GRATAS RECOMPENSAS DE LECTOR

 


Transcurría el año 2007, fecha en que se publicó por primera vez la edición conmemorativa de Cien años de soledad, a los 80 años del escritor, de Gabito, y a 40 de ser publicada la novela por la editorial Sudamericana, de Buenos Aires, Argentina. Desde que empecé a leer a Gabo nunca pude tener una edición "decente", digámoslo así, de la novela, de Cien años de soledad; recuerdo que mi primera lectura la hice en un ejemplar maltratado, descuadernado, que incluso hasta le faltaban algunas páginas. No era mío el libro, algún pariente me lo prestó junto a otros libros de autores colombianos también, tales como Tomás Carrasquilla, La marquesa de Yolombó, Jorge Isaacs, La María, Fernando Soto Aparicio, La rebelión de las ratas, José María Vargas Vila, Flor de fango, en fin. Te los presto con ánimo devolutivo, me recalcó, cumpliendo yo al pie de la letra con la petición de devolvérselos apenas los haya leído. Cuando uno es pobre, y carece de recursos para comprarse sus propios libros, tiene que sujetarse a este tipo de recomendaciones que, en el fondo, no son otra cosa que advertencias de honradez y puntualidad. Yo debía tener a la sazón 17 años, empezaba a conocer apenas la ciudad, y todo lo que veía y me mostraban no dejaba de sorprenderme, tal y como sucedió con el coronel Aureliano Buendía cuando su padre lo llevó a conocer el hielo en la novela de Gabo. Todo era novedoso para mí, y los libros, en especial, ejercían una fascinación tal como si en una vida anterior hubieran formado parte de mi cotidianidad. Así que cuando mi pariente, al que apenas vine a conocer en aquel tiempo, me hizo el ofrecimiento de esos libros gracias a que yo venía precedido de cierta fama de escritor por el hecho de haberme ganado un concurso de Cuento Corto en el periódico El Pueblo, de Cali, yo no pude menos que deshacerme en agradecimientos por su gesto amable y generoso y disponerme de inmediato a la lectura. Se los devolví tal y como me había exigido, agregando el infaltable comentario analítico de cada uno. Cien años de soledad fue el libro que me marcó de una manera contundente y decisiva.  Vinieron después nuevas relecturas en distintas ediciones, incluyendo las piratas, luego una conocida editorial colombiana lanzó al mercado una novedosa colección de títulos conocidos y por conocer, teniendo a Cien años de soledad como punta de lanza. Alcancé a comprar muchos ejemplares de la colección, llegó un tiempo de desastre económico en que tuve que sacrificar buena cantidad de mis libros en los puntos de libros usados de la ciudad en aras de obtener algunos pesos para los pañales y la leche de mi hija, que por aquel entonces apenas contaba con seis meses de nacida. Vi con resignación mi biblioteca desmantelada, apta apenas para la posesión del polvo y la telaraña. El buen destino quiso que me resarciera de tantas dificultades padecidas, nuevas oportunidades de trabajo llegaron, poniéndome entonces en la tarea de ir reponiendo cada libro, a veces de manera rápida, otras de forma prolongada. Un compañero de trabajo, aficionado a la lectura, llegó con la edición que aparece en la foto bajo el brazo. Sin pérdida de tiempo le dije que me permitiera hojear el libro. Muy ufano él me extendió el brazo diciéndome que lo hiciera con cuidado. Es una joya, hermano, pocos le dan el valor que se merece. Tomé el precioso libro en las manos diciéndome que algún día uno igual tendría que ser mío. Bueno, esperé algunos años para lograrlo, aplazando muy a mi pesar ese merecido privilegio. La edición que logré conseguir es justamente la conmemorativa del año 2007, cuando para mí era inalcanzable, y tenía sólo que conformarme con palpar o mirar de lejos esa joya preciosa.


Nicolás Figue/VocesDispersas-enero 20 de 2022



 

 



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