Retrato de un sueño

 

Me ocurre de continuo. Es algo que va implícito en mi manera de ser. Y muy ligado a mi parte biológica también. Casi que ni depende de mi evitarlo. A veces creo que se trata de una señal o de un presentimiento. Entre bueno y malo, puede ser. Pero la señal llega justo a la misma hora y tengo que despertar y levantarme de la cama. Quedarme significa que la oportunidad de vencer el aciago destino que me acecha se extingue. Que mi tiempo está contado. Lo que hago entonces es abrir bien los ojos, mirar inmediatamente la ventana, cerciorarme de que la luz del día está ahí, tras las cortinas, salvándome. Mi grito de triunfo es inminente. No grito para que nadie me oiga. Tampoco para producir un escándalo y despertar a los que aún duermen. Mi grito es interno, y lo expando a los últimos confines de mi conciencia. Mis primeras palabras son de agradecimiento entonces al Creador por sacarme de las sombras y ponerme de nuevo en el ámbito de la luz. En el espacio de la realidad. No hay mejor simulación de la muerte que cerrar los ojos e internarse en el mundo de los sueños. Morir es sumirse en un sueño profundo. Ya viví esa cruel experiencia con la muerte de mi padre. Seis horas antes de morir estaba consciente. Respondía a nuestras palabras. Y hasta tuvo ánimos (ganas, mejor), de tomarse un café. Nunca dejó de tomarlo en su vida. Cuando tuvo el pocillo en sus manos hizo un gesto de satisfacción. Sin embargo no fue capaz de llevarse el bocado y tomárselo. Su dificultad era evidente. Entonces mi hermana trajo una cucharita y le vació un poquito de ese café en la boca. Se  regocijó tanto que sonrió. Le bastaron dos cucharadas para mitigar su ansiedad. Bastaron pocos minutos para que volviera a aparecer la angustia en su rostro. Algo muy fuerte lo estremecía por dentro. Empezó a quejarse. A respirar dificultosamente. Se sintió  tan incómodo que pidió ser incorporado un poco en el lecho. Le pusimos otra almohada para que pudiera acomodarse mejor. Durante esos duros momentos nunca nos desapartamos de su lado. Estuvimos ahí, asistiendo a las últimas horas de vida de nuestro padre. Y le hablamos, le hablamos mucho para que no se sintiera solo. Para que supiera que estábamos dispuestos a acompañarlo hasta los confines del mundo si era preciso. Como siempre fue nuestra costumbre en esas largas travesías por el camino de la vida. Cuando ya vimos que llegaba el momento definitivo lo alzamos de la cama y lo pusimos cargado encima de nuestras piernas. Como a un niño al que hay que arrullar para que duerma. Y se fue quedando dormido. No supimos cuántos minutos pasaron. Fue como emprender todos el viaje con él. Cuando recuperamos la noción de la realidad vimos que la expresión de papá era de paz absoluta. Ya ningún dolor, ninguna angustia, ninguna situación externa le mortificaban. Ahora duerme, les dije a mis hermanos. Que es distinto a que haya muerto, recalqué. Lo pusimos de nuevo en la cama echándole las cobijas encima de su cuerpo inerte. Sí, para  protegerlo del frío. Era la medianoche ya. Y la heladez de la muerte nos triscaba la piel y el alma a todos. Ahora sabemos lo que es la extinción de una vida cuando se la tiene aferrada entre las manos. Vete tranquilo papá, le dije poniéndole la mano en su frente. La separación es temporal. Mientras tanto, cuidaremos de nuestra madre. He puesto su foto en mi biblioteca. Una de cuando estuvo aquí, en mi casa, en un diciembre (al fondo, en la ventana, se alcanzan a ver los arreglos navideños). Tiene puesto un sombrero blanco y un poncho de feria. Y sonríe con su mejor sonrisa, una sonrisa franca, amplia, de buen ser humano, noble y generoso, de incomparable  papá. Todos los días lo veo y lo saludo: ¡buenos días papá, buenas noches papá, nunca dejamos de amarte, de quererte, y pedir tu bendición donde quieras que te encuentres! ¡El cielo tiene que ser tu mejor recompensa! Visto así, sentido de esa manera, su ausencia pesa menos. A veces hasta tengo la sensación de que el viejo anda incurso en algún viaje largo, montado en un barco, quizás, y pueda regresar de improviso en cualquier momento, sorprendiéndonos a todos. Lo único que deseo es que no se haya dejado crecer la barba. Ya hace años, muchos años lo hizo, y asustó con su presencia franciscana un puñado de niños que no entendieron el sentido filosófico que papá le quiso dar a su aspecto. Ellos, los niños, se asustaron. Nosotros no pudimos ocultar la risa que esto nos causó. El tiempo va pasando. Y en el vaivén de la vida somos una brizna sacudida por el viento. Morir es sumirse en el mundo de los sueños. Dormir y despertar cada mañana debe considerarse una resurrección. Anoche justamente alguien me lo dijo en un sueño que tuve. "Debes estar alerta. No descuidar las señales. Los signos trazados en tu mente. Si eres cazador, y te internas en el bosque, escucha las voces ocultas de la naturaleza. Sigue su dirección para mantener el trazo del camino. Por nada del mundo te distraigas. Recuerda a Ulises, en la Odisea, de Homero, que tuvo que taponarse los oídos con cera para no dejarse subyugar por el canto de las sirenas. Aguza la vista y sigue tu intuición. En la mayoría de los casos funciona. Caminando despacio pero con precisión se llega lejos. Del afán siempre quedará el cansancio" La persona que esto me decía en el sueño era una mujer. Nunca pude verle el rostro. Pero su cabello, largo y abundante, de color indefinido, por momentos la cubría hasta los pies y desaparecerla por completo. Así que apenas me sonó la alarma puesta en el celular me incorporé raudo como si estuviera respondiendo a un toque de diana y quedar firme ante la orden del día. Íntegro y valiente. Eran las 06:00 horas en punto. Las imágenes del sueño persistieron con el propósito, creo yo, de que las tome como punto de partida a un posible texto literario. Es el deber de todo ser humano ser el cronista de su propio tiempo para no perder de vista el pasado que vivió y el presente que lo asiste. 

Nicolás Figue/ Vocesdispersas-8 de febrero de 2023.




 

Comentarios

  1. Es un relato muy profundo y triste, recordar esos momentos que nos marcaron con la partida de don Raúl, pero a la vez es sublime como te expresas de él, los gratos momentos y los recuerdos que dejó. Felicidades.

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