PRIMERA PINCELADA EN SECO






Viernes 14. Por la tarde.
Tenía que ir al banco a retirar el valor de mi cesantía liquidada. Hablé con el enano para que me concediera el permiso. El enano agrandado por efectos del cargo. El que disimuladamente se come a las cajeras para sostenerlas fijas en el puesto. Ellas dicen que es mentira. Que es mentira que ya no quede ni una sin que haya probado la dureza del látigo. Porque hasta sádico y perverso resultó este peculiar engendro del demonio. Serían las tres de la tarde cuando salí del almacén dispuesto a efectuar esa ansiosa diligencia. Toda la semana me la había pasado haciendo planes. Pensando vanamente si la platica iba a alcanzarme para cubrir parte de los tantos gastos pendientes. Pero el asunto ya estaba decidido. Tenía que comprar una nevera. Era prioritario que lo hiciera ya mismo. Matrimonio que se respete debe contar al menos con una estufa, un televisor, una cama y la nevera. Lo demás ya se iría consiguiendo con el paso de los días y del duro trabajo. Mi mujer ya me dijo que si no comprábamos la nevera ahora, no la íbamos a comprar nunca. Siempre tan puntual en su pesimismo ella. Aunque se sostiene diciendo que es realista mas bien. Digamos que tiene razón. Soy yo el incrédulo. El iluso. El confiado. El que cree que todo se va a ir dando por una consecuente añadidura. Por eso era mejor comprar la nevera ya mismo. Anticiparse a cualquier avatar del destino. Eso de estarle pidiendo el favor a Janeth de que nos deje guardar los alimentos perecederos en su nevera resulta incómodo tanto para ella como para nosotros. Está bien de vez en cuando, pero a cada rato la misma cantaleta cansa. Y no lo digo por Janeth que se ha mostrado demasiado atenta y servicial, siempre con esa sonrisa que es como el anticipo del favor concedido. Por un acto de delicadeza pienso que ya es hora de dejarla en paz a esta buena señora. Además, es preciso que ellos vean que somos una pareja seria y con deseos de progresar y salir adelante. ¡Cómo me gustaría tener el dinero necesario para acomodarnos dignamente y no estar como estamos ahora apretujados en una sola pieza! Yo tengo un trabajo pero no tengo un sueldo adecuado que me permita resolver estos inconvenientes. Lo que me pagan en el almacén, y ahora con los problemas de liquidéz que está presentando, nunca me alcanzará para alquilar un apartamento como el que me están ofreciendo en la segunda planta, con dos piezas grandes, sala comedor y cocina. Y derecho a la terraza por si se nos antoja celebrar con mariachi. ¡Qué diferencia con aquellos que ganan lo suficiente y ponen contentas a sus mujeres dándoles de todo y complaciendo sus caprichos! Ahí está por ejemplo Orlando, más conocido en el círculo social y familiar como "Mazorca". Claro. El hombre trabaja en la policía. Qué chiste. ¡Y la de cosas que cuenta! A ese ritmo arrollador cualquiera. Dizque tiene instalada a su mujer en una buena casa, una mansión para ser más concretos, gozando de todos los lujos y comodidades habidos y por haber, propios del matrimonio feliz. No es sino que la muchacha medio abra la boca y el hombre ya le está complaciendo el capricho sin averiguar del todo lo que ella quiere realmente. Un genio para el negocio ese Mazorca. Se pierde una semana, a veces hasta dos, pero a la mujer la tiene sin cuidado el abandono. Cuando llega, los regalos y la plata piden permiso para entrar de primeros a la casa. Y la parranda y el aguardiente duran hasta tres días seguidos. En el armario ya no cabe tanta ropa fina traída de los sitios más exclusivos por donde el hombre pasa rigurosamente uniformado acordándose de su agraciada mujercita. Ni comparación con la suerte de este pobre asalariado que soy yo. Me pregunto: Eso de ser honrado a quién beneficia realmente. Nunca se me ha pasado por la cabeza apropiarme de algo que no es mío. Cuestión de ética y de moral. Pero en el almacén la ética y la moral la exhiben junto a los productos de segunda calidad y a precio de oferta. Hasta ahora no he recibido el primer reconocimiento a mi buen comportamiento y desempeño. Nadie que me lo agradezca y reconozca. Alguien que por lo menos diga ¡es un excelente trabajador, y lo mejor de todo, no se coge un peso mal habido! Nadie. Y mientras tanto los vivos se hinchan hasta reventar gozando y disfrutando la buena vida obtenida. La que ellos se merecen. "¡Un flojo es lo que sos!" Eso dice mi mujer cuando las necesidades apremian y no se cuenta con un pinche peso en el bolsillo. Y que lo diga ella es una sentencia, una especie de ladrillo puesto debajo de la cabeza sirviendo como almohada. Que de buenas a primeras lo traten a uno de flojo es como asestarle con ese mismo ladrillo en la cabeza y dejarlo herido de muerte. Uno creyendo que está haciendo las cosas bien, a la manera correcta, y de repente resulta que es un "flojo". Traduce de inmediato en un "bueno para nada". O me equivoco. Nunca imaginé que eso de echarse encima una carga tan pesada como la del matrimonio fuera tan problemático. De haberlo intuido en estas dimensiones trágicas, no me hubiera metido en semejante lío. Al final termina internándose uno en una encrucijada. En eso radica la gracia del asunto. Nuestras vidas parecen haber transcurrido en el mismo sentido. Ella misma relata lo mucho que ha sufrido por causa de la pobreza siendo niña. Mi lista de necesidades es larguísima. Y la suya no se queda atrás. Somos casi los protagonistas de la anécdota que refiere papá. 
    

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