NOSTALGIAS DE LA NAVIDAD

 

La navidad será, sino siempre, quizás la única época de nostalgias y evocaciones de los mejores momentos vividos y disfrutados a lo largo de la vida. Y seguirá siendo la niñez esa etapa feliz donde junto al calor del hogar, de los seres queridos, en torno a un sencillo pesebre, al árbol traído del monte y engalanado con papelitos brillantes, serpentinas, algodones y bombas de colores, que en aquel tiempo ni siquiera imaginábamos las luces led y demás ornamentos de lujo de estos tiempos modernos y avanzados, los que llenaban nuestras mentes infantiles de magia con la llegada del niño Jesús. La celebración de la novena de aguinaldos era el momento más esperado. Tanto en casa, como en la casa de nuestros vecinos, los preparativos no se hacían esperar: el dulce, la natilla y los buñuelos iban de mano en mano llevando ese particular mensaje de paz, unidad, amor y solidaridad entre las familias. Las madres se esmeraban por imprimirle a estos deliciosos bocados el toque especial del verdadero compartir. La amistad se fortalecía con todas estas muestras de aprecio conformando lo que parecía ser una sola familia en el centro de la celebración. Era que la Navidad llegaba con el canto alegre de los villancicos trayendo mensajes de todos los rincones del mundo. El poder sobrenatural de un niño recién nacido se encargaba de estrechar lazos y fortalecer vínculos de hermandad entre las naciones. Noche de paz, noche de amor. Todo duerme en derredor. Entre los astros que esparcen su luz bella anunciando al niño Jesús, brilla la estrella de paz. La paz, la tan anhelada paz, la esquiva paz en manos de la voluntad etérea de los hombres. Nuestro padre, que en paz descanse, decía que la paz venía de los corazones nobles, los que se compadecen con las necesidades, el dolor y las desgracias de nuestros semejantes. Que debía ser un acto de amor, no de un sentimiento volátil expresado en la emoción del instante. Obras son amores, no buenas razones. Es la primera navidad en que no tenemos a papá a nuestro lado. Desde el infinito nos revela su presencia, su ser espiritual esparciendo su luz amorosa en las vidas y las personas que amó. Somos nosotros, sus hijos, la extensión viva de su imagen, del hombre humilde y sencillo que cultivó su mente para caminar firme sobre la tierra, la frente siempre en alto para otear sin equívocos sus horizontes. Hicimos el pesebre como te hubiera gustado verlo desde tu asiento de sabio en reposo, papá. Y al lado, emergiendo entre la intermitencia de las luces, el árbol, símbolo de la naturaleza que siempre admiraste, lo que para ti representaba vida, paz, armonía, libertad absoluta. Ni los vientos más fuertes, ni los huracanas más feroces y desatados pueden derribar el árbol que tiene sus raíces bien puestas en la profundidad de la tierra. Lo cual quería decir, en el origen del universo. A menudo te comparamos a un árbol, a un roble por la fortaleza que demostraste en cada embate de la vida. Te mantuviste de pie todo el tiempo. Pero el tiempo y los años te fueron doblegando. Te fuiste. Desapareciste del paisaje. Nunca tus raíces. Ahí están, testimoniando lo que fue tu vida terrena, guerrera.
No lloren. No se entristezcan por mi partida. Disfruten la vida. Rían. Sean felices. Recuérdenme con amor. Eso nos dejaste diciendo. Y eso estamos haciendo papá en vísperas del nacimiento del Redentor del mundo. En el comedor tendremos un lugar reservado para ti. El puesto de privilegio. El que siempre ocupaste y te mereciste en el hogar. ¡Salud mi querido, mi viejo, mi amigo!

Viernes 23 de diciembre de 2022




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