Esos libros, los imprescindibles.

 


Quisiera hablarles un poco de libros. Los que uno va encontrando y leyendo a lo largo de la vida. En mi caso han estado siempre por encima de cualquier otra prioridad personal. Recuerdo que hace años, muchos años ya, empecé a comprar mis libros con los pocos recursos que poseía. Empecé a hacerlo en Pasto, mi ciudad natal. Entré a trabajar a un almacén como dependiente de mostrador. Me fue muy bien. Hasta entonces no sabía que tenía cualidades para las ventas. Me destaqué como buen vendedor. El patrón me brindó todas las oportunidades para seguirme destacando en el oficio. "Quiero que te vuelvas un tigre para las ventas", me dijo, al tiempo que me sugería la lectura de un libro de Og Mandino titulado El vendedor más grande del mundo. Leí el libro y puse en practica sus enseñanzas. Considero que mejoré más en las ventas, pero mucha más en la lectura, no solo de ese, sino de otros libros que siguieron a continuación. Empecé a frecuentar las librería que existían en el lugar, hasta dar con un sitio donde vendían libros de segunda. Eran unas casetas dispuestas en un gran tramo de la calle, justamente en el sector denominado La Calle Angosta. El descubrimiento casi que no me deja dormir esa noche. Vi que tenía la posibilidad de conseguir libros valiosos, de calidad, a precios demasiado cómodos para mi bolsillo. Me volví asiduo visitante de las casetas, al tiempo que empecé a entablar amistad con sus dueños, los libreros de ocasión. Me guardaban los libros que otras personas llevaban a venderlos para que yo los pudiera ver primero. Mi suerte no pudo ser mejor. Fue así como me fui llevando para mi casa obras que nunca imaginé tener, libros muy costosos en las librerías, a los que me quedaba difícil tener acceso. Prácticamente logré tener gran parte de la obra de Dostoyevski, sus libros fundamentales, así como de Kafka, Proust, Faulkner, Neruda, Poe, García Márquez, Sábato, Cortázar, Onetti, en fin, mi dicha era infinita. Así empecé a crear mi propia biblioteca, a tener mis libros en mi cuarto de dormir, y ponerme a leer hasta que el silencio de la noche se hacían tan aplastante, tan proclive a la extinción del mundo, que me quedaba fácil reconocer hasta el murmullo de los muertos deambulando por sótanos, pasillos, y los cuartos cerrados de la casa. La casa que habitábamos fue de mi abuelo, era inmensa, antiquísima, siendo por lo tanto el reducto de toda una generación familiar, extintos la mayor parte de sus miembros. Pero nunca sentí miedo, al contrario, me atraía hasta el delirio ese ambiente de misterio que rezumaba la antigua "casa paterna". Mi pieza se fue llenando de libros. Al tiempo que cumplía con mis deberes familiares, aportando para el gasto doméstico, lo demás lo iba invirtiendo en libros. Recibí muchas recriminaciones por eso, me decían mis padres que me preocupara más por mi presentación personal, que comprara ropa, zapatos, una buena chaqueta, "siempre poniéndose lo mismo, como si no trabajara", me decían. Me ponían en una disyuntiva tremenda. La ropa se acaba, pensaba yo. Los libros siempre iban a estar ahí, conmigo. Sin embargo hice caso y compré algo de vestuario para calmar los ánimos. Y para que no se dieran cuenta que seguía comprando libros, me los camuflaba debajo de la chaqueta para que no se noten. Este es a grandes rasgos la historia de mis comienzos como lector empedernido. Ya cuando llegué a Cali, año de 1990, me traje los libros por medio de una empresa transportadora, exactamente diez cajas grandes, que organicé en lo que era mi nuevo cuarto, el edificio donde funcionaba el Hotel La Confianza, a cargo de mi hermano Felipe. A poco de estar en la ciudad me aventuré a irla conociendo a pie, recorriendo sus calles sin tener idea por donde iba. Llegué al centro, a la Plaza de Caicedo, y como seguí caminando, di con la plazuela de San Francisco, con su centenar de palomas dispersas alrededor. Me compré un salpicón y me senté a observar la gente yendo y viniendo con sus afanes a cuestas. Descubrí de entre el numeroso grupo de gente desplazándose por aquel lugar a alguien que traía una bolsa grande con el logo de la Librería Atenas ahí impreso. No dudé en preguntarle que dónde quedaba la librería y me señaló la parte posterior del edificio de la gobernación, carrera 6ta. con 11. Dirigí mis pasos hacía allí. Al llegar vi los libros afuera exhibidos en un mesón y el aviso de PROMOCIONES SECCION SOTANO, además de invitar a la SECCIÓN USADOS SEGUNDO PISO. Les confieso que si en Pasto estuve encantando con las casetas de la Calle Angosta, el encuentro de esta librería me dejó maravillado. Lo único que me propuse fue trabajar duro en el hotel para venir a buscar libros acá, lo cual no tardé en hacer. Mi colección de libros se fue incrementando notablemente, volvieron a decirme que comprara ropa, que no andara siempre con lo mismo, que parecía fotografía ambulante, cosas graciosas de este tipo... La ventaja de vivir en Cali, y gracias al clima, es que con cualquier camiseta y un par de pantalones yines que se ponga uno pasa desapercibido. Por el día trabajaba duro y por la noche lea que lea hasta que los ojos empezaban a arder. Aparte me fui ejercitando en la escritura. Todo lector es un potencial escritor. Para resumir un poco, la existencia de todos esos libros conseguidos al principio menguaron en cantidad por una crisis económica presentada. Prefiero omitir eso. Los que hoy tengo son pocos pero los amo y seguiré amando por el resto del tiempo. No quiero ufanarme ni ponerme pretencioso por eso. Son mis libros y me siento orgulloso de tener los que son. Me disculpan la falta de modestia.

Nicolás Figue-Vocesdispersas-4 de enero de 2023



Comentarios

  1. Respuestas
    1. Gracias mi amada hija, me encanta que te haya gustado la narración de una historia que es mucho más extensa, intentaremos publicarla en su totalidad!

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