Soñar no cuesta nada.

Intentar una aproximación al contenido y significado de los sueños; complicado eso. Tratar de entender al menos qué se esconde en esas imágenes subjetivas, la esencia que las alienta. Uno no escoge el tipo de sueños que quiere tener mientras duerme, los sueños simplemente se producen, se desencadenan en una sucesión de episodios variopintos, inconexos, abruptos, inverosímiles, graciosos y ridículos. Hay sueños que se recuerdan con facilidad, mientras otros "se borran", se desvanecen instantáneamente apenas despertamos, enseguida de abrir los ojos. Hoy domingo 25 de junio de 2017 desperté abrumado por el impacto de un sueño que podría tomarlo como tal o como un anuncio, una revelación quizás de algo que puede suceder. Sin embargo no me atrevo a llevarlo al plano místico ni religioso porque como ser humano que soy tengo falencias que me alejan, en vez de acercarme, a cualquier interpretación de orden divino. Lo registro como una anécdota más del hecho de acostarse y soñar eso que le va saliendo del subconsciente. Era un día de mucha lluvia. Había empezado a llover desde muy temprano teniendo por ese motivo que refugiarnos en nuestra casa mirando siempre hacia afuera desde la ventana atentos a cualquier indicio que nos sugiera el fin del temporal. Pero entre más ansiedad mostrábamos para que eso ocurriera, la lluvia se intensificaba a tal grado que empezaba a provocar inundación en los alrededores. Veíamos cómo el agua se filtraba en abundancia por debajo de la puerta. "Esto no acabará nunca,ya parece el fin del mundo", dijo mi hermana en el acto mismo de santiguarse tres veces y elevar un padrenuestro. Si es así, le contesté, hay que abrir la puerta de par en par para que el fin del mundo se pueda ver en toda su amplitud. Como en una película. Y de un solo impulso separé la puerta justo en el momento de la estruendosa caída del rayo encima de la iglesia con fines de sentencia. Eran dos columnas de fuego vivo, de un rojo intenso, direccionadas sobre el frontispicio de la iglesia local. En pocos minutos la lluvia cesó como cosa de milagro. Vi gran cantidad de gente surgiendo de muchos sitios y echando a correr poseída de un frenesí inusitado. Señal de que un gran prodigio acababa de ocurrir. Me uní a la algarabía viendo que mi madre y mi hermana me seguían. En medio de la carrera alcancé a ver una inscripción recién hecha en la fachada de la iglesia con letra escarlata, del mismo color del rayo caído allí. Cuando estuve más cerca descubrí que estaba en otro idioma, quizás qriego o en hebreo, pero lo que sí destacaba muy nítida era la palabra Jesús, que era tan legible para todos, que el nombre Jesús empezó a ser exclamado apasionadamente por la multitud. No me cabía duda que el mensaje llegado de lo alto era un claro anuncio del hijo de Dios y su inminente regreso a la tierra. Miré a mi hermana, luego a mi madre, y la sorpresa fue inmensa al encontrarla tan distinta que me fue imposible reconocerla. Estaba tan joven y tan lúcida que tuve miedo de preguntarle cualquier cosa porque no sabía de qué manera iba a responderme después de tantos, tantos años de estar sumergida en su mundo interno pero desarticulado. De pronto apareció mi hija portando una cámara filmadora. "¡Qué esperas hija, tienes que grabar, enfoca la cámara hacia el mensaje, debemos saber qué dice!", pero por más que ella intentaba, la cámara no le funcionaba. Pregunté entre la concurrencia alborotada si alguien tenía un lápiz y un pedazo de papel, debía al menos dibujar los caracteres impresos en la superficie del ladrillo crudo y tratar de descifrarlos luego con ayuda de alguien, pero nadie me ponía atención, poseída como estaba la gente de una locura evidente. Ahí fue cuando mi madre, en su nueva condición de asombrosa juventud, y utilizando un lenguaje admirable, me dijo: "No se atormente más, el mensaje es muy claro, Dios se ocupará nuevamente de la humanidad enviando a su hijo para ejecutar la obra", y tomándome de la mano, como si yo fuera un chiquillo, me condujo de regreso a casa. Levanté los ojos para mirar de nuevo el mensaje, grabado con la acción del rayo, y le di gracias a Dios desde el fondo de mi alma por su promesa pero ante todo por habernos devuelto a nuestra madre tal y como era y la conocimos en nuestra feliz niñez.

Ricardo Figueroa-La Máquina de Escribir/ Autor.

Esta bella fotografía es de mi madre cuando aún contaba con 20 años.




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