Un encuentro impensado, fragmento.


 






_ Te conozco –le dije mostrando mi comprensión a sus deseos repentinos-. Sé que no puedes estar mintiéndome. Si no fuera porque de pronto Leonor, ante mi negativa de yo salir a su encuentro, pueda llegarme de improviso aquí a la casa, te dejaría dormir en mi propia cama si lo quisieras. Pondré un aviso en la puerta anunciando que regresaré mañana. En caso de que no conteste el celular.

Hizo intento de besarme, pero la contuve.

_ No lo hagas, aquí no, por favor. Una cosa es que acepte ir contigo a tu casa, y otra muy distinta que ya tenga decidido el tipo de comportamiento que deba mostrar hacia ti. Todo a su tiempo. En el camino veremos qué es lo más conveniente para ambos.

Salimos. En la calle nos encontramos con varias personas conocidas que nos saludaron. En ciertos momentos hice caso omiso de los saludos insistentes y suspicaces. Los bochincheros que no faltan. La casa de la chica quedaba apenas a dos manzanas de la mía. Antes de llegar, en un local pequeño, funcionaba una venta de licores. Espera, le dije. Debo comprar algo primero. Pedí una caneca de ron y una caja de chicles. Ella se adelantó y me esperaba ya junto a la puerta de su casa. Al llegar le dije que esa noche necesitaba con urgencia un trago. No es necesario. Ni conveniente teniendo en cuenta que... Sonrió. “Yo no tomo”, dijo mezclando sonrisas de incredulidad y picardía. Pero al momento recapacitó: “pero si usted me ofrece, quizás lo haga”. Fue en ese instante, ante estas inocentes palabras, que sentí un impulso irreprimible de abrazarla y demostrarle que era capaz de entenderla en la forma ideal que ella quería. Sin culpas, sin remordimientos, ni recriminaciones. Al natural. Sinceramente. Antes de introducir la llave en la cerradura de la puerta fijó directamente sus ojos en los míos. “¿Está seguro de querer entrar? Porque si entra, no va a salir lo mismo, quiero decir, como usted ha sido siempre”. El reto me indujo a afianzarme más en mi decisión. Asumo todas las consecuencias, le dije, y entonces fui yo el que sintió deseos vehementes de besarla sin cuidarme ya de la gente que seguía pasando por la calle sin dejar de lanzar sus miradas curiosas. Le dije:

_ Es difícil ser un hombre hecho y derecho y saber que el destino lo somete a uno a encrucijadas imprevistas que causan confusión en el ánimo. La única forma de saber cuál es la verdad que induce a determinado comportamiento es enfrentarse al misterio y resolverlo con la máxima sinceridad posible. Y si no es porque te conozco de años atrás, lo rechazaría de inmediato.  Adelante, abre esa puerta que la decisión está tomada.

La chica abrió la puerta, buscó el interruptor al lado de la pared, encendió la luz. La casa tenía ese olor característico del hogar diligente, emanado de la enjundia de su propia madre. ¿Estás segura que tu madre no vendrá en toda la noche? ¿Y qué tal que tu señora tía presente una mejoría imprevista haciendo que tu madre regrese sorpresivamente? Es capaz de armarme un escándalo que ni quiero catalogar sus consecuencias. Y eso que es muy amiga mía tu madrecita.

Me dijo que eso podía averiguarlo ya mismo. Marcó un número en el celular. Hola má. Si. Que sí. Aquí en la casa. Ya comí lo que me dejaste en la nevera. Estoy cansada. Voy a acostarme. Qués de mi tía. ¿Sigue mal? Hum. Lo siento. Le mando saludos. Que se recupere. Si má. Cerraré bien las ventanas. La puerta, sí. Doble llave y pasador. Quesí. Tengo sueño. En el nombre de Dios. Chao. Ya. Entiendo. Chao.

Y colocando de nuevo el celular en la mesita me dijo “¿Vio? No hay de qué temer. La noche, aquí en la casa, en mi casa, es la ideal, puede aprovecharse a sus anchas. Y que no diga después que no soy generosa. Siempre lo que se improvisa sale mejor. ¿Cree en la suerte? ¿O en el destino? O en los actos espontáneos. Estaremos tranquilos, ya le dije. Nada impedirá que tengamos prisas ni contratiempos. ¿Subimos?” La seguí con el corazón latiéndome fuerte en el pecho. Al llegar arriba observé el interior del dormitorio de la señora. Perfectamente ordenado. Un espejo de cuerpo entero que le abarcaba hasta el mal genio en tercera dimensión. Una mesita al lado de la cama con una biblia abierta en los salmos, un rosario encima y un vaso largo de cristal con una sola rosa puesta. Al pie de la cama se hallaban sus pantuflas afelpadas, vacías de los pies de la dueña. Pies delgados de mujer madura y uñas pintadas con esmero. Porque la señora portaba su vanidad cuidándose como la dama que era. Toda una madame. La voz, esta vez demasiado infantil de la chica, me sacó de la abstracción: “¿Aún duda de que mi mamá no está aquí? ¿Tanto miedo le tiene?”, sin dejar de reír burlonamente. Reaccioné con enfado: No digas tonterías. No es eso. Sólo pensaba en lo injusta que es la vida con tu madre. ¡Tan bella como aún se conserva! Buena persona, además. Pero sola. Muy sola en el mundo. Quiero decir: sin la compañía apropiada de un hombre que la quiera. Que le brinde amor. Y pasión. Porque ella está viva y siente. Y sus buenas ganas debe cargarse encima. Es la verdad, no me mires con ese gesto de reproche, nunca sabrás lo que le sucede a la gente por dentro. Son sus secretos, obviamente. Ignoro si quiera compartirlos contigo. Yo, al menos, estaría muy atento e interesado de escucharla con atención. Me destaco haciendo labores humanitarias. Esa misión me la inculcó mi propia madre desde pequeño. ¿Sinvergüenza? ¿Me dices sinvergüenza por decirte la verdad? Mejor aparta ese gesto maligno de tu rostro y centrémonos en el tema que nos concierne ahora... 

Dejó de reír un poco ofendida.

_ ¡Basta ya miserable! Es mejor no hablar de eso. La culpa también es de ella. A lo mejor mi mamá no era tan buena con mi padre. De lo contrario él no la hubiera dejado. ¿No cree? Pero ya no hablemos más de eso que me baja los ánimos. ¿Qué tipo de música quiere escuchar? La puedo poner desde el computador. ¿Quiere que le traiga un vaso? Digo, para que se tome el ron.

_ Has lo que quieras. Lo que te parezca conveniente. Linda tu foto. La del último diciembre. Tu paseo al mar. Santa Martha. Recuerdo cuando hiciste ese viaje. Viaje estrictamente familiar,  me dijiste antes de irte. Nunca pensé una cosa distinta. Tu regalo de 18. La llegada a la temible adultez. La vida empieza a exigirte. A pasarte factura de cobro existencial. La etapa ideal es la niñez. La juventud. Después el horror y la miseria. Anda por ese vaso. No te demores.

La vi alejándose con los pies descalzos. los movimientos ágiles, cadenciosos, decididamente sensuales y provocadores . Destapo el frasco. Lleno un poco de ron en el vaso. Se lo ofrezco atento a la reacción.  Al principio duda. Se toma su primer trago. Gesto de repugnancia. Se lleva la mano a la boca estremecida, con muestras de querer vomitar. Intenta dirigirse al baño. La tomo del brazo. No vomitarás, le digo, sé  fuerte. Y para disuadirla le doy un beso largo en la boca. Ella se queda quieta. Muy quieta. Como aplacándose. Como reconstruyéndose. Como sacando nuevas fuerzas y que el beso se quede ahí, con ella, navegando como una canción de esas que tanto le gustan. Que la pone a suspirar. Es para que me recuerdes siempre, le digo. Ahora ambos estamos fluyendo en la misma dirección.

_ ¿Se arrepiente de haber venido?

_ No, cómo vas a decir eso. Jamás habría de arrepentirme de algo que quizás lo había pensado antes, ya supondrás lo que quiero decirte. Sólo que las circunstancias eran adversas.

La muchacha me mira con una sonrisa de complicidad iluminándole la cara. Pero muy allá, en el fondo de su corazón, adivino el surgimiento de una tristeza inusual que, como una sombra, empaña de repente su alegría. “No seas tonta –le digo-, no son horas de ponerse a pensar cosas indebidas. Anda, quítate la ropa, quiero verte desnuda”.

La chica se desnuda con lentitud, mirándome como una colegiala que sabe y teme los momentos que la esperan.

_ Otra cosa –me dice-. Después que haya pasado todo y se vaya por esa puerta, ¿seguirá acordándose de mí? ¿Me olvidará muy pronto?

_ Pides demasiado. Pero puedes sin embargo estar tranquila. De hecho, te he pensado todo este tiempo. Fíjate que ya tuvimos una primera vez. Fue una linda experiencia. Casi maravillosa, si te sienta mejor escucharlo así.

La chica llevaba puesta una camiseta de algodón color gris clarito con letras rojas y negras estampadas, yines desteñidos con roturas en las piernas, interior azul turquí con franjitas horizontales de colores. Su cuerpo exhalaba un aroma delicioso. Pero como seguía inmersa en sus pensamientos volvió a decirme:

_ ¿Me desea porque me quiere? O solamente me desea porque sí, porque lo fui a buscar y no existen sentimientos de por medio. Sólo quiere pasarla bueno conmigo…

_ ¡Pero qué ocurrencias las tuyas! De hecho, eres tú una chica demasiado joven a la que le falta vivir en demasía. Yo en cambio, ya ves, los años me empiezan a apretar por todos lados. Y estoy en una etapa complicada con unos conflictos conyugales que no me dejan estarme en paz.

_ ¿Te refieres a Leonor?

_ Si. Pero no arruinemos el momento hablando de ella.

Nos besamos nuevamente de pie. Veo nuestros cuerpos reflejados en el amplio espejo de su alcoba. Mis manos recorren su espalda, y con los dedos, de manera incitante, hago un recorrido por su espina dorsal, descienden, se quedan explorando al final el espacio rellenito de sus nalgas. Las aprisiono. Se contrae de placer.

_ Siento vergüenza que un hombre mayor le haga esto a una chica inexperta.

_ Al fin qué –le digo con enfado.

_ Perdóname. Es que si yo fuera mujer con experiencia sería distinto. Me amarías de veras.

_ Te tiene obsesionada la idea del amor. Es mejor que te olvides de eso. El amor no existe. La idea de encontrarlo es un acto subjetivo. En cambio, el placer que ofrecen los cuerpos es real, y puedes vivirlo, sentirlo y disfrutarlo como un todo en el cuerpo.

La muchacha pide que le dé otro trago. Se lo sirvo gustoso. Esta vez se lo toma con resolución, sin dejar nada en el vaso. Le beso la nuca, el cuello, le paso suavemente la punta de la lengua por los círculos oscuros de los pezones, siento que las protuberancias ocultas en ellos despiertan y se yerguen al contacto húmedo y caliente. Arquea la espalda. Se retuerce.

_ ¡Ay!

_ ¿Te pasa algo?

Sonríe poniéndose los dedos en los labios.

_ Es que… Es que me está sacando las teticas que no tengo. Me acompleja que no se hayan desarrollado lo suficiente.

Vuelvo a besarla introduciéndole la lengua por todas las reconditeces de su boca, absorbo y me trago los rezagos de ron mezclados con su saliva.

_ ¿Te gusta así?

La chica aprieta su cuerpo tembloroso contra el mío en señal de agradecimiento.

_ ¡Sí, sí, me gusta mucho, no tengo palabras para decirle lo muchísimo que me gusta! Me hace perder la razón, seguro que sí.

La idea de llegar a poseerla una vez más elevó al máximo mi nivel de lujuria. Indudablemente que viendo sus ojos color miel suplicantes, detallando sus facciones delicadas, demasiado femeniles ya por la fuerza de sus impulsos internos, y teniendo al alcance de mis propios deseos el calor palpitante de su culo rellenito y provocador, no podía echarme atrás. Sin embargo, tuve la suficiente sinceridad para decirle que todo podía ser un engaño de nuestros sentidos. Mi miró con extrañeza.

_ ¿Sabes una cosa? –le dije-. Estoy a tiempo de arrepentirme. Llegué aquí sin saber realmente lo que me esperaba. Todo porque eres una muchachita demasiado emotiva y sagaz a la que conozco de tiempo atrás. Casi que te he visto crecer de la mano siempre de tu madre. Y en el fondo me entristece que no te comportes como lo que eres en verdad, una mujer con todos sus potenciales femeninos a flor de piel. Yo a tu edad me estaba buscando con desespero una chica linda y complaciente con la cual poder tener algún trato en el plano sexual. Y cuando no lo tenía, sobre todo en el tiempo que lo requería, no me quedaba otro camino que enclaustrarme como beato libidinoso a darle vuelo a la imaginación. Dime una cosa: ¿Te gustó lo que te hizo el tendero? La historia aquella que me contaste. De momento pensé que me estabas engatusando al mejor estilo de Anaïs Nin. Sí, tomaste el libro de la biblioteca y te lo llevaste. Dices que fue tu tercera vez. Supones ahora que en tu lista soy el cuarto teniendo una mejor opción. Tal vez el primero, ¿no crees?

 Fue como un golpe bajo. Inmerecido por demás. No tuvo otra reacción que bajar la mirada ante el peso de un desconsuelo tardío, carente de razones.

Fragmento del relato Un encuentro impensado, incluido en mi libro inédito Las últimas siete palabras. La foto corresponde a una escena de la película Lolita, dirigida por Stanley Kubrick (1962) basada en la novela homónima de Vladimir Nabokov.

Nicolás Figue/ Vocesdispersas -escrittore17.blogspot.com






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