EL PALO DE AGUACATE
Cuando estoy solo, mirando por la
ventana el transcurrir de la noche, aquí en mi puesto de trabajo, ejerciendo la
vigilancia, me vienen a la mente distintas situaciones de distintas épocas y
etapas de mi vida donde descubro que la he cagado. Ahorita mismo recuerdo, por
ejemplo, esa vez en Tristebuey, pueblecito de veraneo a una hora de la ciudad,
un sábado en que nos visitaron mis dos sobrinos y un primo de ellos, de menos
edad, pero no por eso carente de chispa y de alegría. Me lo presentaron. Soy
James, James Bond, me dijo con cara de detective ilustre, pero enseguida
corrigió totiado de la risa, ¡James
Moncayo, puedes utilizar, sin embargo, el modo criollo, Yeins! Mucho gusto Yeins, me encanta conocerte, le dije. Y
a mí, aún más, respondió. Eres una especie de genio ambulante, me han dicho mis
primos. Vamos a confirmarlo, les dije a ellos, y veo que no están especulando.
Cuando una persona es inteligente se nota en la forma de hablar y de mirar. Hay
profundidad en tu mirada, con grandes interrogantes surgiendo de allí. Yo me
quedé sorprendido de escucharle hablar de esta manera. Exageraciones, le dije.
No tengo nada de qué presumir. Y a qué te dedicas, le dije, para continuar la
conversación sin dilaciones. ¿Yo?, dijo riéndose. ¡A gastarme la plata de mis
padres! ¡Y no es que sean millonarios, pero trabajan en el sector bancario, y
tratan de darle una buena vida a su único hijo! Ese soy yo. Risas otra vez.
Mandamos por cervezas frías. Saqué el aparato de música, una radio grabadora
que compré en mis tiempos del almacén Leticia, y que conservaba en óptimas
condiciones. Busqué los casetes de salsa, los últimos que logré grabar con
excelente sonido por conducto del discómano de una reconocida discoteca de la
ciudad que yo frecuentaba. Yo lo que hacía era pasarle dos o tres casetes Sony
vírgenes y una caneca de brandy cinco estrellas para que se la fuera tomando a
hurtadillas mientras ponía a la gente a bailar. ¡Esta música está buenísima,
tienes que prestármelos para regrabarlos!, me dijo Yeins leyendo los títulos de
las canciones escritas a mano. Me hice el desentendido para no tener que darle
una respuesta. No me gusta prestarle lo mío a nadie.
Estábamos bastante entonados
cuando llegó Xilena, mi novia pelirroja, a decirme que esa noche pensaba hacer
un asado al carbón y que quedábamos cordialmente invitados. Yeins fue el
primero que se levantó de su asiento para saludar a mi novia con caballerosidad
y cortesía. ¡Encantado de conocerla señorita! Le tendió la mano, y con la
misma, sin soltar la suya, la atrajo con elegancia para depositarle un beso en
la mejilla. A Xilena se le subieron los colores al rostro. La intervención de
mis dos sobrinos fue oportuna para zanjar el exceso de confianza cometido por
su arrojado primo. Gracias por la invitación, exclamaron al unísono mis
sobrinos. No faltaremos. Máxime si es a la novia de nuestro tío con la que
debemos congraciar. Xilena se despidió de todos evitando la mirada
insistente y cargada de picardía de Yeins. Lo cual no me gustó para nada.
Eran las siete cuando llegamos a
casa de Xilena. Yo compré una botella de brandy cinco estrellas que era lo que
más tomábamos por ese tiempo y una cajetilla de Marlboro. Afuera en la casa de
Xilena ya tenían puesto el asador sin encender aún los carbones. Y como tenía
un buen equipo de sonido en la sala arrastró uno de los bafles hasta la puerta.
Yeins se adelantó: Mira, le dijo. Si no es mucha molestia puedes colocar otra
música, aquí tenemos unos casetes con salsa de la mejor, no te lo digo yo, pregúntale
al tío. Miré a Xilena guiñándole un ojo. Ella recibió los casetes y se entró
para ponerlos. El primer disco que sonó fue Ven, devórame otra vez, de Lalo
Rodríguez. Sin esperar a nada Yeins le pidió el honor a mi novia que bailara
con él. Ella enrojeció. Tranquila, le dije. Abran ustedes la pista. Yo destapé
la botella y me puse a repartir trago. Había dos amigos más con los cuales
frecuentábamos la discoteca del lugar, el Mechas y el Largo, y dos amigas,
compañeras de colegio de Xilena, demasiado tímidas y reacias a las bromas de
ocasión, como para integrarlas provechosamente al jolgorio. Cuando se terminó
el disco siguió uno de Eddie Santiago, Tú me haces falta, y sin más se
devolvieron a la sala a seguir bailando. Xilena lucía muy sonriente y
complacida con lo que le estaba diciendo el primo de mis sobrinos de manera
obsequiosa. Parece que James te salió general, me dijo mi sobrino el mayor.
Tranquilo, le dije, Xilena es bastante descomplicada, le gusta divertirse. No
demora en llevarlo al patio interno de la casa para mostrarle el palo de
aguacate. Fue lo primero que hizo conmigo cuando me conoció. Por poco y me la
como al amparo de la vegetación, le dije mientras le servía el brandy. Entonces
debes tener más cuidado todavía. Todo depende de la demora en hacer el
recorrido por allá adentro. Cuando regresaron de la sala donde estuvieron
bailando, venían muy sonrientes, como si fueran amigos de toda la vida. Vaya,
dije, tal parece que la música actúa con más propiedad en el ánimo de los que
apenas empiezan a conocerse que en los que esperan aquí sentados. La traída de
los casetes parece ser todo un éxito. Ven, le dije a Xilena, suena uno de los
temas que más me gustan de esa colección, Grupo Niche, Nuestro sueño, cantando
Tito Gómez, una de las voces foráneas más exclusivas de la salsa en una
orquesta colombiana. Xilena aceptó, pero lanzándole primero una mirada suspicaz
a Yeins que no tardó en hacerle un guiño imperceptible, diría que cómplice. Una
vez solos en la sala le pasé el brazo por la cintura y la atraje con fuerza
pegándola a mi cuerpo. Sentí la presión de sus senos en mi pecho. Demuestras un
desmedido afán por atender al muchacho, al primo de mis sobrinos, de sobra
conozco esa actitud complaciente y a todas luces coqueta y seductora que
utilizas en estos casos, a mí no me engañas, le dije, sos tan puta que ni
siquiera logras disimular. Dime de una vez si lo vas a llevar a conocer el palo
de aguacate. Pero conmigo no cuentes ya para nada si eso sucede. Xilena ni
siquiera me contestó. Disimuló tan bien los reclamos que hasta se puso a
besarme diciéndome idiota, estás celoso, no sabes lo que dices. Terminada
la canción nos reunimos afuera con el resto del grupo. El turno le tocó a
Frankie Ruiz, Tú con él. Y antes que uno de mis sobrinos hiciera el intento de
llevarla a la pista, el audaz Yeins la tomó del brazo y se la llevó seguro de
la conquista. Mis dos amigos de farra local, el Mechas y el Largo, se me
acercaron para darme sus sentidas condolencias. Ella es así cuando le presentan
amigos nuevos. Lo hace para presumir después delante de sus amigas compinches.
Quiere estar por encima de ellas en materia de conquistas dándoselas de invencible,
de triunfadora. De indestronable. Es la única fama que le interesa. No vale la
pena. Deja que lo lleve a conocer el palo de aguacate. Por la expresión que
traiga sabremos qué pasó. Los abracé. Ustedes tienen razón, les dije. Llevan
mucho más tiempo que yo conociéndola. Yo soy nuevo en este pueblo. Si no fuera
por ustedes, muchachos, ya me hubiera chupado la bruja hace rato. Llené las
copas de licor y bebimos. El disco se terminó y ellos no salieron. Nos sentamos
a esperar. Sonó Cinco noches, de Paquito Guzmán, pero en la sala no había
nadie. Mis sobrinos se acercaron a donde estaban las dos muchachas, que
murmuraban entre sí. Una de ellas por fin sonrió. Una charla animada empezó a
darse entre ellos. Con el Largo y el Mechas habíamos empezado a hablar de
fútbol cuando escuchamos el grito. Provenía del fondo de la casa. ¡El palo de
aguacate!, exclamaron al unísono el Mechas y el Largo. Y antes de que
pudiéramos reaccionar, vimos salir a Yeins con el terror reflejado en el rostro
y cubriéndose la parte de la bragueta con ambas manos. Lo que descubrimos
enseguida nos dejó horrorizados: la sangre empezó a manar en cantidades
alarmantes y a teñir de rojo el pantalón. ¡Qué pasó James, qué te hicieron!,
dijeron mis sobrinos, y antes que él pudiera responder algo, salió Xilena con
el cabello revuelto, la boca ensangrentada, y los ojos a punto de salírsele de
las órbitas. Lo que pareció vomitar o expulsar de su boca era sencillamente
horripilante: un trozo de carne, no mayor a diez centímetros, con
características de ser un pene humano. Entendimos lo que había pasado. El
Mechas prendió la moto y se dirigió en busca de la policía y una ambulancia.
Tanto los agentes de turno como la ambulancia del puesto de salud llegaron al
tiempo. Subieron a Yeins a la ambulancia, pálido como un muerto, y a Xilena la
esposaron con dirección al comando de policía. Mis sobrinos emprendieron viaje
de regreso a la ciudad detrás de la ambulancia en las motos. Yo me quedé
comentando el suceso con uno de los agentes y mis dos amigos que no dudaron en
decir que esa muchacha, Xilena, siempre tuvo unos arranques imprevistos con sus
novios, que eran bastantes y variados. Vaya a saber con eso de “variados” qué
quiso decir el Mechas. Debe estar loca. Pero nunca para llegar a este extremo
de violencia sexual. ¡Y con esos dientes tan filosos como tiene! ¡Pobre Yeins,
si al menos hubiera sospechado el fin que tendría con Xilena le hubiera
prevenido acerca de su invitación a conocer el palo de aguacate! Su desgracia
fue conocerla y quedar prendado de su extraña belleza. ¡Pero quién iba a saber
que Xilena ocultaba esta sanguinaria tendencia caníbal! Me puedo considerar afortunado
de no haber sido su primera víctima, le dije al agente, que iba anotando todo
lo que le decíamos en una libreta.
Nicolás
Figue-Vocesdispersas-escrittore17.blogspot.com.
Agosto 28 de 2023.
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