Recuerdos y añoranzas en Navidad

 24 de diciembre. ¡Cómo recuerdo las Navidades pasadas en casa, con mis padres y hermanos! El ambiente del hogar cambiaba totalmente, mamá se esmeraba por darle un toque especial a las cosas, colocando adornos navideños que anunciaran el día más feliz del año. ¿Pero era realmente el día más feliz del año para nosotros? Me refiero a que en nuestra mente de niños los deseos sobrepasaban cualquier expectativa sin contar las posibilidades que pudiera tener papá para complacernos. Siempre quise una bicicleta. Pero obtener un regalo de esta envergadura significaba, sencillamente, que quedaríamos más pobres de lo que estábamos. Mi madre se encargaba entonces de decirme que el pedido de la bicicleta al niño Dios debía postergarse para el próximo año, que con toda seguridad sería el mejor. Con esta premisa decididamente piadosa esperábamos otro largo año (porque antes los meses se demoraban muchísimo en acabarse, y un año era eterno) para que el niño Dios llegara, ahora sí, convertido en todo un magnate. Sin embargo, el 24, cuando daban las doce de la noche, y la euforia general explotaba entre cuetes y luces multicolores afuera, en la calle, yo me asomaba con cautela (¿con escepticismo, quizás) al pesebre, abrigando la esperanza de encontrar el regalo más esperado. El niño ya había nacido y extendía los brazos a lo alto en su humilde cuna acompañado de sus asombrados padres y un burro y un buey dándole calor con su vaho. La pobreza en que nació el rey del mundo era total. ¿Qué podía reclamarle yo entonces? Lo que sentí en esos momentos fue un estado de compasión por él y por mí al darme cuenta que la felicidad no dependía de lo material sino de las emociones que nos transmiten las cosas sencillas pero significativas de la vida. A partir de allí nunca más volví a escribirle cartas presuntuosas que encumbraran mi vanidad sino el deseo simple de que en nuestra casa reinara la paz, la unidad, la concordia, y que no falte nunca nadie, porque estando todos juntos, era como tener ganado el cielo. Siempre fui el niño creativo de la casa. Terminando noviembre ya hacíamos expediciones con mis hermanos a los montes, a la montaña, en busca del musgo y la barbacha. Por ahí derecho recogíamos plantas verdaderamente exóticas que incluíamos en el arreglo del pesebre. El árbol siempre fue la rama cortada de un guásimo que luego descascarábamos por completo para darle el tono natural de la madera limpia. Se le envolvía los festones, las guirnaldas, figuritas recortadas de las cajas de galletas, y los bombillos de colores. No se conocían las series eléctricas como las de ahora. Pero el árbol quedaba perfecto. Procedía luego a armar las casitas del pesebre utilizando tablillas del palo de maguey. Aprendí a hacerlas viendo a un señor que las hacía para venderlas en la plaza de mercado los domingos. Las primeras me dieron mucho trabajo quizás porque no contaba con todos los materiales necesarios. Poco a poco fui consiguiendo lo que se necesitaba y las casas salían como por arte de magia. Al pesebre le puse después como tres pueblos distintos con todas las casas que salieron. Con lo cual pude darme cuenta que a fuerza de imaginación podría construirme un mundo paralelo al que vivía. Creo que de ahí nació la idea de ponerme a escribir historias en un cuaderno escolar. Y como ya estaba enamorado de una linda chica, a la que por timidez nunca me atreví a decirle nada, hasta poemas me atreví a cometer. Tiempo después fue ella la culpable, al prestarme un libro de Andrés Caicedo, cuando aún su autor vivía, de que yo participara en un concurso literario de Cuento Corto promovido por el suplemente infantil Pinocho del diario El Pueblo, de Cali, donde quedé entre los cinco ganadores. Fue el sábado del día 14 del mes de febrero del año 1977 la premiación en las instalaciones del periódico en la avenida 3ª, Norte de Cali. Digamos que el susto fue grande. Yo escribí el cuento en la máquina de escribir de papá sin decirle nada. A escondidas. Como si estuviera cometiendo una travesura. Pero la travesura tuvo consecuencias porque luego de haber mandado el sobre al periódico, a los pocos días, en la edición dominical, apareció la noticia en primera plana anunciando el resultado del Concurso y los ganadores. Con el corazón latiéndome a mil le mostré el periódico a papá. “Y esto qué es”, me dijo mientras iba leyendo. Gané, le dije. El concurso. De cuento. Papá se llevó una mano a la cabeza. “Hay que esperar qué sigue ahora”, dijo sin felicitarme siquiera. Estaba tan confundido como yo. Todo se aclaró cuando me llegó un telegrama redactado en estos términos: Niño Ricardo Figueroa punto Ganador octubre premio Concurso Cuento Corto punto Premiación sábado 14 de febrero a las 10:00 am en las instalaciones del periódico El Pueblo punto Confirme asistencia punto Saludos Pinocho (EL TEXTO DE ESTE TELEGRAMA SE TRANSMITIÓ IGUAL AL ORIGINAL PARA DAR CUMPLIMIENTO A LO ESTABLECIDO EN EL REGLAMENTO INTERNACIONAL TELEGRÁFICO-TELEGRMA RECIBIDO VIA TELECOM- #3-21 CALI C/R. 33 FEBRERO 12 10001) Otro recuerdo que me aflora en esta navidad. Papá ya no está. Nos dejó el año anterior. Pero su recuerdo perdura como si sólo fuera una ausencia temporal. Mi madre sigue sentadita en su silla, muy callada, inmersa en sus pensamientos. Ya casi se aproxima a sus 90 años. Por su estado es difícil hablar correctamente con ella. Pero suelta frases que son verdades de todos y cada uno de nosotros. Su mente es una caja fuerte guardando hechos, sucesos, episodios de una vida compartida estrictamente en familia. Quedamos aterrados cuando revela situaciones que en la cabeza de uno ya se le borraron por completo. Pero hace como si no hubiera dicho nada. Como hablando consigo misma. Como deliberando y sacando sus propias conclusiones. Sus propios juicios. La vida sigue. Continua con sus pros y sus contras. Un año que viene y otro que se va. Es la memoria la que sigue estando de plácemes, celebrando la conquista de la vida. Lo que no quiere decir que todo pasado haya sido mejor. Lo que se vivió se vivió, siendo nosotros ahora el resultado, en cierta medida, de toda esa vida vivida y disputada con amor y sin arrepentimientos. “Nuestra época de niñez y adolescencia fue hermosa, fue lo mejor que me pasó en la vida, y nunca me arrepiento de lo bueno o lo malo que obtuve, porque hasta en las necesidades y los sufrimientos se mantuvo a flote esa luz de esperanza que nunca dejó de iluminar el camino” 

Nicolás Figue/ Vocesdispersas -escrittore17.blogspot.com

Diciembre 23 de 2023, sábado (publicado en el Facebook)


Foto con Rosario Caicedo, hermana de Andrés Caicedo, en el lanzamiento de su libro Mil pedazos, Feria Internacional del Libro de Cali octubre de 2022


Comentarios

  1. Lindo relato, como todo lo que escribes, vamos por más... felicidades.

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    1. Gracias por tus gentiles palabras, por apoyarme, y creer que vale la pena.

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