Fragmento del libro de mi autoría Esta risa no es de loco

 Fragmento del libro de mi autoría (en proceso de escritura) "Esta risa no es de loco", titulo alusivo a la famosa canción de Héctor Lavoe, y en cuyo desarrollo trato de rescatar temas relevantes de mi entorno familiar, sin que necesariamente se trate de una novela autobiográfica. La ficción se impone como signo de creatividad literaria.

El trabajo en la empresa de energía le duró escasos dos meses a papá, quedando cesante de nuevo. El mismo amigo que lo llevó le ofreció esta vez un trabajo como administrador de una hacienda en la zona de la costa pacífica nariñense, más concretamente en Candelillas, cerca de Tumaco. No existiendo otra posibilidad de quedarnos en la ciudad, papá aceptó y nos fuimos todos para esa hacienda huyendo, como se dice, de la mala situación. El día del viaje, miércoles, en plena semana santa, Magnolia se estuvo conmigo toda la tarde y parte de la noche ayudándonos a empacar, pero también hablándome seriamente para que me quedara. No estás obligado a ir, me dijo, la ciudad te puede ofrecer mejores oportunidades, irás a perder tiempo allá, no eres para someterte a una vida de campo, y con todas las dificultades que eso entraña, piénsalo, también te necesito. Eso me dijo mi prima con lágrimas en los ojos. Pero yo no quería permanecer más tiempo soportando aquel frío espantoso al que no estaba acostumbrado. Lo más duro de aceptar para mí en la ciudad fue ver el cielo siempre oscuro, tapado por las nubes, y que el sol nunca se viera. El panorama me deprimía por ese y por el lado donde yo pusiera los ojos. ¡Hubiera preferido que Magnolia se escapara conmigo y nos fuéramos a vivir a esa finca! Se lo dije. Estás loco, me respondió. Ni en sueños podría hacer eso. Listo, no habiendo solución, adiós. Llegó un camión como a la una de la madrugada del jueves, subimos las cosas, lo poco de que disponíamos, y nos fuimos. Llegamos a la finca, llamada La Italia, a las tres de la tarde, justo cuando el cielo se oscureció, cayendo un aguacero que parecía presagiar el fin del mundo. La casa era grande, construida en madera, con muchos árboles y palmeras alrededor. Y abajo, al pie de la colina, un majestuoso río por donde navegaban barcazas de colores. Era el río Mira. Los primeros sorprendidos por nuestra llegada fueron los residentes de la casa, la familia del mayordomo, y el mayordomo mismo, que exigió una explicación. Papá le comunicó que estaba siendo enviado por el doctor Aurelio Bravo Hinojosa para encargarse de la administración de la hacienda. ¡Y cómo sé yo que eso es cierto, porque el doctor Aurelio no se ha comunicado conmigo! Sencillo, le dijo papá. Aquí está su representante, el conductor del camión, el señor Juan Cortés, él podrá decírselo. Juan le dijo que debía desocupar de inmediato porque ya había un nuevo mayordomo, órdenes del doctor. Y sacando un papel se lo mostró. Esto es para que firme, le dijo. Pensé que la tragedia empezaba para esa familia, y una vida nueva para nosotros a contrapelo de estos drásticos cambios. Esa noche nos tocó dormir en el mismo carro mientras la gente de la casa arreglaba y empacaba sus cosas para irse temprano al día siguiente. Cuando desperté ese jueves santo, con un sol radiante encima, y el canto de miles de pájaros en los alrededores, el antiguo mayordomo y su familia se habían ido. Tomamos posesión de la vivienda con la alegría de estar participando de un verdadero milagro. El terreno de la hacienda era muy extenso y limitaba con un territorio llamado La manigua, una selva cuajada de árboles corpulentos, y el río Mira, teniendo en su parte interna otro río más chico llamado Patiita. Lo más novedoso para nosotros fue la reunida de las reses por los vaqueros montando briosos caballos. De esos vaqueros que vimos al principio sólo quedó uno, un negro servicial llamado Baudilio, los demás fueron liquidados. Ya el trabajo teníamos que hacerlo nosotros, lo cual no fue fácil al comienzo, mientras íbamos asimilando y acoplándonos al trasegar de la dura rutina. En poco tiempo tuvimos todo bajo nuestro control y ya nada nos asustaba. No había mencionado que con nosotros viajó un perrito de raza alsaciano de escasos seis meses de edad, a quien le pusimos de nombre Tosco. Lo consiguió mi hermano Bernardo días antes del viaje. Tienen que llevarlo, nos dijo. Será un lugar propicio para él. Y no se equivocó porque a medida que fue creciendo hizo parte vital de nuestra estadía y labores en la hacienda durante el año exacto que estuvimos allí.



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