La serpiente endiosada

 


Dice la fábula tradicional que la serpiente tenía aterrorizados a los habitantes de un pueblo y, como nadie se acercaba a ella se sentía sola y aburrida.
Sigue diciendo la fábula que, cansada de la situación, subió a la colina en la que habitaba un hombre sabio.
- ¡Nadie me quiere! -se queja-. ¡Todos huyen de mí! ¿Qué puedo hacer?
- Deja de morder y verás cómo se te acercan -aconsejó el sabio.

Hasta aquí la parte que, como autor de mi propia fábula, me interesa. La continuación que propongo podría desarrollarse al tenor de las circunstancias que siguen:

Bajó la serpiente de la colina sin haber decidido en su fuero interno lo que tendría que hacer de allí en adelante. Pero como su astucia sobresalía del resto de sus congéneres, se dijo que el sabio era un necio al exigirle que modificara su conducta, siendo que así había adquirido su fama de bicho peligroso y temido. Buscaba ésta adoptar siempre las formas más soterradas pero efectivas para atacar a sus víctimas e inyectarles su veneno.  Luego de su infame procedimiento huía de inmediato hacia su guarida para permanecer allí el tiempo necesario mientras las cosas se calmaban y salir al ataque de nuevo. El hecho de poder descargar su odio prevaleciente sobre la víctima de turno le producía un alivio infinito. Hay casos comprobados en los cuales no se sabía qué era peor: si el daño ocasionado por su ataque traicionero, o el efecto  dañino de su lengua obviamente viperina y demoledora.  Generalmente se vale de la posición que ocupa en la Mesa de los Escogidos para sembrar cizaña, manejar y controlar las distintas actividades que se realizan dentro de la comunidad, así como para influir ladinamente en las decisiones que tome el miembro principal.  Para tal fin su horario es extendido: se levanta a las cuatro de la mañana, deslizándose sigilosamente entre las sombras con movimiento de gato y alas de murciélago. Tiene la ubicuidad del demonio, pues sale de donde menos se espera. Hay quienes afirman incluso que la han visto arrojando fuego vivo por los ojos, y que su aliento hiede a azufre. Inexplicablemente los perros aúllan de pavor cuando la ven. Utiliza un lenguaje extraño, de animal taimado, para calmarlos. Con su poder puede llegar a transformarse en perro mismo y unirse a la jauría feroz. Emplea estrategias y planes rigurosamente fraguados para engañar y confundir.  Es así como empieza su infatigable jornada de asedio y persecución al conglomerado. Su enjundia no decae por más obstáculos encuentre en el camino. A las seis de la tarde, cuando las cuadrillas del turno del día  dan paso a las de la jornada nocturna, nuestro maquiavélico personaje sigue en función de acechanza,  yendo y viniendo por todos lados, sin que sea visto, sin sentir incluso hambre, sed, ni cansancio. Bueno, esto es un decir, porque en materia de apetito, su glotonería es célebre entre las cocineras del campamento. Acude de primera para saciarse, dejando eso sí severas disposiciones para que la ración no exceda la medida de estipulada para los demás. Tras de garosa es mezquina. Eso es lo que menos le importa. Su misión continúa hasta al filo de la medianoche, observando e inmiscuyéndose en cuanta discusión de poca monta ocurre entre los campamenteros insomnes por el calor, los zancudos, y las mañas de hombres solos.  Vigila desde sitios estratégicos a los últimos comuneros  que salen a dar pequeños paseos a través del río y entre los árboles.  Está visto que no quiere perderse de nada, ni siquiera de lo que los ajenos y confiados residentes hagan en la intimidad de sus hogares. No hay movimiento, por mínimo o insignificante que parezca, que pase desapercibido al escrutinio de sus ojillos siniestros. Se cree la autoridad máxima por encima incluso del miembro principal,  que es el Jefe nombrado, reconocido y destinado a mantener el orden del lugar. La serpiente es para el Principal como su conciencia ambulante. Hay algo de morboso, de antiético y preconcebido en esa relación. Mientras algunas veces el Principal trata a la serpiente de la manera más despótica y denigrante, haciéndole incluso bromas pesadas a costa de su condición de bicho rastrero, otras la elevan a la categoría de Gran Señora y la reverencia, no se sabe si de buena fe o para seguir burlándose de ella. Lo cierto es que  la Serpiente, a pesar del desprecio soterrado que el Principal le inspira, lo admira y venera como a un ídolo. El Ídolo, como seguiremos llamándolo de aquí en adelante, se mantiene casi todo el tiempo encerrado en su cubículo,  y todas las decisiones que debe tomar las tasa en el material informativo que le presenta la serpiente. Sean  o no veraces las informaciones, la credibilidad que les concede el Ídolo-Principal desvanece cualquier duda y se cumplen. Producto de esta insidiosa modalidad fue que involucraron a uno de los baluartes del Grupo de Contención en la supuesta pérdida de cinco palas, tres picas y varios machetes del economato.  Todo porque estando de servicio en su turno de la noche se le encomendó la urgente misión de ir a buscar estos elementos  para detener el avance de un  grupo invasor. Eran casi las dos de la mañana cuando se lo dijeron.  La orden la dio el Ídolo-Principal desde su cama, y había que cumplirla sin pérdida de tiempo.  Como eran muchas herramientas las que se necesitaban  y no era fácil conseguirlas a esas horas con la gente del lugar, se hizo necesario despertar  al  encargado del economato  para obtener  lo requerido. Y para que esto quedara debidamente legalizado se le exigió al encargado de la misión  que firmara un documento de entrega de las cinco palas, tres picas y cuatro machetes. Todo el material se utilizó inmediatamente de acuerdo a lo ordenado por el Ídolo-Principal, sin que a la postre haya servido para nada porque los invasores lograron su cometido, manteniendo a la comunidad cautiva y aislada durante dos largos meses. Al final, cuando se llegaron a unos acuerdos de sana convivencia, estableciéndose además unos compromisos de respeto y libre cooperación, la armonía y el progreso volvieron a ser el factor común dentro de la comunidad. Sin embargo la Serpiente, alentada por su naturaleza enconada y conflictiva  encontró tiempo después el documento firmado por el Venado e inmediatamente concluyó que se trataba de un fraude. Buscó al Tigrillo-Rector y sin reparar mientes en el asunto le exigió, “prueba en mano”, de forma altanera e imperativa, sanción con fines de despido, ya que el Venado, impetró, había incurrido en un delito grave y había que ajusticiarlo. “Echarlo a la calle, mejor”, como un vil ladrón. El Rector, que era un Tigrillo bastante inteligente, observador y analítico, le respondió a la Serpiente que el caso no estaba claro. Que debía tratarse de un error, y por tanto, era mejor averiguar primero las cosas antes de proceder. Pues tratándose del Venado, a quien conocía de sobra por sus marcadas cualidades y mejores antecedentes, la acusación podía carecer de fundamentos para condenársele así tan a la ligera. La Serpiente estalló en furia diciéndole al Tigrillo-Rector que no se pusiera a oficiar “de abogado del diablo porque salía mal librado”,  y que la prueba encontrada era suficiente para aplicarle la ley al responsable.  Al Venado tenían  que echarlo ya mismo de allí por ladrón. En ese momento y de manera providencial llegó casi que volando por los aires Gallo-Segundo, a quien se le había encargado la orden de transmitirle al Venado el encargo de esa noche. Ya habían pasado dos meses largos y el asunto no conservaría la frescura de detalles para ser expuesto con eficacia, era esto lo que temía el Tigrillo-Rector. Pero ante la gravedad del caso tenía que actuar sin pérdida de tiempo.  “¡Jefe, jefe! -le dijo muy angustiado- ¿Usted se acuerda de aquella vez que se le encargó una misión al Venado para detener el avance de los invasores? Se necesitaron palas, picas y machetes. El Venado tuvo que solicitarlas en el Economato. Era la orden del Principal. Es cuestión de vida o muerte, acuérdese por favor!”.  Gallo-Segundo se quedó mirándolos muy extrañado, pero ante la cara de angustia del Tigrillo-Rector no vaciló en responder que sí, que se acordaba. Que cuál era el problema. Entonces la Serpiente se encogió con brutal escepticismo: Esto hay que preguntárselo directamente al Principal, dijo. Y sin mediar palabra tomó de primero el camino hacia la Casa del Sol Naciente, refugio del Ídolo-Principal. Una vez adentro tocaron la puerta de su cubículo no sin antes repasar el emblema que la enmarcaba: “OJOS QUE NO VEN CORAZÓN QUE NO SIENTE”. Un gruñido de ogro en reposo y pasos de animal grande avanzando en su interior. A la Serpiente le brillaron malignamente los ojillos. Gallo-Segundo y Tigrillo-Rector se miraron entre sí. Al silencio de muerte creado por los tres personajes en espera precedió la abrupta aparición del Ídolo-Principal: “A qué debo el honor, señores”, dicho más como un reproche que como una invitación a entrar. Gallo-Segundo tomó la iniciativa ante la prerrogativa de Tigrillo-Rector: “Señor, su tiempo es oro y grande su benignidad, no somos dignos de vuestra presencia pero una palabra tuya bastará para sanarnos”, y antes de que continuara la perorata el Ídolo-Principal lo cortó con voz de mando: “¡Al punto, déjese de tanta alaraca, pendejo!”. Gallo-Segundo sintió la cresta más encendida que de costumbre. Tomando un nuevo aire siguió: “Señor, ¿usted se acuerda de los invasores del corte y que para evitar su avance ordenó destruir con palas, picas y machetes  la vía por donde iban a ingresar?”. Silencio de parte del Ídolo-Principal. Seña de que iba entendiendo.  “Señor, para cumplir la misión teníamos primero que conseguir las palas, las picas y los machetes”. Gesto de impaciencia del Ídolo-Principal. “Yo le encomendé ese trabajo al Venado del Portal del Elefante. Fue a buscarlos  a sitios y áreas aledañas. No consiguió nada. El tiempo apremiaba. Se hizo necesario recurrir al Economato. Firmó un documento de salida de esos elementos como constancia. Fue su orden Señor”. Al Ídolo-Principal se le dibujó un gesto terrible de impaciencia: “¿Y sólo para eso vinieron? ¿A que les diga  que eso no sirvió de nada? ¡Los malditos invasores finalmente se salieron con las suyas poniendo a la Comunidad en peligro de extinción! ¡No soporto más seguir escuchando del tema!”, y sin esperar más interpelaciones de nadie cerró de un violento tirón la puerta. “¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz”.* Y como no hubo necesidad de entrar en más explicaciones, el Tigrillo-Rector observó a la Serpiente con secreta complacencia, y ésta contrajo la lengua varias veces sin atreverse a hacer más comentarios. Sin embargo la Serpiente quedó más ofendida por el fracaso que representó su gestión acusadora y creyó que su reputación podía quedar seriamente afectada ante el juicio del Ídolo-Principal. Así que sin pensarlo dos veces fue y se encerró en su tétrico cuchitril a maquinar la forma de desquitarse. La fábula podría terminar así. Existe el peligro que termine así. Con la Serpiente de por medio nunca se sabe.

*El señor presidente, Miguel Ángel Asturias.

Nicolás Figue/ Vocesdispersas- escrittore17.blogspot.com











Comentarios

Entradas populares de este blog

Algún día leerá estas páginas

Rumba en la Luna

Es domingo.