Escribir, tomar nota, atrapar el instante.

 Son de esas cosas que le pasan a uno cuando más lejos tiene en la cabeza la idea de encontrarse con alguien. Bueno, yo no andaba en la calle, ni tampoco buscando a nadie, había puesto una silla de esas playeras afuera, en el antejardín, y como el calor había amainado por la aparición súbita de un viento enrarecido, como con ganas de ponerse a llover, me senté cómodamente con el libro en la mano. Leía a Margarite Duras, cuyo título es Escribir, donde habla de la soledad, de la casa, de la escritura, de sus amantes esporádicos, y de lo que tiene que soportar un hombre a su lado cuando su única intención es escribir. Imbuido en la lectura como estaba, me sustrae la presencia de una mujer en la puerta reja que, con voz ansiosa, me dice que si puedo hacerle el favor de permitirle el paso por el interior de mi casa y tratar de pasar ella a la suya, contigua a la mía, por el balcón. Salí a comprar algo a la tienda y dejé la llave adentro, dijo. ¡Ando tan distraída últimamente! Con muchas cosas en la cabeza, por mejor decirle. De inmediato la reconocí: Eres la hermana menor de Juliette, le dije. Te habías ausentado por algún tiempo largo, desde que desocuparon la casa. No tengo ningún inconveniente en dejarte pasar. ¿Van a ocupar la casa de nuevo?, le pregunté, sabiendo que llevaba cerrada desde el año de 2020 en pleno auge de la pandemia. No. Mejor dicho, sí. Vamos a ocuparla de nuevo. ¿Me deja pasar entonces? Acudí a abrirle la puerta. Muy gentilmente la invité a seguir. Me pareció raro al extremo tener que abrir la puerta de mi casa y dejar entrar a una mujer demasiado joven que no cesaba de estudiar mis gestos y mis movimientos con sus bellos ojos verdes. Le dije que subiera adelante de mí por las gradas, al segundo piso, que yo la conduciría. Accedió confiada sabiendo que quién debía ir al frente era yo mientras ella debía seguirme haciendo de paso algunos comentarios. Siempre he tenido deseos de guiar a alguien por la ruta larga y peligrosa, pero cada vez que viene uno que no conoce la casa, se me olvida. Recordé que lo había leído en un libro, caí en cuenta: el libro de José Agustín, De perfil, y me estremecí con la coincidencia. Muy amplia su casa, dijo cuando llegamos arriba y atravesamos la sala Intermedia, donde tengo la biblioteca, y continuar hasta la alcoba principal. Vi que le echó una amplia mirada a la cama. Salió al balcón y probó la consistencia de los tubos de protección. No creo que aguanten, son muy delgados, y estoy un poco pesadita. ¡Si al menos hubiera un banquito!, dijo, y yo le pedí que esperara un minuto para acercarle un silla. Cuando lo hice me pidió que le sostuviera el celular y un tarro térmico de los que se usan para llevar agua al gimnasio. Se paró encima de la silla, pasó la pierna izquierda al otro lado de los tubos con agilidad, para apoyarla en el saliente del balcón. Subió la otra pierna y en menos de lo esperado ya estaba en su propio balcón. Ahora sí, páseme lo que le di. Le alargue el celular y el tarro viéndole solamente la mano con unas uñas escrupulosamente pintadas. Desde el lado contiguo me llegó su voz dándome las gracias. No es nada, le dije. Para la próxima, si es que llega a presentarse otra contingencia por causa de la llave, no dude en avisarme. De esta casa no me muevo. Gracias, respondió. Para la próxima tendré más cuidado para no molestarlo, vecino. Desandé mis pasos hasta el primer piso, hasta el antejardín, pensando en lo delicioso de tener una mujer joven y bonita en casa, así sea para verla escaparse por el balcón. Como en un sueño.

Nicolás Figue/ Vocesdispersas - escrittore17.blogspot.com
Enero 30 de 2024


Imagen tomada de internet

Comentarios

Entradas populares de este blog

Algún día leerá estas páginas

Rumba en la Luna

Es domingo.