CAPERUCITA ROJA, EL LOBO, Y LA ABUELITA.

 

 


Andaban juntas Caperucita y su madre cuando la mamá, llevándose las manos a la cabeza, le dice a su hija: ¡Hoy cumple años tu abuelita, debes ir y llevarle un regalo! Compra frutas y dulces y llévaselos sin pérdida de tiempo. Mientras tanto yo adelanto unas gestiones en el banco.

Caperucita, que así le decían por llevar  siempre puesto un gorro rojo en forma de pico cuya extensión cubríale la espalda en forma de capa, pensó que ir donde su abuela a una hora tan temprana le permitiría disfrutar un poco del bosque, las flores y las aves, mientras avanzara por el camino hasta su casa. Compró unas pantuflas muy suaves a precio de oferta, y con la plata restante llenó su canastita de manzanas, peras, ciruelas y bocadillos de guayaba que a su abuelita tanto le gustaban.

Una vez organizado todo, Caperucita tomó el camino del bosque para llegar lo más pronto posible a la casa de la abuelita. Era ésta una desvencijada vivienda con un perro muy viejo y cegatón, también había algunos patos y gallinas revoloteando en el pequeño patio. Debido a sus muchos años la viejecita se sentía débil y muy enferma, ya casi no salía de su predio, permaneciendo mucho tiempo en la cama. Sin embargo, por muy enferma que estuviera, no dejaba de cuidar sus animalitos, darle de comer al perro y prepararse ella misma suculentos platos como en sus mejores años de buen apetito. Era capaz de comerse un lobo entero si fuera preciso para saciar las exigencias del estómago.

Caperucita iba muy contenta apreciando el paisaje, acariciando las flores del camino, silbándole a los pajaritos que en gran cantidad se descolgaban de los árboles para posarse en sus hombros y brazos en vuelos retozones. Estaba feliz Caperucita de encontrar amiguitos tan alegres y divertidos. Ella consideraba que ningún animal, de los muchos que habitan en el bosque, son malos. Hay en ellos, pensaba, un sentimiento natural de bondad y de nobleza muy difícil de encontrar en algunos humanos. Y mientras caminaba, dando algunos saltitos, detrás de un árbol muy grande le salió el lobo haciéndose el pendejo para que Caperucita no pudiera sospechar nada. Al llegar junto al lobo, éste le mostró una sonrisa amistosa, la mejor que pudieran reflejar sus dientes feroces  e insatisfechos. “¡Hola hermosa niña, hace un buen día hoy! ¿Puede saberse a dónde te diriges tan contenta?” Caperucita, que tenía un corazón bondadoso, y la confianza le hacía creer que todo el mundo era tan bueno como ella, le respondió: “Voy a visitar a mi abuelita que está enferma y a llevarle estos regalos” El lobo que vio una buena oportunidad para interactuar con ella y ganarse su confianza, le dijo: “¿Tienes una abuelita? ¿Y vive muy lejos tu abuelita, niña? Yo podría acompañarte, no faltan los pillos que están al acecho  y les quitan a los caminantes lo que llevan consigo. Y si es comida, con mayor razón. Una niña acompañada de un lobo infunde respeto, nadie se atrevería a hacerte daño. ¿Aceptas?” Sin pensarlo, Caperucita aceptó el ofrecimiento muy agradecida y echaron a andar juntos por el camino del bosque hasta la casa de la abuela. Mientras caminaban, el lobo no dejaba de mirar de reojo la canasta sin evitar que las babas le chorreasen de su horrenda boca. Pero Caperucita nunca sospechó las intenciones siniestras del lobo. Incluso hasta pensaba que la vida le deparaba una agradable sorpresa al presentarle al lobo como su amigo y compañero de camino. Después de andar un buen rato Caperucita divisó el pequeño puente de madera por donde tendrían que pasar para llegar a la añorada casita de la venerable vieja que era su abuela. Durante la noche había llovido mucho y los tablones del puente estaban resbalosos. El lobo le dijo que habría que pasar con mucho cuidado para evitar algún accidente. Así lo hicieron, tomándose juntos de la mano, pero con tan mala suerte que Caperucita dio un mal paso y la canastita cayó al riachuelo. El lobo no pudo ocultar su enojo: “¡Mira lo que acabas de hacer, muchacha torpe, has dejado caer los alimentos de la abuela, ahora con qué le vas a salir!” Caperucita se puso a llorar. Quiso lanzarse al arroyo para rescatar la canasta pero el lobo, dándole un jalón, la hizo desistir. La casa estaba al otro lado, muy cerca ya. El lobo, pensando muy rápidamente, le dijo no importa, vamos a la casa de tu abuela, le explicaremos lo sucedido. Cuando llegaron el perro ni siquiera se movió, parecía como muerto del sueño que tenía. Tocaron a la puerta y la abuela desde adentro preguntó: “Quien es” Yo, abuelita, le dijo Caperucita, he venido a visitarte, traigo compañía, me ha sucedido algo muy malo, te lo contaré enseguida. La abuelita, arrastrando los pies, fue a abrir, y cuando vio al lobo le brillaron los ojos de codicia.  Sigan, sigan, no se queden mirándome como unos tontos, ¿trajiste algo de comer?, le preguntó la abuela, y entonces Caperucita le contó lo sucedido. La abuelita se puso muy triste pensando en las pantuflas, las manzanas, las peras, las ciruelas y los bocadillos de guayaba arrastrados por la corriente del riachuelo. Mira, le dijo la abuela, desde ayer no me he llevado un pinche bocado de comida a la boca, estoy muerta de hambre, lo que me traías era mi única salvación. Y como no tengo fuerzas para atrapar una gallina y echarla a la olla estoy que me como lo que sea. Entonces el lobo empezó a sentir una especie de escalofrío y quiso salir, pero la abuela lo detuvo. Espera, le dijo, pensaremos en algo para remediar la situación. Entró dificultosamente a la habitación y regresó con algo escondido entre las manos, algo que no dejaba ver bien qué era, porque lo ocultaba detrás, en la espalda. El lobo descubrió una actitud extraña en el rostro de la abuela. Entonces le dijo: Señora abuela, pero qué ojos tan grandes tiene. Y la abuela le respondió: Son para verte mejor, lobito sano, gordo y hermoso. El lobo se sintió incómodo. Sin embargo tuvo coraje para volver a preguntar: Señora abuela, qué boca tan grande tiene… La abuela, acercándose lo suficiente le dijo: Es para saborearte mejor. Y diciéndole esto, sin que el lobo tuviera tiempo de esquivarla, le descargó un golpe mortal en la cabeza con el objeto que tenía escondido tras la espalda. El lobo cayó desplomado en el piso y la abuela lo remató con otro golpe más fuerte que el anterior para inmovilizarlo definitivamente y empezar la tarea del descuartizamiento ante los ojos aterrados de la niña.

Nicolás Figue /vocesdispersas –escrittore17.blogspot.com

Imagen tomada de internet.

 


 

 

 


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