El diablo en Juanchito

 


"Mi historia comienza aquí, en una lejana ciudad de los Andes, en donde, según la leyenda, construyeron tres cruces en la cima de un cerro, para que el diablo no entrara. Pero el diablo ya estaba adentro. Lo que pasa es que no pudo salir, y a las gentes de esta ciudad, ¡les dio por bailar SALSA!" Esta introducción de la película TACONES, filmada en Cali a finales de los años 70s, y comienzos de los 80s, da cuenta del furor que despierta el ritmo de la salsa en gran parte, quizás en la mayoría, de sus habitantes, y el gran movimiento cultural que se gestó alrededor del goce y la rumba. De ahí que la frase ¡CALI ES CALI, LO DEMÁS ES LOMA", se haya convertido en el emblema perfecto para definir lo que la ciudad representa, y lo que la gente salsera siente y lleva en sus venas... Curiosamente la imagen del diablo, como una hipérbole fantasiosa, hizo de nuevo aparición esta vez en un lugar de renombre en Juanchito, llamado Changó, por allá comenzando la década de los 90s, en plena semana santa, el jueves, para ser más exactos. Quienes afirman haberlo visto dicen que se trataba de un hombre muy apuesto, de modales exquisitos, muy refinado, captando de inmediato la atención de las mujeres. Dicen que tenía su estilo, muy propio del bohemio excéntrico, aquel que, acostumbrado a frecuentar los mejores sitios de diversión, seduce e impacta con su presencia. Las miradas de la concurrencia no dejaron de seguir uno solo de sus movimientos. Prácticamente habían caído bajo el influjo y el hechizo de aquel enigmático personaje. Vieron cuando se dirigió a una de las mesas y extendió con cortesía la mano invitando a su primera pareja de la noche a la pista de baile. Al principio la chica, una hermosa caleña, se sintió muy halagada, y no dudó en aceptar la invitación. Su amplia sonrisa lo decía todo. El movimiento cadencioso y armónico de los cuerpos se hizo evidente y muchos aplaudieron a rabiar. El hombre era de los mejores bailando, extrovertiéndose y demostrando con astucia que sabía ejecutar cada paso al ritmo del son. Dicen que la mujer estaba maravillada, encantada, realmente fascinada, sin quitarle la vista de sus ojos brillantes. En uno de aquellos movimientos provocados por la música la mujer agachó la cabeza, y cuál sería su sorpresa al descubrir que el fulano no llevaba los típicos zapatos del bailador sino dos pezuñas como de buey o de toro. El grito de terror escapado de su garganta fue el anuncio de estar al frente de un ser espectral y por consiguiente demoniaco. Ahí mismo percibió un olor fuerte, despedido del cuerpo del hombre, que no era otra cosa sino que el olor del azufre puro. No tuvo tiempo para más porque cayó redondita al piso perdido por completo el conocimiento. El pánico se apoderó de toda la gente que empezó a correr despavorida buscando las puertas de salida. El olor intenso tenía invadido por completo el lugar y hasta se vio, dicen los que tuvieron tiempo para hacerlo, una especie de llamarada surgiendo y envolviendo el cuerpo del espeluznante personaje. Algunos llegaron a tal grado de confusión que en el intento de querer prender los carros no pudieron hacerlo y echaron a correr a lo largo de la vía hacia Cali. Que algunos, acordándose de la mujer, se devolvieron para rescatarla. La encontraron inmóvil en el sitio donde cayó, y viendo que estaba como muerta, decidieron dejarla y seguir corriendo detrás de los que ya habían tomado ventaja saliendo del sitio despavoridos. Del causante de esta hecatombe es muy poco lo que se supo después. Unos dice que alcanzaron a ver que se dirigía en dirección al río, y que apenas llegando, como buen clavadista, se tiró para desaparecer por completo en lo profundo sin dejar rastro. La pregunta que carcome el juicio de los más entendidos es: ¿Qué pasó realmente en Juanchito ese jueves santo? ¿La aparición del diablo en la discoteca es verdad o quizás una leyenda para encender la imaginación de los incrédulos? En cuanto a la suerte de la mujer corren muchas versiones, teniéndose entre ellas las más inquietantes y disparatadas, unas que dicen que se volvió loca y anda semidesnuda señalando con dedo acusador a la gente, otra que la internaron en un manicomio, y la más normal y justificada, que se murió debajo de un puente, arrullando un muñeco de plástico recogido de la basura. Cada cual manejando su propia versión para dejar por sentado que, siendo verdad o ficción, el diablo se las arregló para llegar a Juanchito y tirar paso como cualquier salsero que se respete. Que la rumba en Cali no es una casualidad sino un estilo de vida. Y que en el peor de los casos, por triste que sea el acontecimiento, no hay como decir sin temor al rechazo y a la crítica, que "El muerto al hoyo, y el vivo al baile señores"...

Nicolás Figue-Vocesdispersas-mayo 1 de 2023



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