Arango In memoriam

 


Despierto y me pregunto: Qué hacen los sueños, qué relación directa tiene con el subconsciente. Qué grado de verosimilitud guarda con el pasado, y qué poder de asombro establece con el presente. La fecha la recuerdo con exactitud: 20 de noviembre de 2019. La noticia nos llegó como el producto de un terrible infundio: el compañero acaba de morir luego de ser trasladado de urgencia a una clínica del norte de la ciudad. Los médicos que lo atendieron hicieron todos los esfuerzos posibles para estabilizar sus signos vitales. El compañero no resistió. ¿Causa del deceso? Aneurisma cerebral. Llegó muy mal de su turno de trasnocho. "Me duele muy fuerte la cabeza, ya no soporto este dolor", dizque le dijo a su mamá. Le pidió por favor que le pasara un vaso con agua y un analgésico. Luego se acostó en su cama tratando de que el sueño le sobreviniera. Cosa que la mamá vio imposible por el estado de inquietud que presentaba.  Los síntomas, según nos dijo su hermana después, eran los típicos de algo más grave: dolor de cabeza severo, deterioro de la visión, dolor encima y detrás del ojo, náuseas y vómitos, párpado caído. Tomaron la decisión de llevarlo de inmediato a la clínica. No habían transcurrido ni siquiera cinco minutos de haber ingresado cuando salió uno de los médicos que lo atendieron para informar que el paciente acababa de fallecer. Un mes antes, 5 de octubre, el compañero subió un estado en su página de facebook con el siguiente mensaje: "Tristemente así pasa, ya cuando ven que alguien más se fija en ellos, ahí sí les nace el amor de la nada. Qué triste verdad" Nunca sabremos a qué o a quiénes se refería exactamente. Lo que siempre admiré en el amigo ido, en el amigo muerto, fue su alto grado de compromiso con la verdad. Sinceridad y franqueza por encima de todo, repetía él. Y a pesar de sus pocos años (no pasaba de los treinta) la vida le dio lecciones contundentes que le permitieron desarrollar una visión y un criterio de gran valor para establecer el alcance de su propia realidad. "Nadie está exento de caer en la desgracia, pero tampoco que sea incapaz de levantarse y seguir el camino con una meta y un propósito de cambio en la mente" Y el compañero era un ejemplo fehaciente de superación. Su amor por la familia fue el motor que lo impulsó a vencer las adversidades de una conducta al principio farragosa, mal enfocada, y que le hizo mucho daño. A él y a los suyos. De los errores se aprende, decía. Sólo el que quiera quedarse a vivir en el cuento labra su propia derrota. Y con una vida nueva, fortalecida con los mejores propósitos de una fe inquebrantable en sí mismo, se distinguió y sobresalió con sobrados méritos en el ámbito laboral (las oportunidades llegan), granjeándose el aprecio de jefes, directivos y compañeros de trabajo. El pasado quedaba atrás. El presente y el futuro empezaban a sonreírle, y con creces. Todo marchaba a la perfección. Hasta el día en que llegó con ese maldito dolor de cabeza a su casa. 

¡Hola compañero, me mandaron a este puesto a recibir el turno!, le dije llegando con mi maletín a cuestas. ¿Vos otra vez?, fue lo primero que me dijo. Y continuó:  pero si vos ya no perteneces a la empresa, por qué te mandaron de nuevo, yo no entiendo. Sus palabras no eran de reproche sino de curiosidad. Tienes razón, le respondí. Yo estaba tranquilo en mi casa cuando sonó el teléfono. Era Yaca, el supervisor del turno. "Me dieron la posibilidad de escoger a uno de los que ya se fueron, de los que ya cumplieron el ciclo laboral, y no dudé en llamarte para que vuelvas a trabajar en el turno. ¿Por cuánto tiempo? No sé. Eso lo determina el jefe. Pero lo que se tuvo en cuenta fue la experiencia y la buena imagen que dejaste. Supongo que la vejez no es óbice para declinar la invitación". Y eso fue todo, ahora estoy de vuelta, le dije al compañero, sin llegar a caer en cuenta nunca que ya llevaba cinco años de estar muerto. Bueno, me dijo con su mejor actitud, aquí todo está igual, no tengo nada que enseñarte porque todo lo sabes. No es sino ponerte el uniforme y a trabajar. Vi que guardó el uniforme que acababa de quitarse en su maletín. Está sucio y ya toca lavarlo, me dijo. Estaba ya para salir cuando se acordó de la chaqueta extendida encima de la mesa. Al  levantarla quedó al descubierto una gata gris con sus dos crías. ¡Ah, me faltaba decirte!, dijo. Esta gata parió anoche, la puse aquí para darle de comer. Si quieres la puedes cuidar hasta mientras yo vuelva, que será en la noche. Entonces veré que hago con ella y los gaticos. La idea de quedarme con uno de los gaticos me entusiasmó. Se lo dije. ¡Ah bueno, pero el otro se va a quedar solo, puede que no resista y se muera! Entendí lo que quiso decirme: el problema, le dije, es que no me puedo llevar a los dos, en casa no me lo permitirían, y sería peor tener que echarlo a la calle. Entonces déjalos aquí hasta que crezcan un poco. Yo les traeré comida, dijo el compañero. Y cuando quiso despedirse de ellos la gata le saltó encima y le mordió ferozmente la mano. Yo esperé a que le saliera la sangre. Pero a pesar de haberle clavado los colmillos profundamente no le salió ni una gota. Él simplemente me miró y sonrió antes de salir y dejarme con los animalitos. 

Nicolás Figue-Vocesdispersas/ escrittore17.blogspot.com

11 de septiembre de 2023




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