La murga de mi mamá


 Se acabó la música. Muy temprano. Cuando apenas se le estaba cogiendo el ritmo al son. Y eso que estaba a palo seco. Qué tal si me hubiera dado por destapar la caneca para alebrestrar los animos. Pero yo soy un tipo consciente y muy serio. Sé perfectamente cuándo tomarme un trago sin mortificar a nadie. Además hoy apenas es miércoles. Debo ser solidario con la gente que trabaja. Los que madrugan a las cuatro de la mañana para regresar a las siete u ocho de la noche. A mí ya me pasó. Siente uno que ha dejado un pedazo de cuerpo en alguna parte. Las ganas de tirarse a la cama te dominan. Pero si el día ha sido largo, la noche avanza tan rápido que apenas tienes tiempo de darte un baño, prepararte tu comida, lo que vas a comer en ese instante y lo que vas a llevar al trabajo, bajo ningún punto quieres mirar el reloj. Si tienes la tele encendida sabrás la hora por el programa que están pasando. Es por eso que la hora no cuenta sino el tiempo que se te viene encima. La noche. La bendita noche. Como meterse en un cajón hermético y hacerte el muerto. Las doce y media de la noche. El mundo parece tener un receso. Parpadeas, toses con la mano puesta en la boca para no despertar a nadie. Si la música les molesta, el ruido de tu garganta congestionada terminará por causarles insomnio. Lo peor en esta vida es soportar la amargura de la gente. La única ventaja es que te haces el muerto entre tu cajón hermético. Ni Drácula se atrevió a tanto. ¿Abriré con sigilo la tapa intentando caminar entre las sombras y penetrar por alguna ventana donde quizás encuentre una garganta tersa para morder? Creo que he visto mucho cine de terror. Hay que ir cambiando los hábitos. Me gusta la música, es lo que realmente me mantiene vivo. No sé por qué pienso en cosas que nada tienen que ver con el personaje de Transilvania. Mis respetos, mister Bram Stocker. Ruego a Dios para que pronto amanezca. El sol no me destruye, le comunico. Me asoleo porque me conviene. Y porque tengo que andar todo el santo día buscando lo que sí se me ha perdido.  Camino caminas. Caminar sin tener a nadie al lado para echarle la culpa de algo. Al menos de la inflación y el costo de vida. Caminar y ponerle cuidado a todo el mundo, nunca se sabe de qué matojo puede saltar la liebre. Cali a cualquier hora señores es una ciudad imprevisible, caótica, llena de personajes extraños que se pasean midiendo sus pasos como Juanito Alimaña en su selva de cemento. Por donde pases te espera lo peor. En eso se ha convertido la sucursal del cielo donde ya no puedes ponerte una camiseta roja o una verde porque te dictan sentencia de muerte. La ley del más fuerte o la del malandro que se cree el dueño de la ciudad. Digo y lo repito aunque suene a misa de gallo en pleno aguacero, si aquí ya no se puede escuchar la música que a uno le gusta sin que salgan a amenazarlo porque no se le merma el volumen, entonces a qué confines del mundo hay que ir para que no le jodan la vida. Ya lo dijo Andrés Caicedo en el epígrafe a un cuento suyo: Bienaventurados los imbéciles porque de ellos es el reino de la tierra.


Vocesdispersas/ escrittore17.blogspot.com


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