YO EL QUE SOY.








YO EL QUE SOY.


                                                                        -Cuando yo muera, ¿quién me lo va a decir?- le dije
                                                                        como rogándole. Pero ni yo sabía el alcance de la 
                                                                        pregunta, la calidad especial de ese amor secreto. Me
                                                                        miro con piedad; tal vez era eso lo que yo esperaba, que
                                                                        me dijera:
                                                                        -Yo.
                                                                                               Alejandra Pizarnik, Diarios.
                                                                                     
Son las 10:55 de la noche. Da la certeza que me encuentro solo. Solo en medio de la noche. Enfrentando la quietud y el silencio de las cosas. De las sombras. Sé que hay ojos que me miran. Presencias invisibles que me acechan. "Míreme bien la cara. Que no se le olvide nunca que estuve aquí. Que siempre estaré aquí. Cuando usted menos se lo imagine me va a ver. No me de la espalda. No se descuide porque se lo traga la bruja". Maldito. Cómo voy a saber quién es quién. Ni siquiera ha tenido la humana cortesía de presentarse. Me queda difícil, imposible, saber quién es quién con tanta gente moviéndose en tumulto. Esto es nuevo para mí. Ni siquiera sospechaba que fuera en estas condiciones. ¡Y tan lejos que está la casa! A estas horas estarán reunidos en el cuarto viendo la tele. La novela que le gusta a ella. Ellos con lo suyo. Yo acá con lo mio. Pero no importa. Maluco también es bueno.Lo dijo el que venía en el bus. Se van conociendo personas. Y frases. Destapo el termo. Tomo otro poco de café. La noche sigue siendo larga. No quiero sentir sueño. Tengo que ponerme afuera. Instalarme en la noche. Ser uno con el universo. Nadie va a sorprenderme. Estaré justo ante la circunstancias. Destruyendo por anticipado falsos presupuestos. Veo a lo lejos titilar las luces mortecinas de una lejana casita. En mi mente todavía palpitan sus lágrimas. Las de ella. Mi alma las ha recogido para humedecer su propia tristeza. Perdón fue la palabra que yo extendí como pañuelo sobre su rostro conmovido. Vi su sonrisa. Su voz abriendo las puertas de ese silencio agreste que nos hacía daño. Bobo, dijiste. De inmediato volé con mis alas renovadas en busca de ese cielo abierto en sus ojos, en su boca, en su cuerpo. Y ascendí a su alma para extraviarme en ese dulce horizonte soñado ansiado anhelado donde nacen todos los besos. ¡Qué puedo hacer entonces si a partir  de esos besos la he tenido, la he sentido toda, toda entera, me he embriagado de dichas y felicidades sin medir sus impúdicas consecuencias! Sencillamente le amo. Y sencillamente no soporto quedarme inerte por causa de ese tiempo hostil en que no está conmigo. El amor que me invade no me deja aceptar que tiene que ir y venir por el mundo como una persona "común y corriente", dicho con sus propias palabras. Es un ser humano normal que sale a cumplir puntualmente con sus deberes cotidianos. Los impunes requisitos con que nos ganamos la vida. ¿Qué pasa entonces que nada entiendo? ¿Que nada acepto? Qué soy. En qué clase de individuo malencarado e insoportable me he he convertido. Dímelo. ¿Puedes explicarme acaso ese deseo feroz, vehemente, de estar buscándote? Debo confesarte, una vez más, que nunca has dejado de gustarme. Que de hito en hito mantengo acechando el instante propicio para hacerte mi cautiva. Mi amuleto de la buena suerte. Eso a ti también te gusta. Te atrae. Te seduce. Permites caer en mi trampa de besos-deseos-propuestas-reclamos. Mis manos conducen producen consumen sensaciones estremecimientos. Prolongan interrogantes en la piel. Mírame bien la cara, te digo. Que no se te olvide nunca que estuve aquí. Que estoy aquí. Que seguiré estando aquí por los siglos y sigilos del que nunca duerme. Del que sin irse se queda. Del que duerme mirando tu sueño en la espalda de una estrella. Dédalus Joyce. Ese soy yo. Hombre funesto de claves nocturnas y cuerpo desnudo junto al río profundo de escupidas brillantes. Ja. Cómo sabré quién soy. Ni siquiera he tenido la humana cortesía de descifrarme. De darme un calificativo para identificar el dolor que me consume por dentro.

Autor: RICARDO FIGUEROA/LaMáquina-deEscribir. Agosto 13 de 2018.



  

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