A NUESTRO MODO

 Estaba yo más joven, finalizaban los años 80s, para tener un punto de referencia acertado; recuerdo que por alguna circunstancia no convenida tuve acercamiento con una muchacha a la cual quería conocer y que coincidió justo en el evento social al que por invitación de un compañero de trabajo asistí. Esa tarde estuve de excursión por las casetas de libros usados entre la calle 17 con carrera 22, en Pasto, echando un vistazo a las posibles "novedades", libros que eran sonsacados muchas veces de alguna exclusiva librería o biblioteca por manos non sanctas y que indirectamente satisfacían las expectativas y la sed de lectura de los que allí íbamos justo con ese propósito. Conseguí un par de libros en perfecto estado, El lobo estepario de Hermann Hesse, y El Castillo, de Franz Kafka. En vista de que ya estaba anocheciendo, y viendo que no alcanzaba a llegar a casa a dejar los libros y cambiarme de ropa, me encaminé directamente hacia el sitio de la reunión en un barrio muy conocido de la zona suroriental. Preferí irme caminando para tener la ocasión de ojear los libros y leerme algunos párrafos mientras tanto. Al llegar a la dirección indicada observé algunos vehículos parqueados y movimiento de personas entrando y saliendo de una residencia bastante iluminada. El ruido de la música me confirmó de estar en el lugar señalado. No fue sino asomar la cabeza al interior de la vivienda para descubrir caras conocidas que, al verme, de inmediato salieron a darme la bienvenida. Una vez adentro, instalado en cómodo asiento, y aceptando de buen agrado los primeros tragos, mis ojos se detuvieron en una preciosa muchacha de cabello muy negro y ojos más negros todavía que, al ritmo de la música, movía cadenciosamente la cintura. Era ella, la chica de la cual ignoraba su nombre, pero que, por efectos de mi trabajo, observaba con frecuencia cumpliendo gestiones propias del suyo. Andaba siempre tan presurosa que nunca daba la oportunidad de entablar un diálogo así sea por curiosidad o simple cortesía. En aquel tiempo me preciaba de ser un buen bailarín, así que viéndola moverse de manera tan acoplada con la música me propuse invitarla para el próximo disco. Sonó uno de Gabino Pampini, A nuestro modo, y sin pensarlo dos veces me lancé a la aventura. Ella aceptó sin mientes con la idea quizás de apabullarme con su cadencia. El inicio fue un poco complicado debido a que ella aceleró sus pasos como si se tratara de una salsa rápida. Yo le sonreí posando una mano en su cintura mientras que con la otra tomé la suya y la fui conduciendo suave pero rítmicamente al corazón de la melodía que venía siendo un poema matizado por las trompetas y los trombones. Ella enseguida cayó en cuenta y me siguió complacida. Silencio cómplice al principio que yo rompí entonando parte de la letra sin dejar de mirarla fijamente a los ojos y sonreírle: Tú deja que el mar desborde de celos por nuestro amor y deja que el sol se apague de día con su rencor olvida que el mundo existe y acércate más a mí y con la miel de tus labios calma la sed que llevo de ti... Entonces me habló: te he visto en alguna parte, me dijo, y yo le dije, lo mismo digo de ti. Es más, te he visto tantas veces que puedo decir que te conozco. En el fondo ella lo sabía, pero por vanidad y por darse cierto aire de importancia, se hizo la desentendida, la que escarbaba en el fondo de su cerebro. Una vez reconocidos y puestos de acuerdo en las coincidencias me preguntó que aparte de trabajar allá en ese almacén a qué otra cosa me dedicaba. Soy lector, y probablemente escritor. ¿Y eso sí es rentable?, me soltó a quema ropa. Le dije: ¿Has leído alguna vez un libro?, quiero decir: ¿Has tenido la necesidad de recurrir a un libro como una forma de conocimiento, de aprendizaje, de distracción, de pasatiempo, o porque realmente encuentras gusto, placer leyéndolo? Ella agitó el cabello para responderme: ¡ay no, qué pereza dedicarle tiempo a un libro, tengo otras prioridades en la vida, y el contacto con la realidad me deja más satisfecha! Me dije que debatir con una mujer cuya belleza justificaba cualquier tontería sí que era una verdadera pérdida de tiempo. Terminada la canción me dirigí al asiento donde tenía puesto los libros, y evitando que nadie pudiese percatarse, abandoné el recinto para devolverme por las mismas calles pensando en la belleza fatua de aquella mujer. ¿Es realmente una provocación decirle a alguien que le gustan los libros y que aparte de ser un lector consuetudinario aspira a ser escritor? Para quien gusta de los libros y comparte la idea puede resultar formidable. Para quien no tiene por los libros el menor apego puede resultarle una soberana pérdida de tiempo y hasta un sinsentido. Lo primero que se le viene a la cabeza es que uno es un presumido pero que la tal presunción no le da sino para gastar dinero en vez de acrecentarlo. Uno de mis jefes, por ejemplo, en un trabajo anterior, cuando supo que una de mis mayores aspiraciones en la vida era ponerme a escribir, soltó un bufido de rechazo. Eso no es negocio, me dijo con aire de empresario. En esta vida toca ser prácticos y buscar alternativas que sí sean rentables. ¡Pero ponerse a escribir, para qué! Sin embargo en muchas ocasiones me pasó textos e informes escritos de su labor como jefe de área para que se los corrigiera. Escribir es decir mucho pero también es no decir nada. Todo depende del ánimo y de la atención de quien lo recibe. Igual que la música. Si volvemos al texto de la canción de Gabino Pampini y recapitulamos eso de "la fragancia azul que tiene tu pelo, dulce ternura de tus regazos, luz de tus ojos que alumbre el camino donde yo voy por ti", allí encontramos un punto de partida...¿al amor, quizás? ¿A un pacto de vida? ¿A un desenlace con la muerte? No es lo mismo que alguien convencido del amor y de la felicidad que está viviendo con la persona indicada lo asuma como su pasaporte al paraíso, que alguien distinto cuya frustración, despecho y dolor lo interne en el mismo infierno. Entonces las palabras sí tienen sentido y actúan con doble filo. Son espadas que se desenvainan para establecer su propio lenguaje, su propio grito, y su propia verdad. Unos prefieren las historias contadas al clásico estilo callejero, otros acuden a sitios especializados como auditorios, teatros, asisten a cine, hay un afán casi morboso por enterarnos de la vida ajena y de lo que le sucede a la gente, queremos estar al tanto y ojalá con lujo de detalles. Los gustos son diversos. Yo no descarto al libro como la fuente más eficaz y demoledora para conocer la urdimbre más compleja del comportamiento humano. Lo digo humildemente, sin ninguna presunción, resaltando con gratitud el valor de la escritura.

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