Fragmento de un diario II


Fragmento de un diario:

01/05/2009-02:10

Te entiendo. Seguro que no fue nada fácil para ti haber enfrentado una situación tan compleja como la que te causé por mi súbita partida esa vez en P.
Como difícil fue para mi haberme sometido sin previo anuncio a esa determinación. Algo de ese asunto alcancé a comentarte en charla previa. Te digo: en aquel tiempo aún no tenía claro el camino que debía seguir. Nunca hubieron unos planes preconcebidos. Me encontraba mal por muchos factores, entre ellos el hecho de estar viviendo solo. Bueno, es un decir lo de solo, recuerda que junto a A. y G. pagábamos el alquiler del apartamento en los Dos Puentes como una forma de abaratar costos. Con el tiempo empecé a darme cuenta que la compañía de estas personas me estaba resultando perjudicial. Ellos tenían sus ideas y su forma de vida. Al fin y al cabo se conocían de mucho tiempo atrás y encajaban a la perfección. Nunca compaginé del todo en sus métodos ni teorías. Leíamos mucho, escribíamos con el ánimo de llevar los textos al periódico o participar en los concursos literarios locales. Pero ellos estaban mal enfocados entendiendo la literatura como una exaltación perversa de los sentidos. Quizás por eso idolatraban a Rimbaud, a Lautreamont, a Verlaine, al Marqués de Sade, a Baudelaire, anteponiendo sus estilos de vida en primera instancia, al quehacer literario. Entendí que no podía entrar en ese mal juego. Empecé a marginarme. A pasar más tiempo contigo. Y desde luego en mi trabajo. Allá ellos con sus locuras, yo seguí viviendo la vida que me correspondía. Sin embargo esta situación me tenía aburrido. Descubrí además que se desnudaban en su cuarto para fumar marihuana y no sé qué otras cosas más. Nunca revelaron sus secretos. Lo que entre ellos ocurría jamás fue puesto como tema de conversación en nuestras charlas corrientes. Generalmente los asuntos giraban alrededor de nuestros proyectos literarios y la decisión de publicarlos. Acuérdate que A. me llevaba mucha ventaja por tener publicados varios cuentos y un ensayo sobre un personaje nariñense que aparece en La Vorágine, la novela de José Eustacio Rivera. Obtuvo un premio por este trabajo. Y en la Academia de Historia  Nariñense gozaba de amplio aprecio y reconocimiento. Incluso  me relacionó con la historiadora Lidia Inés Muñoz Cordero. Y gracias a él conocí personalmente también al doctor Alberto Quijano Guerrero en las instalaciones de la Academia. El apoyo que le brindaban era evidente porque creían en su talento. Incluso hasta le estaban patrocinando, según me dijo A., un proyecto muy ambicioso al cual dedicaba buena parte de su tiempo. Nunca supe ni me puso en conocimiento de qué podía tratarse éste, pero dejaba ver algunas páginas cuidadosamente escritas a mano de lo que estaba haciendo. A estas alturas ignoro si habrá concluido tal obra. De lo que sí pude darme cuenta, de acuerdo a una encuesta realizada  para señalar los valores más representativos de la región nariñense en el ámbito literario, es que su nombre no figuraba en la lista. Y J.P. me comentó, la última vez que vino a visitarnos, que había visto a esos dos amigos deambulando como espectros por las calles de la ciudad. La verdad nunca tuve la intención de seguir al lado de ellos por mucho tiempo. Y tu llegada, en cierta manera, me quitó un gran peso de encima al considerar juntos la posibilidad de organizarnos  con o sin la iglesia de por medio. Se los dije a ellos. Recuerdo que A. me censuró con una de sus típicas ironías. "Si quieres ser escritor, hazlo lejos de una mujer. Las mujeres no combinan con la literatura. Y más si esta mujer es de tu propia familia. El resultado no puede ser peor. Al menos sé un poquito piadoso con ella y dile que la urgencia sexual no puede interferir con la urgencia del intelecto. Allá tu si quieres dejar de lado lo que tanto te ha costado con el pensamiento, con la cabeza". Empecé a cogerle desconfianza, a mirarlo como lo que era, un ser desprovisto de sentimientos reales, tan frío, maligno y calculador como los personajes que inventaba en sus fábulas. El trato entre nosotros cambió ostensiblemente al punto de adoptar yo una prudencial indiferencia. Al final omitíamos incluso hasta el saludo. No tenía otra salida. Vi que mi vida podía complicarse por esta y por otras situaciones de índole personal, familiar y laboral que al momento ejercían presión. Me encontraba solo allá en P. asistiendo a un trabajo que no me satisfacía. Papá, mamá, y mis hermanos se habían radicado de urgencia en Ch. después de la catástrofe económica vivida en la ciudad. Mi hermano F. no se aguantó más y emprendió viaje a C. El panorama no era nada halagador para ninguno. Te entiendo. Tú también estabas sola. Viajaste desde M. motivada por esa razones "de amor" que nuestros corazones manifestaban. En el fondo te mostraste segura de dar ese paso importante y arriesgado sin estar todavía segura de nada. Pero lo diste demostrando valor y entereza de carácter. Sin pensarlo mucho nos convertimos en algo más que los tímidos enamorados a distancia que siempre fuimos. Aunque nunca fuiste partidaria de tocar extremos tan "controvertibles y...¿descabellados? como los que al final traspasamos. Pero el amor lo justifica todo. Eramos amantes. Y a pesar de que nuestros encuentros clandestinos estuvieron teñidos de un oscuro sentimiento de culpa, gozamos, disfrutamos y vivimos con regocijo cada minuto de esa nueva experiencia juntos. Siempre bajo la premisa del mutuo consentimiento y respeto. Tú sigues siendo una dama y yo un caballero atento y considerado. Las cosas no tuvieron el resultado que esperábamos, es cierto. Demasiados obstáculos surgieron para impedirlo. Eso también ya lo sabemos. Entiendo cuando dices que si te preguntaran qué parte de tu vida desearías devolver, no dudarías en decir que te gustaría estar en el último día en que tuviste la oportunidad de estar conmigo allá, en P. para poder decirme todas esas cosas que sentiste cuando me separé de tu lado. Esas cosas, o esas verdades, mejor, las has llevado contigo durante todos estos años y, sin proponértelo, me las has estado revelando ahora de a poquitos mediante tus mensajes de texto y tus llamadas desde el celular. Lo has dicho "entre líneas, notas musicales, melodías y recuerdos", etc. Me duele no poder ahora responderte en los mismos términos, pero comprendo y agradezco que nunca hayas cambiado,

 

Comentarios

  1. "Inspirar un gran amor no puede ser motivo de asombro para quien se conozca lo suficiente. Así como fuente de muchos remordimientos por haber representado con excesivo celo el papel de un ídolo inexistente" Esta frase, querida amiga, es de Bufalino, El Malpensante. Te la leí anoche. Guardaste silencio. Me dijiste que todo y nada tiene sentido. Que esa era tu conclusión.

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