Cuando la puntualidad no sirve para nada
Cuando la puntualidad no sirve para nada.
“Ahora sus ojos eran atrevidos.
Regresaba del olvido con la furia de quien
necesita taladrar la tierra”
Héctor Rojas Erazo, En noviembre llega el arzobispo.
Como todos los días, debía hacer mi ingreso al
trabajo 15 minutos antes de la hora estipulada. En el trayecto desde mi casa
hasta allá encontré serias dificultades de tránsito. Todo indicaba que llegaría
tarde. Mis jefes no lo entenderían. Al llegar con el retraso previsto, la
mirada severa y el ceño adusto del vigilante en la puerta me detuvieron. Adiviné
en su gesto el cumplimiento de una resolución fulminante. Yo quería hablar,
explicarle, dándome enseguida la espalda. Llevo horas, días, semanas tratando
de obtener su atención. He visto a mis compañeros entrar y salir, conversar
entre ellos y reírse, sin advertir para nada mi presencia. Debía tratarse de
una confusión lamentable. Quise abordarlos, buscar una explicación, sin poder
moverme siquiera del sitio ni articular palabra. De no ser porque uno de ellos
hizo un comentario sorpresivo, nunca habría caído en cuenta de nada: hizo
mención del “accidente ocurrido el día tal, donde pereció de manera trágica y
absurda nuestro querido y recordado compañero dirigiéndose a su trabajo”
25 de agosto de 2024, Poblado Campestre.
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