Como en una película

 


No faltan las ocasiones para suponer cosas. Ahora mismo supongo, por ejemplo, que la luz del día se extinguirá repentinamente dejándonos a todos en la más absoluta oscuridad. Será un fenómeno imprevisto que nos cogerá por sorpresa a los humanos sin llegar a saber nunca qué lo produce. ¡Y es que el mundo ha cambiado tanto! dirán a modo de explicación los más ingenuos. El clima lo ha trastornado todo, exclamaran otros. Hasta el tiempo parece haberse acelerado más de la cuenta. Antes era distinto. El día era larguísimo y la noche interminable. Perfectamente se podia dividir el estado del sueño en fases distintas. Como en una película, por ejemplo. Podía empezar uno soñando que iniciaba un viaje en tren, llegar al sitio de su destino, dirigirse a un hotel, descansar dos días, vivir alguna aventura de tipo amoroso o violento. Era como la primera parte porque las ganas de ir al baño despertaban al duermiente provocando un intermedio. Luego de volver a acostarse y retomar el sueño el ambiente del hotel se alteraba por la presencia de uniformados. Habían encontrado indicios serios y fehacientes de la participación del huésped del hotel en un extraño asesinato. Una rubia que le había estado acompañando en un bar nocturno fue hallada sin vida en el lecho de un río. El huésped se muestra asombrado porque nunca estuvo en un bar y menos acompañado de la tal chica, la víctima. Le inquieren por testigos. Alguien tiene que atestiguar que usted nunca se movió de este sitio. El huésped piensa y de inmediato dice que sí, que la recepcionista puede confirmarlo. La chica de la recepción, rubia y muy bella, de unos 25 años a lo sumo, dijo que ella estuvo muy ocupada en ese transcurso de la noche atendiendo la llegada de nuevos huéspedes y le quedaba difícil recordar algo relacionado con el huésped en cuestión. Un ruido fuerte originado en la calle despertó de golpe al durmiente que, saltando de la cama, corre hacia la ventana para ver de qué se trata. Afuera todo permanece bajo aparente normalidad. Ni un alma. Pudo ser un perro, un gato, tirando al piso un objeto, se dijo para calmarse. Aprovecha para ir a la cocina y tomarse un vaso de agua. Retorna al lecho, se acuesta, y en menos de cinco minutos queda profundo. En el hotel la situación parece complicarse. No habiendo testigos, y teniendo la ley indicios que lo incriminaban, el huésped, sin haber cometido ningún crimen, toma una medida desesperada. Está en el séptimo piso del hotel, observa a los policías conversar secretamente entre ellos, incluso con alguna malicia. Quieren tomarlo como chivo expiatorio en el caso. Y estando en una ciudad desconocida tiene todas las de perder. Observa la amplia ventana y la intensidad del cielo a través de ella en la lejanía. Tomando un rápido impulso se lanza al vacio haciéndoles pistola a los policías que perplejos miran el cuerpo descender vertiginosamente hacia el pavimento. Qué bruto, fue lo único que dijeron. Se trataba apenas de una averiguación. Pero el huésped, mientras descendía con todo el peso del cuerpo rumbo a la muerte, se acordó que no era la rubia del bar nocturno sino la otra rubia, la de la recepción, la que había entrado a su habitación cuchillo en mano. ¡Entrégame el dinero y las joyas! le dijo con voz amenazante. Viéndose sometido el huésped abre la maleta y le entrega todo. Ella le arrebata el alijo de las manos y sale en medio de estruendosas carcajadas. Nunca me has visto, le dijo finalmente ella. Sin poder conciliar el sueño el huésped se viste y sale a tomarse un trago en el bar más próximo. Pasa por la recepción y no ve a nadie. Al llegar al bar y tomar asiento se le aproxima una rubia ofreciendo atención. El le pide una caneca de aguardiente. Cuando se la trae le dice siéntate, hazme compañía. Ella le obedece, destapa la caneca y sirve dos tragos. Entonces se acuerda que no tiene dinero. Pero no le dice nada a la rubia. La única garantía es ser el huésped del hotel más prestigioso de la localidad. A pesar de compartir la caneca ninguno habla. Ya cuando se han tomado los dos últimos tragos y la rubia le dice que si trae la otra caneca, entonces él se levanta y se va. Nadie se lo impide. No se arma ningún escándalo por parte de nadie. Ni siquiera parece importarle a la rubia a quien le compromete a responder por la cuenta. Al llegar al hotel y pasar por la recepción no ve a la encargada tampoco. ¿Qué se habrá hecho esa maldita mujer?, piensa lleno de odio en sus adentros. Entra en el ascensor pulsando el botón del piso 7. Abre la puerta de su habitación y sin prender la luz se echa encima de la cama con la ropa puesta. Hasta que lo despertaron los golpes en la puerta y los policías entrando a realizar su diligencia. Y todo eso solo en el transcurso de una noche. Por eso es que ahora la gente sueña menos y no por falta de motivación sino porque el tiempo ya no alcanza para nada.

Nicolás Figue/ Vocesdispersas -escrittore17.blogspot.com





 

 

 

 


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