45 años de un suicidio y una publicación
4 de marzo de 2022. Se cumplen 45
años de la muerte de Andrés Caicedo, y 45 años de la publicación de su libro
primordial, al que le dedicó sus últimos años: ¡Qué viva la música! Sin
quererlo, Andrés escribió la historia de una ciudad y de una juventud efímeras
en su núcleo, en su estructura social, político y cultural. Es un pincelazo certero donde quedó plasmado de una
vez y para siempre, el embrujo de una ciudad convertida en fábula, en música,
en poesía, en literatura. Literatura hecha por él, pensada por él, creada en un
rapto de tortuosa, pero al mismo tiempo gozosa inspiración para rescatar,
idealizar e inmortalizar una época que bien pudo ser la excusa sino del mejor,
quizás el más perfecto guion cinematográfico para uno de sus directores de cine
predilectos. Con Andrés nace el espíritu del escritor precoz, obstinado,
rebelde, y se consolida el mito. Amó a Cali con todos los atenuantes del
enamorado incomprendido, y la detestó con el deseo impuro del amante proscrito
ardiéndole en el corazón. Se reconoció históricamente un excluido, reconociendo
enseguida que el problema arrancaba desde sí mismo, y que a él lo único que le
importaba era “a no quedar excluido del transcurso de las obras, de los
hombres, de los avances, de los descubrimientos de ocasiones de paz y propicias
a la creatividad, a la consecución del placer, del deseo, etcétera”.* Esa
dicotomía de amor-odio por la ciudad fue tan sólo un estado de lucidez
rampante, alentado desde su devoción primigenia por todo cuanto le rodeaba para
universalizar sus propios sueños. Andrés Caicedo fue un santo, un iluminado en
medio del tráfago implacable de la vida (a veces apaciblemente romántico, a
veces tiernamente violento) que le tocó vivir. Su espíritu creador se sobrepuso
a todo, dejó la impronta de un ser extrañamente angelical en un mundo
escindido, convulso, resquebrajado por odios, conflictos y disputas de toda
índole, excluido en definitiva de opciones, de ocasiones de paz. El guaguancó
triste del viejo Richie se encargó de reafirmar sus más íntimos ideales, voces
milenarias impregnando su canto de sabor a llanto y a soledad. ¡Qué ganas de
ver caer la lluvia otra vez acá!
*Carta a Carlos Mayolo, Cali, 13
de enero de 1972.
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