidad de Nariño, Extensión Cultural. Durante esa participación en el Taller dimos a conocer nuestros primeros trabajos  literarios lo cual despertó interés y admiración entre los asistentes, entre ellos Alfredo. Vinieron las preguntas de rigor, qué tipo de lecturas eran las que más nos gustaban, cuánto tiempo llevábamos escribiendo, en fin, una charla amena que dio origen a una inmediata amistad. Así fue como me enteré que mi amigo ya tenía participaciones en concursos locales y departamentales, con cuentos y ensayos, algunos premiados, teniendo por demás el privilegio de la publicación en los periódicos de la ciudad. Fue así como pude conocer y obviamente leer el cuento "Un ventrílocuo con sueños de paño azul" publicado en la Revista Cultural del Diario del Sur, y en cuya presentación se lee lo siguiente:

ALFREDO VILLARREAL, (Pasto)

Incursiona en el mundillo literario del sur, con talento, vocación y un cuaderno de sueños y hojas sueltas. El año anterior, en la Convocatoria de la Fundación "Morada al Sur" en torno al  centenario de "La Vorágine", logra ocupar el primer y único lugar, gracias a la calidad de su ensayo "GENTE DEL SUR EN LA VORÁGINE". Recientemente, en el 1er. Concurso Departamental de Cuento, organizado por el Taller Literario del INEM de Pasto, obtuvo la PRIMERA MENCIÓN ESPECIAL con su cuento "Un ventrílocuo con sueños de paño azul". En el texto abundan los trasfondos de las imágenes oníricas: "Descolgó de lo alto la luna..." La prosa poética fluye sin complicación alguna. Utiliza un lenguaje denso y a la vez permeable a toda sensibilidad lectora que se convierte en cómplice inmediato de la soledad de las mujeres y de sus sueños complicados o elementales: "...Nos extendíamos en nuestros sillones y aceptábamos que Chopin nos levantara las faldas de cartón, deshabitándonos, multiplicando sus dedos de ebonita y haciendo signos en nuestras islas todavía de niñas..." Hasta que le da razón a Alfredo: ha de admitir su destino irreversible y deliciosa tiranía: el ser un ventrílocuo, como el mismo lo reconoce: "...HAGO VOCES VENIDAS DE OTRA PARTE..."

Tuvimos largas conversaciones con Alfredo acerca del arte de escribir y los motivos que nos impulsaban a la creación literaria, sea por medio del cuento, o la novela corta. Sus teorías no tenían mayor complicación: se escribe porque la gente vive una realidad equivocada, decía, y la verdad, la gran verdad de nuestra existencia, está al otro lado del espejo, es subjetiva, surrealista, y por lo tanto más llena de riqueza y fácil de descifrar. Cuando leí su cuento, Un ventrílocuo con sueños de paño azul, me convencí de lo que estaba diciendo. El mundo que explora está llenos de imágenes, de símbolos, de sueños cruzados y voces que siendo de otra parte, son tan cercanas y cargadas de significados, que sólo una sensibilidad exquisita las detecta. Quiero  rendirle un homenaje a ese amigo del que nunca volví a tener noticias (35 años ya), nacido en Pasto, mi tierra, trayendo para mis lectores ese cuento que nunca ha dejado de impresionarme grata e intelectualmente. Tomo entonces esta revista, la que conservo celosamente dentro de un cajón, "con noticias apolilladas, aunque para mí siempre nuevas, al punto de poder recitarlas de memoria", para deleitarme, como ya una vez lo hice delante de su autor, con el magnifico cuento que a continuación transcribo. 

Un ventrílocuo con sueños de paño azul

Por: Alfredo Villarreal

La casa era verdaderamente inmensa. Tan inmensa que lograba burlarse de nosotras haciéndonos creer que éramos grandes. Si el mediodía entraba, y aunque disfrazado de "nueve y cuarenta y cinco", nunca era capaz de volver a encontrar la salida. Podía sucedernos a Raquel y a mí que, cansadas de esa obligada lealtad, nos diera por hacer de sus corredores, otro laberinto del rey Minos. Llegábamos a perdernos hasta tres días seguidos. Sin embargo, al encontrarnos, cada cual prometía no volver a separarse, mejor, no arriesgar un solo paso más. Nos aterraba la idea de malgastar tantos caminos que un día, quizá, quedaríamos sin pies. Vivir en un lugar que nunca se ha limitado no deja de brindar sus ventajas. Teníamos tantos espacios que bien los ocupábamos como  galerías de recuerdos o para almacenar sueños. Así fue como pudimos clasificarlos en sueños de estío o  sencillamente estacionarios. También ofrecía la oportunidad de vivir extravagancias particulares. Recuerdo cuando hicimos instalar en el huerto, por obreros experimentados, una auténtica selva tropical. Estábamos tan empecinadas en su legitimidad que incluso la arrendamos con una luna siempre llena, la pendimos en el horizonte y procuramos que diera la impresión de recién nacida. Aún guardo la imagen de Raquel gritando: "¡Está caída hacia la izquierda, súbala, súbala un poco más! ¡Ahí!" lo que sí resultó difícil fue que Raquel acudiera a la plantación de una laguna donde se pudiera mirar pececillos de piedra jugando a la libertad, Pobre, hasta razón tendría: pues bien caros que resultaron el chimpancé melómano, la lechuza miope o la loba de arcilla en periodo de celo.  Todavía más el enigmático titiritero de paño azul: que al igual que un director de orquesta ordenaba acompasadamente con su batuta los movimientos de sus marionetas. Y nosotras desde el palco (únicamente desde el palco) observábamos levantarse el telón  y poco a poco la selva se hacía de movimientos, de sonidos vivos pero a la vez muy nuestros. Cuando más excitados creíamos estar el telón caía violento y había que esperar hasta la próxima función, ya que únicamente se presentaban dos en el día: de matiné y vespertina. Mientras tanto aceptábamos volver a mentirnos. Corríamos a pintarnos con crayones sonrisas de carmesí y brillos en los ojos. Esperábamos sentadas en una piedra de nácar que pase la hora que menos nos doliera para ir a mirarnos, no en espejos sino en paredes pintadas con cal, de la sombra hacia adentro. Bien sea como Raquel detrás del bastidor, tizando poemas sin verbo para sus relojes de pie, de caja o de salto. Robando sus horas, escondiéndolas entre sus senos sin pezones. Todo por darles una oportunidad a sus mariposas nocturnas, a ver si eran capaces de arrancarse el alfiler y dejar de oler a icopor. A pesar que ella terminaba llorando cuando la Erasmia o la Zigaena Filipendulae escapaban por encima de su incredulidad. En ese caso arrullaba sus muñecas españolas, como si estuviera adormeciéndose a sí misma; era la hora justa en que el gramófono debía sonar al ritmo de "la marcha fúnebre". Tomaba los diarios con noticias apolilladas, aunque para nosotras siempre nuevas, y las recitaba de memoria: Isadora Duncan ha bailado en Moscú y en presencia de Lenin, ¡Oh, la picaresca procreadora!". Sí, la bella; le contestaba yo y juntas cerrábamos los ojos tan fuerte como para sentirlos verdaderamente abiertos. Nos extendíamos en nuestros sillones y permitíamos que Chopin nos levantara las faldas de cartón, deshabitándonos, multiplicando sus dedos de ebonita y haciendo signos en nuestras islas todavía de niñas.

Siempre supimos que era necesario arriesgarnos a inventar un pretexto. Por eso acabamos con todos los pájaros grises del mundo, aquellos que nos pertenecían por herencia, los que adoptamos, incluso esos que llegamos a amar. Los que se atrevieron a picotearnos la piel. Así encontramos los doce gatos muertos, más que de inanición, de puro rencor. Declaramos el presupuesto familiar en quiebra, y resultó un acierto creer que con tanto lugar en la casa estaba bien recibir inquilinos. Aunque desde siempre supimos que sólo sería uno el que llegaría. El que adivinamos, el que ya era tan nuestro que debía sentirse el más ajeno de los hombres. Dos días después de hablar colocado el anuncio, llegó. Nadie llamaba a la puerta cuando Raquel dijo: "Ya está aquí". Me miró y supe que era la última vez que teníamos las miradas pasadas de sal. "Vengo por el anuncio", dijo con su acento afrancesado. "Soy un ventrílocuo con su voz en la cloaca, estoy destruido. Pretendo hacer voces distintas y ni siquiera conozco la mía. He venido en busca de mejores tiempos" Descubrió en el lado oscuro de la sala el piano de cola, se acercó hasta el y pasó por encima del teclado sus dedos. Entonces sentimos brincar nuestros úteros amortajados y pensamos en alcanzar el tiempo ido. Esa noche, después de la cena, nos invitó a una demostración de su arte. Decidimos negarnos rotundamente: Nos causan terror los muñecos que son capaces de mirar y hablar como si fuesen de verdad. Creo que se sintió triste, pero fingió una sonrisa y con un "que pasen buena noche" salió a su habitación. La primera sorpresa sucedió la mañana siguiente cuando al pasar por el hall miré encima del piano un hermoso retrato al óleo de Chopin. 

_ Es una copia del retrato pintado por Delacroix-. Su acento afrancesado logró hacerme cosquillas en la nariz.

_ ¿Por qué Chopin, cómo lo sabe?

_ Sólo a una mujer como usted puede agradarle la música de Chopin. Aunque de verdad en corto tiempo ha de importarle un bledo.

_ Es usted atrevido-, contesté indignada.

_ No, soy un ventrílocuo, hago voces venida de otra parte.

Y la primera demostración de su ventriloquía fue un lunes, después de la función de vespertina. Raquel estaba sentada sobre sus piernas, mientras él le amasaba sus pechos de yeso y adornaba con figuritas su sexo de harapos. Le manejaba los hilos de la carne y la obligaba a sacarse con las manos quejiditos de ahogado. La volteó boca abajo para desprenderle el alfiler que traspasaba su ombligo y cosió alas de mariposa en su espalda, son sin antes pintarla desde las caderas hasta los hombros con los colores de la Erasmia. Voló pretenciosa en su nueva condición de insecto lepidóptero y al día siguiente se marchó, luego de aguardar al  mediodía para invitarlo a confabularse. Este disfrazado de Raquel y ella de "nueveycuarentaycinco", pudieron encontrar la salida y se alejaron cantando al lomo de un ornitorrinco de feria. Chopin cayó desde su pedestal, con sus pentagramas luminosos bajo el brazo hechos trizas ysin que nadie estuviera dispuesto a recogerle sus claves de sol ni sus fusas ahora solitarias en la casa verdaderamente inmensa. 

- Vístete como si fueras a un sacrificio-, dijo el ventrílocuo. Despierta antes de la madrugada y ve hasta la atalaya, junto a la laguna falsa. Lo reconocerás porque estará vestido de carne viva y tendrá aspecto de hombre verdadero. El sabrá que eres tú porque encontrará la belleza que había extraviado, en tus ojos de bruja, tu rabo de ratón y tus caderas de carne. Sí, en la carne se reconocerán ciertamente. 

Nos reconocimos como lo prometió el ventrílocuo. Descolgó de lo alto la luna y ante mi llanto de consoló diciendo: No importa, es de queso rancio. Tampoco debe preocuparte la laguna que vamos a desaguar, he traído en la planta de mi mano un océano de agua dulce, lleno de bancos de corales, nichos de enredaderas y mirtos donde todas las noches llegan elefantes marinos a procrear. Desenvainó su alfanje y de un solo tajo le arrancó la cabeza al titiritero de paño azul, dejando al descubierto sus entrañas y su sangre de aserrín. 

_ ¿Y el ventrílocuo?

_ Puede ser que esté muerto. O puede que sea yo. No lo sé... Además es mejor que no perdamos más tiempo. Haremos del sur un camino al norte. Iremos disfrazados de ranas y lagartos mientras alcanzamos la frontera. Una vez ahí, nos arrancaremos los lunares y nos sacaremos los ojos de la cara. 

_ ¿Con el filo de una tijera?

_  No, con la astilla de un hueso; es menos mortificante. 

Sus palabras fueron el último dolor que sentimos. De ahí en adelante siempre hemos caminado juntos. Y ni siquiera nos ha importado la forma con que nos sacan la lengua los decapitados del camino. 

Nicolás Figue/ Vocesdispersas -escrittore17.blogspot.com






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