LA HERENCIA DE MI PADRE

 


Esta foto, la más querida que conservo de mi padre, data del 14 de mayo de 2017. Nos reunimos esa vez en mi casa para festejar el día de la madre, teniendo a nuestra madre presente pese a sus quebrantos de salud. Un día muy especial e inolvidable, del que quedó este memorable registro fotográfico de papá saliendo hasta la puerta de la casa portando uno de sus habituales gestos, “señales”, advertíamos, con que trataba o buscaba que le pusieran atención. Él ha sido siempre como ese ángel tutelar pendiente del bienestar y la integridad de su prole, atento de que nada malo arruine los buenos momentos llegados al seno familiar. Ese instinto protector, cultivado con la fuerza de su espíritu, lo ha identificado como el padre amoroso que ha sido a lo largo de la vida. Hoy esa vida preciosa, marchita por los años, se aferra a un rayo de luz para seguir con nosotros, para acompañarnos, para regocijarse con nuestras voces y nuestras risas. Sabe que su presencia es símbolo de unidad en el hogar que formó. Sólo nosotros sabemos cuán grande ha sido ese amor y de qué manera ha obrado en el carácter, en la formación, y en el comportamiento de cada uno de sus hijos. El árbol se conoce por sus raíces. Y las raíces de ese roble, que ha sido nuestro viejo por su fortaleza inquebrantable, se mantienen firmes, arraigadas en lo más profundo de su esencia de ser humano. A papá le agradezco, por ejemplo, que me haya puesto un libro en la mano, señalándome con ello el mejor camino a seguir. Fue su mejor acierto. El libro no lo he soltado nunca en el sentido que desde ese momento llegaron más libros con el transcurso de los años a fortalecer y acrecentar mi pasión por la lectura. Es un milagro que me ha permitido superar grandes vacíos y dificultades en la vida. Gracias a la iniciativa de mi padre he descubierto libros y autores que de no haberlos conocido en el grado de importancia que requiere todo aprendizaje, tal vez mi nombre no pasaría de ser un mero referente en las listas del censo oficial. Los libros me abrieron las puertas al gozo de la literatura, un puente maravilloso de creación y descubrimientos personales que pongo en práctica todos los días. Mi vida no ha sido todo lo fácil que yo he querido para darle largas a tantos proyectos concebidos en torno a la creación literaria. Sin embargo, la constancia y la perseverancia me han permitido ir desarrollando un trabajo silencioso en el que pongo todas mis esperanzas de ver convertido este proyecto en realidad. En una de las tantas conversaciones sostenidas con papá por el teléfono me preguntó de los libros. De los míos, o de los que tengo organizados en la biblioteca, por cuál de ellos exactamente me pregunta, le dije a papá tratando de sacarle una opinión. Muy halagado me dijo “de ambos”, los que son suyos, y los que tiene en su biblioteca, los que ha ido adquiriendo con el paso del tiempo. Lo dijo así, convencido y sabiendo que entre unos y otros hay un reto enorme del cual tengo que salir airoso. No sé hasta dónde pueda llegar a halagarme yo mismo con esta idea. Quizás la respuesta sea la misma que se dio el escritor chileno Roberto Bolaño, muerto prematuramente en el albor de su genialidad con tan solo 50 años a causa de una afección hepática: “A mí la literatura me ha servido básicamente para leer. En el momento en que decido que voy a ser escritor, me pongo a leer. Y gracias a la literatura he podido leer libros maravillosos, increíbles, como encontrar tesoros. Y en mi vida, que ha sido más bien nómade y de una pobreza extrema en ocasiones, leer ha contrapesado esa pobreza y ha sido mi soberanía y ha sido mi elegancia. Podía estar en cualquier situación y si leía a Horacio, por ejemplo, el dandy, el que estaba viviendo por encima de sus posibilidades era yo, siempre. La literatura me ha producido riqueza. Es riqueza”. Una riqueza que no se compara con nada, todo su valor reside en el provecho que sacamos de ella para incorporarla a nuestra vida dándole el sentido que se merece. Recuerdo la vez que fuimos a la Librería y Papelería DISTRIBUIONES ESCOLARES, en la calle 19 No. 26-54, en Pasto, con papá. No estaba para nada convenida esta visita teniendo en cuenta las afugias económicas por las que atravesábamos en aquellos días. Era un día lunes, por la mañana, de eso si me acuerdo bien. El domingo habíamos estado hablando de un escritor caleño muerto a los 25 años. Dejaba dos libros escritos, El Atravesado, y ¡Que viva la música! No tenía yo ninguno de esos libros, aunque sí tuve la oportunidad de leerme El Atravesado en el año 1976 por cuenta de una compañerita de la escuela que lo tenía y me lo prestó. Papá notó el ánimo con el que yo le hablaba del extinto escritor y el interés que mostré por tener su otro libro. Ese día pasamos por la librería y sin decirle yo nada dijo mi padre entremos. Nos atendió un señor avanzado en edad, que tenía puesto un gorro de lana y gruesos espejuelos. Me acuerdo tanto que su nombre era Segundo. Don Segundo, porque así fue como le decían los de adentro, los otros empleados que atendían la librería. Se quedó falsamente pensativo cuando papá le dijo que necesitaba un libro, ¡Que viva la música!, y ahí mismo el señor dijo sí, es de un muchacho caleño, Andrés Caicedo, ya se lo busco. No se demoró cuando lo vimos regresar con el libro en la mano, edición publicada por Plaza y Janés en su colección NARRATIVA COLOMBIANA, portada de Ligia Córdoba, el título del libro sobre un pentagrama en fondo azul. Una primera edición en 1977, una segunda edición en 1978, y la tercera, que era la que ya tenía en la mano, de 1978. El corazón me latió fuerte en el pecho. ¿Qué cuesta?, preguntó papá, y don Segundo, consultando la contra carátula, leyó: 350 pesos. Papá contó los pesos y las monedas, que fue depositando con calma en el mostrador. “Este joven escritor cogió la vida a mucha velocidad, dijo don Segundo. Es que morirse a los 25 años sólo se le ocurrió a él”. Todos quedamos callados. La verdad de su historia estaba en el libro, pensé. Y mientras no lo haya leído por completo, no me atrevía a decir nada de lo que ni yo mismo sabía, sus actos y consecuencias. Le agradecimos a don Segundo por su gentil atención y seguimos caminando con papá rumbo a la iglesia de Cristo Rey donde tenía por costumbre entrar y rezarse un padrenuestro. Lo mejor fue llegar a la casa después y volcarme de lleno en la lectura del libro del escritor suicida que no solté hasta llegar a la última página, que era la 171. Creo, sin temor a equivocarme, que descubrí no sólo a un autor descollante en la nueva literatura colombiana, sino que sembró en mí el deseo de ponerme a escribir, aunque sólo sea para satisfacer mi propia curiosidad.
Ayer tuve la dicha de hablar vía telefónica con papá, gracias a que mi hermano Emilio me facilitó esa oportunidad estando como se encontraba en ese momento al lado suyo. Me sorprendió volver a escuchar de mi padre palabras llenas de serenidad y gran amor paterno. Dijo que tuvo un sueño, y que en el sueño estaba yo presente, también Emilio, era en la casa, dijo, se había dañado la estufa, y ustedes la estaban arreglando. Conversamos mucho, me dijo papá, dándome a entender que se encontró a gusto en medio del sueño, rememorando con ello, estoy seguro, el transcurso de muchos, innumerables momentos, en que su prodigiosa capacidad verbal nos unió en un diálogo que, por los alcances y trascendencia familiar, no ha cesado nunca. Papá ha sido un forjador de sueños, un cultor de la palabra. Si se hubiese propuesto, sería un gran escritor. Pero los años le van poniendo término a todo. Aun así, recuerda, trae acontecimientos memorables a su mente, sonríe, se divierte. Es casi un milagro escucharle hablar con fluidez ahora, después de haber superado una crisis, por momentos irremediable, que le complicó la salud en gran medida. Se puso grave, con reacciones que eran más el anticipo de una realidad temida pero cierta, inevitable para nosotros; por su mente sólo discurrieron imágenes angustiosas, inconexas la mayoría, y volver a escucharlo ahora, utilizando ese tono de tranquilidad, de serenidad, “de tenerlo todo bajo control”, y muy atento a lo que yo le decía, respondiendo con toda la naturalidad del caso, sin salirse de ninguna lógica posible. Le pido a Dios que lo siga sosteniendo en sus manos, permitiéndole la gracia de la vida, que para él representa sólo una cosa: estar, seguir al lado de su familia. Demuestra una vez más nuestro viejo que es un luchador incansable, un tipo valiente, capaz de sobreponerse a sus más duras pruebas, a tantas dificultades vividas producto de su avanzada edad.

Nicolás Figue/VocesDispersas-Enero 7 de 2022



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