A LA HORA DE LA MUERTE







La idea de irme del almacén empezó a rondarme temprano en la cabeza. No estaba dispuesto a soportar siempre de lo mismo en las mismas dosis y con marcado cinismo para completar. Uno podrá ser pobre y necesitado pero nunca andar posando de imbécil para beneplácito de los demás. En el fondo era consciente de estar tomando una decisión demasiado compleja que daría al traste con muchos proyectos de antemano trazados. Uno de ellos, el principal, sentarme cómoda y tranquilamente ante la máquina de escribir y tratar de desembrollar una intrincada historia acerca de un mancito que se encierra en la pieza de un segundo piso y mira cómo debajo del puente por donde corren las fétidas aguas del río Pasto una pareja de drogadictos se enloquecen con yerba y alcohol de 75 grados mezclado con gaseosa. La escena es siempre la misma. No les importa nada. Ni la gente que los grita o los silba exhortándoles a que abandonen su guarida y se larguen de una buena vez al mismísimo infierno. Pero qué mas infierno que ese, me digo. De allí ya no los sacan sino con los pies por delante. De todo eso se da cuenta el mancito mientras en la otra pieza los otros inquilinos, personas jóvenes y con algún talento se dedican también a fumar marihuana mientras garrapatean en un cuaderno los resultados de su alucinante travesía. A veces, cuando logran concluir algún texto afortunado, tocan alborozadamente mi puerta para mostrarme el resultado de la escritura. Nos sentamos en una banquita larga de madera, ellos muy serios bajo los efectos de la yerba pero atentos a la lectura que hago del trabajo presentado. Alfredo, que es el más dedicado, me dice que me fije bien en el título. "A la hora de la muerte". Lee pausadamente, me recomienda con voz gangosa. Leo. Hay que hacerle algunas correcciones. Gramaticales y ortográficas, le digo. Lo demás está bien pensado. Se ve que le echaste cabeza. La historia sonaba bien y con unos personajes bien definidos. La transcribo en su totalidad para que nos hagamos una idea de lo que Alfredo quiso decir en medio de su forzada lucidez mental:

Tañito sólo habla con quien quiera y le guste hablar con él. Es amigo de quien le guste ser su amigo. un día tuvo una caída de ésas que en verdad duelen, y que cuesta mucho volverse a levantar. Fue a la cárcel. Cuando regresó no tenía amigos. Tampoco familia. Y estaba viejo. Las puertas que le quedaban nunca se abrieron al ruego de sus ojos cansados. Decidió entonces encaminar los pasos hacia el apartado bosquecito de pinos y eucaliptos que se alzaba junto al cementerio. Se quedó ahí, habitante del aire, del sol, de la luna y el silencio. El paisaje empezó a sembrarle destellos de tierra y vegetales en la piel. Tañito contemplaba sin asombro la transmutación. Tampoco le alarmaron los musgos y líquenes que empezaron a cubrirlo como un viejo roble derribado donde extraños pájaros del cementerio pretendían formar sus nidos. Sin embargo, al ver sus ojos inermes y taciturnos vuelan arrepentidos ahora por tanto abuso. El dice ser sabio puesto que conoce todo acerca de los hombres vivos y de las almas de los muertos. Lo asiste una paciencia de santo, nunca se altera ni cuando los chiquillos desocupados lo agravian o, más atrevidos aún, le lanzan piedras. Y en materia de higiene goza del privilegio de todos esos árboles que lo rodean, pues los baña el agua del cielo. Cuando habla parece más bien que estuviera orando. Tañito levanta la mirada para escudriñar entre la neblina, luego observa largamente a los alrededores y parece que una pena muy grande le comienza a estrujar el corazón. En voz baja exclama: ¡Qué triste está la vida hoy! ¡Qué sombríos pensamientos los que me acompañan! ¡Y para todo hay tiempo y a cada santo le llega su día! Hay tiempo de sobra hasta para morirse en esta soledad. Aunque nunca pueda uno morirse el día que le da la gana...

En ese momento se escucha el tañido de las campanas a lo lejos como invitando a reflexionar sobre el sentido de la vida ahí cerquita de la muerte; con su sonido lúgubre anuncian que hay muerto. ¡Hay muerto en el pueblo! Tañito ya lo había pensado: para todo hay tiempo. Y este día está hecho como para enterrar a un muerto. ¿Qué diferencia un día de otro? El vestido, por decirlo de alguna manera. El de hoy es un día escuálido, enfundado en sendo traje gris, con rostro  vacío, marchito, aspirando a renovarse con lluvia benéfica y abundante, no con esa llovizna tediosa, casi tétrica, que sólo logra aterir la carne y enfermar el espíritu. ¡Qué distinto a esas lluvias fuertes y torrenciales donde los enamorados encuentran calor y los niños festejan con expresiones alegres y jubilosas!

Si la vida está triste conviene preguntarse por quién, se dice Tañito. ¿A quién le tocaría morirse en este día? Pasea la mirada por el camposanto y su rostro se llena de aflicción y de interrogantes: ¿A quién? ¿Cómo? ¿Por qué? Piensa entonces que de haber sido un anciano la cosa resulta natural y comprensible; con tantos años a cuestas el cuerpo se resquebraja y termina desmoronándose a pedacitos. Pero... ¿Y si es un niño, una infeliz criatura de esas que se asoman apenas al mundo con lágrimas en los ojos y una mueca de hambre en el rostro? ¿O un muchacho ágil y emprendedor a quien le destrozaron los sueños? También puede tratarse de un compatriota caído en contienda. ¡Con lo recrudecida que está ahora la violencia...! Pudo se un jefe guerrillero o un capitán del ejército probablemente... ¿O el ejército? ¿De cuál ejército? ¿De los que están del lado de acá o del lado de allá? ¿Del bueno para unos? ¿Del malo para otros? Eso va de acuerdo al concepto y la opinión que cada cual tenga en sus adentros, piensa Tañito. En fin, sea quien sea y en las circunstancias que hayan sido, al difunto no lo levanta nadie. Su situación ya no le pertenece ni a él mismo. ¿Qué podría importarle entonces a los demás? Pero mientras en torno al féretro se ofrecen oraciones por su alma, y sobre la superficie brillante de la madera cae una fina llovizna de agua bendita mezclada con lágrimas, lo más conveniente, lo primordial diríase por encima de todo, sería interesarse por el rumbo que tomaría el alma a partir de ese momento... "A dónde van los muertos...quién sabe a dónde van" Qué estará haciendo a estas horas el nuevo huésped del silencio y la oscuridad... A partir de qué átomo advertirá el honor de sentirse desprovisto de todo. Vacío y ausente de todo. Según las sabias definiciones de Tañito su alma ya debe haber transgredido las puertas del enigma y encontrarse de plano en el territorio magnífico de los bienaventurados. Al frente suyo el deslumbrante salón celestial, con su séquito de ángeles, santos, y demás seres divinos flotando sin peso en su atmósfera de luz y de gloria a la espera de dictar sentencia. Le colocará al frente una balanza de la Justicia en oro puro para sopesar punto por punto, acto por acto, lo que constituyó la razón y el sentido de lo que fue su vida. Lo que hizo y lo que nunca pudo llegar a ser. Tan fácil pero tan complejo a la vez. Porque aquí somos unos, y allá arriba, muy seguramente, adoptamos la apariencia de ser otros. Con la certeza de no poder engañar ya a nadie. Es tan terrible desprenderse de la vida, que sólo cuando den inicio a la lectura del libro donde quedaron registradas sus acciones, devolviendo paso por paso los años, los meses, los días, las horas, los minutos, los instantes, cosas que hasta la misma alma ya había olvidado, se convencerá de una vez y para siempre que es alma de muerto. Siendo de esta manera el trámite, se preguntará Tañito: ¿Habrá alguien, una sola persona siquiera,que sepa qué es el pecado adentro, muy adentro en su consciencia? ¿O existirá acaso el que piense que pecar es una necesidad, un deseo urgente, inaplazable, como un orgasmo, como una eyaculación soltada en el momento indicado? En todo caso el pecado es algo que nos acompaña desde que nacemos, y depende de nosotros mismos averiguar, desde nuestra condición de mortales, hasta qué grado de tolerancia o perversidad podemos llegar...

Pero el momento crucial y definitivo ha llegado, es lo que afirma el diminuto hombrecillo en su reino de flores mortuorias y aromas de maderas en descomposición; después de este primer paso, que es también la primera parte del proceso de juzgamiento y absolución, será cuando se establezca la ubicación del alma del muerto recién llegado en los recintos de la eternidad. Hay que aclarar, prosigue nuestro valiente buceador de misterios, que allá no existen géneros para definir las cualidades de las almas. Las almas masculinas y las almas femeninas pierden su esencia primigenia y pasan a ser una especie única, inclasificable, como la de algunos frutos híbridos o cierta clase de flores de exquisita belleza.

Nunca se sabe, ni se sabrá jamás, a qué penas la sentenciarán; incluso el mismo Tañito lo ignora, y quizás la única fuente de saber y conocer el destino de estas almas será cuando a él mismo le llegue la oportunidad de enfilarse por causa de sus propias culpas. Es que no todas las almas van al cielo, quién dijo. Ni todas bajan de cabeza al infierno arrastradas por las corrientes de fuego y azufre. Algunas almas, explica Tañito, son enviadas a purgar sus culpas a un territorio neutral donde muy seguramente tendrán el tratamiento adecuado para no ser catalogadas de peligrosas ni subversivas. Piensa más bien que todo podría encaminarse con una proyección política, como si alunos de Aquellos miembros del Tribunal del Cielo fueran liberales unos y conservadores otros. En todo caso estas almas purgan condenas aquí mismo en la tierra, custodiando su propia cadáver. 

A la hora en que las sombras de la noche se descuelgan por el ramaje de pinos y eucaliptos, Tañito dice haber escuchado revolverse inquietos en su espacio de tierra apretada y soltar unos quejidos largos y desgarradores escapándose por las junturas de las lápidas. En noches despejadas y con luna se vuelven más eufóricos y osados; bailan a más no poder con el aroma agrio y penetrante de las flores para muertos que los vivos tuvieron buen cuidado de amontonarles para engalanar su tediosa putridez. O si no aprovechan también esos amaneceres grises y desolados, cargados de pesadumbre y melancolía para salir de las tumbas. No hay nada más triste y doloroso para ellos que el detenerse a mirar la vida que un día les perteneció sin lograr palpar ya el más leve rastro de lo que dejaron atrás. Todo les huye, todo se vuelve remoto e inasible al nuevo contacto de sus dedos amarillos y pestilentes. Entonces, supone Tañito, nadie mejor que ellos para comprobar y por supuesto atestiguar lo que sucede una vez nos líen en telas blancas y nos acomoden ahí, como infante decrépitos en las entrañas de una fosa. Y esto no es todo: Tañito afirma que únicamente los cadáveres de las almas ya depuradas, las que tienen el privilegio de disfrutar el goce eterno de los manjares, el vino, y los encantos celestiales serán custodiados por ángeles. Sin ninguna presunción asegura que su contacto con ellos es frecuente, y que le han confiado secretos de suma trascendencia, tales como de que son unos ángeles rebeldes, no propiamente caídos en desgracia como quizás llegare a creerse pero de igual forma castigados sin causa justa por su comportamiento. Dado que las cosas en el cielo tampoco estaban marchando tan divinamente que digamos, emprendieron una campaña sin mayores pretensiones revolucionarias para variar un poco el clima reinante. Eso bastó para que los tildaran de sindicalistas y subversivos y no tardaron en bajarlos de esa nube. No obstante las sanciones impuestas, aquí en la tierra encontraron un ambiente interesante que ahora los mantiene bastante ocupados y en cierta medida divertidos. Esto le hace pensar a Tañito que tanta belleza y tanto confort allá en el cielo terminan por aburrir. La miel, por muy apetecida, no deja de ser empalagosa. Algunos ángeles se han acostumbrado tanto a sus labores en la tierra que cuando ya han cumplido su ciclo de permanencia como parte del castigo a su insolencia, han optado por hacerse los desentendidos y enviar mensajes y recados algo polémicos y provocantes a la Majestad Suprema con la esperanza de renovar su ira y que los deje otra temporadita escarmentando. Tan es así que en cierta oportunidad un ángel de nombre Israel fue llamado a reintegrarse a la Corte Celestial, pero él, muy orondo y ufano, se negó sin mayores excusas a seguir formando parte del mundo de la gloria eterna. Un emisario de alas blancas y aspecto muy reluciente le transmitió que por causa de su desobediencia, por ser reincidente, había sido condenado a permanecer cuidando muertos hasta el final de los tiempos. Israel dio tres volteretas en el aire de la pura alegría, asegurando que mejor recompensa no pudo haber tenido. Tañito cuenta que Israel, el ángel desterrado a voluntad, sacaba a relucir su casta ponderando sus dotes de excelente observador: Nadie mejor enterado que él en el proceso de descomposición de cadáveres.  Eso va de acuerdo al status, la posición, los alcances y privilegios de que haya gozado el difunto. Si es de clase baja los gusanos se demoran mucho en salir. La baja de defensas y su consecuente escacés de proteínas reprimen la embestida de larvas. Si es de clase media los gusanos empiezan su labor separando primero lo más nutritivo y dejando lo medianamente sazonado para lo último. Pero si la víctima es estrato seis o siete, el bocado más suculento y apetecido del marasmo, el festín ha comenzado desde la primera milésima de segundo en que el infeliz produjo el último estertor de la agonía. Porque hasta en eso existen las discriminaciones, termina acotando con ironía Tañito.

En su vida de destierro los ángeles también aprovechan sus momentos de ocio, y nada más divertido que contemplar las andanzas de los mortles y sus mil y una tragedias. Le contaron a Tañito el asunto del alma del padre Campaña, el controvertido sacerdote de la comunidad de los Santos Varones, y quien se ha resistido con barba, capa y sotana a revelar los pecados que lo tienen purgando cruel martirio. Este reconocido personaje de la fauna local se constituyó en el más sapiente y denonado instructor de jovencitos, y por ahí le fue ensartando las cuentas al collar de su desgracia. Por otro lado nadie entiende si el padrecito con el alcalde son los mejores amigos o los más enconados enemigos. Por momentos se divierten jugando a quién dice la mentira más grande, a sabiendas de que terminarán igualados. Entonces, y para variar, organizan su propio evento donde exhibirán su poder de convicción, su capacidad de expresión, y su facilidad de palabra. El veredicto final que declarará ganador al más ocurrente y exagerado saldrá de un selectísimo jurado en cuya conformación intervienen además personalidades políticas de la más rancia tradición. Es así como desde el primer instante en que dan la señal de partida, las almas del cura y del alcalde salen como una exhalación buscando el predio más deprimido y olvidado del cementerio donde saben que están las almas de quienes vivieron pobres y necesitados (por no decir ignorantes y engañados). Pero demasiado tarde para los intereses de estos adalides del bien común: Ahora el potencial electoral no existe, y las almas de quienes lo fueron pagan sus pecados más execrables: la resignación. Les dijeron que son culpables de escuchar a quien no debieron oír, culpables de esperar a quien nunca iba a llegar, culpables de contaminar sus creencias con doctrinas falsas y por supuesto embaucadoras. Porque lo que se hace en la vida, la muerte no lo devuelve. La muerte es muerte y todo lo mata. En este punto, y al darse cuenta del error, el cura y el alcalde se toman las manos para danzar la exasperante ronda del bobito. Ya sin alientos juran atender las peticiones de los menesterosos simulando congraciarse con ellos y prometiendo ahora sí una vida cómoda y llena de oportunidades. Olvidan que viven ellos mismos la vida de la muerte. Y en ésta no hay apariencia que valga. Al final de la contienda, y demostrando que ni muertos pierden la vergonzosa costumbre, advierten que vuelven a quedar empatados pero con la rabia bien trepada a la cabeza. No les queda otra opción que darle rienda suelta a su desprecio, y mostrándose así mismos las manos crispadas empiezan a desgarrarse las vestiduras hasta quedar limpios y blancuzcos como cerdos recién pelados y degollados. El ángel custodio mueve la cabeza y sonríe bajo la alcahueta luz de la luna.

Por estos parajes de aflicción y de miseria es bastante común encontrarse con almas laboriosas y en verdad afanadas. Las más usuales en este tipo de carreras son las almas de los ricos, poseedores de vastos e importantes recursos terrenales, y que no por otro motivo logran un instante de paz y de sosiego. A todo trance buscan entablar amistad con los ángeles de turno, quizás porque piensan que en su retorno a las alturas podrían éstos interceder en su favor. En cierta ocasión dio la casualidad que un hombre adinerado llamado Epulón, que por gracia de la coincidencia despertó la curiosidad de los egregios, no hizo caso a su condicion de muerto irremediable, creyó que sus riquezas terrenas tendrían el mismo valor en el cielo, y que por tanto tendría también la capacidad de sobornar la conducta de los Jueces Celestiales para cursar el proceso en su favor. Pero Dios, en su infinita sabiduría, ya había previsto este tipo de situaciones, y se adelantó a los acontecimientos preparando una especie de vacuna acompañada de purgante para evitar esta epidemia entre sus más cercanos colaboradores de la Corte Celestial. Uno de los principales efectos de la droga era el rechazo y la repugnancia que producía el color del dinero, en especial el tono fluctuante del dólar, que no es  ni verde ni amarillo, como todo lo yanqui. No es oro ni es nada desilucionado ante esta medida, Epulón reclamaba de Dios un mínimo reconocimiento para con la gente de su estirpe y así, sin mayores precauciones, muy atrevidamente, le propuso que debería establecer que a todo hombre dueño de una economía boyante y perteneciente a una clase social alta, se le informe con un mes de anticipación el día y la hora de su deceso. Esto le permitirá gestionar todos los trámites posibles, acudiendo incluso a organismos estatales y hasta entidades sin ánimo de lucro, en procura de obtener cualquier beneficio que le signifique exoneración a posteriori. Se despacharían sendas cartas conmiseratorias al Obispo, al Cardenal, al Nuncio, al Santo Padre, a la madre Teresa de Calcuta donde ésta se encuentre, al presidente de los Estados Unidos aunque su respuesta no la entienda nadie, a los líderes mundiales, al Dalai Lama y demás guías religiosos, espirituales, turísticos y ecológicos, en fin, estaría dispuesto a mover cielo y tierra durante ese mes de gabela para aglutinar voluntades y ganar influencias con su propósito de quebrantar la decisión de Dios. Estaba seguro de poner a marchar este ejército de celebérrimas personalidades en pro de su causa, y que el Omnipresente se entere por boca de ellos mismos de las intrínsecas cualidades de que estaba constituido desde el vientre de su madre. Tendrían que verse obligados a contarle el venturoso episodio de sus dádivas semanales a la parroquia, el precioso Pastoral traído directamente de Roma que le obsequió al señor Obispo como muestra de arrepentimiento después de haberlo calumniado públicamente diciendo que no tenía tratos íntimos con la servidumbre, sus implacables vigilias de semana santa bajo el rigor del ayuno y el silicio, aunque el resto del año se despachara hasta casi reventar el banquetes descomunales dignos de la glotonería romana en tiempos de los emperadores, sus impredecibles arrebatos de generosidad con los niños del inquilinato en navidad, si, el edificio a punto de venirse abajo por el peso de los años y del tumulto allí hacinado (a sabiendas de que a partir del primero de enero las cuotas del alquiler tendrían el incremento merecido para resacirse de la inversión navideña). Con todas estas referencias imposible que Dios y su Corte Celestial no consideren en su justa medida la petición y concedan antes de vencido el plazo el habeas corpus a tan benemérito ciudadano. Eso pensaba Epulón que podría suceder tratándose de él. Ahora, cuando el desprecio y la congoja lo atormentan, escapa del cementerio como vil salteador de tumbas rumbo a la casa episcopal y sorprende por la espalda al Obispo con una de sus terribles amenazas.

¿Será posible que aún estando muertos se siga representando la farsa? Las almas que purgan sus penas no lo entienden, los ángeles que vigilan los alrededores no lo entienden, Tañito que es un agregado del destino tampoco lo entiende. ¡Quién puede explicar entonces que dos irreconciliables enemigos en la palestra pública se hayan jurado casi un amor eterno ahora de muertos! Lo único que los salva del escándalo y la maledicencia es que son almas en trance de juicio, y las almas, como ya lo dijo Tañito, no tienen sexo. Pero, ¿qué tendrán entonces si sólo se los ve juntos, andando de aquí para allá, hablándose en secreto y riéndose con malicia de todo lo que se dicen? También gritan y lanzan consignas como si estuviesen haciendo proselitismo: "¡Campesino! ¡Obrero! ¡Hombre revolucionario! ¡Soldado de la Patria! ¡Viva la tierra! ¡Viva el suelo que bebió tu sangre! ¡Mi sangre! ¡Nuestra sangre! ¡Porque siempre tendréis mártires entre vosotros!..." Las almas los miran y bostezan. Y los encargados de la arenga sienten que se cansan. También se cansan. Es que aquí todos terminan cansados. Hará cosa de un año, recuerda Tañito, cuando el Galeras empezó a estremecerse por dentro con una furia acumulada durante siglos; es que le habían profanado su sueño de Gigante dormido con los gritos de muerte de varios inocentes. Los pobres campesinos bajaron aterrados gritando que el volcán se los iba a tragar enteros por el sacrilegio cometido. Cuando rescataron los cadáveres y los dejaron ahí en el bosque, Tañito los contempló largamente como queriendo descifrar los signos de estupor que aún horadaban sus rostros todavía de niños. Entonces hizo su aparición un hombre fornido, de aspecto despiadado y botas relucientes al que llamaban Coronel... Se aproximó al sitio donde estaban los cadáveres con la arrogancia y el odio acumulado en su semblante. Poco faltó para que se bajara los pantalones y se les cagara encima. Todos se quedaron mirando a lo que haría después. Pero no hizo nada. Tampoco hizo nada. Dio la vuelta con su espaldota de argamasa no sin antes pronunciar la orden fulminante: "¡Cójanlos de las patas y arrójenlos al primer hoyo que encuentren! ¡La carroña se encargará de la misma carroña!" ¿Qué absurdas ideologías pueden ser capaces de enceguecer el entendimiento humano y llevarlo a su propia destrucción? ¿Qué clase de castigo recibirán estas almas desorientadas a partir de ese momento? ¿Cuál, en el fondo, fue su peor delito? Tañito se queda un instante pensativo para luego contestarse: ¡El de ser pendejos! ¡Es que ser pendejo es pecado mortal hasta en los cielos!...

Cuando las campanas suenan anunciando la salutación a María, las almas se quedan inmóviles como contemplando una caravana que pasa... "El ángel anunció a María y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo..." Silencio. Mucho silencio bajo el bosque de pinos y eucaliptos. El día parece desvanecerse entre las sombras  que lo circundan. Tañito se acomoda junto a un tronco protector yaciendo a la expectativa. Sabe que el rato menos pensado aparecerá el cortejo. Por experiencia él también sabe que tarde o temprano estará ahí purgando sus pecados. Lo piensa así, porque cuando esto ocurre, la más complacida y alborozada es la muerte, aquella señora que ronda con los cabellos sueltos de plata y dientes amarillos sobresaliendo por entre el oscuro ropaje que la envuelve. Alguna tarde de esas en que el mundo parecía recostarse contra una tumba vacía, Tañito tuvo el inconveniente de encontrarse con ella y cruzar algunas palabras, como si de una vecina impertinente se tratara. "Parece un poco desmejorada hoy mi señora, ¿se siente acaso usted mal? ¿Qué desagradables motivos la tienen sumida en fatigosas cavilaciones? ¿Es que no se conforma con todo ese imperio de desolación y podredumbre que ha conquistado? ¡Inmenso abismo es el dolor humano como sabe usted que dijo el poeta! ¡Sólo usted se enseñorea sobre su tenebroso fondo de gemidos y desperdigados huesos!... ¡Usted que lo es todo y que no es nada! Porque, ¿qué significa el llanto de un niño que acaba de nacer anunciando el esplendor de la vida, al lado de un grito de dolor, una queja de agonía de unos de sus elegidos? La vida, al igual que las flores, se da sobre la faz de la tierra. Sólo que su mano larga, macilenta y codiciosa, emerge de la oscuridad del cieno para arrancarla de raíz y adornar su tenebroso recinto subterráneo...

Esto le dijo Tañito en la propia cara a la muerte; ella sin embargo recogió la punta de su naricilla en un gesto de burla y de desdén y fue alejándose muy engreída por encima de las tumbas como si estuviera ejecutando grotescas contorsiones de ballet. Un tenue rumor de voces ensombrecidas parece acercarse. Tañito entrelaza dolorosamente los dedos; su mirada de desconsuelo se remonta a contraluz hasta el cielo. Demasiado tarde. ¡Ya traen el alma! ¡Ya traen el alma! Entonces vio que venían dos ángeles sosteniendo de cada brazo el alma del nuevo penitente. Detrás los sigue el ángel emisario. En su mano izquierda trae sujeta una espada. ¿Para qué tendrán los ángeles que usar espada? ¿Será que en el cielo también padecen de conflictos severos? El ángel emisario enfunda la espada y saca de alguna parte de su atuendo níveo un rollo de papel pergamino que de inmediato despliega para dar a conocer la sentencia... A Tañito se le fue acrecentando la curiosidad. Esperó que se fueran aproximando un poco más para lograr mirarle la cara al alma del difunto. Al cabo de unos segundos el asombro y la perplejidad se dibujaron en su rostro macilento: "¡Pero si es el alma de mi Coronel, el mismito que vino a dar órdenes cuando lo de esos muchachos!...

Los ángeles, sin ser más fuertes y fornidos, pueden dominar a cualquier mortal con el sólo contacto de sus manos bellas y delicadas, casi que femeninas. Tañito dice que los ángeles nunca entran a ningún sitio por los aires, como el resto de la gente dice, siempre lo hacen por las puertas, como las personas normales. Que es como debe ser. Cuando ya han descendido a la tierra, la muerte, aquella pérfida mujerzuela que ha estado atisbando cada movimiento desde que aparecieron, muy oportuna y comedidamente abre las puertas del camposanto de par en par, despojándose al mismo tiempo de su negro ropaje y poniendo al descubierto su esmirriado y blanquecino cuerpo. Tañito cuenta que el otrora militar luce en esta ocasión sus mejores galas de ceremonia, pero curiosamente sus botas parecen pesarle demasiado impidiéndole otro paso más. ¿Tantos malos pasos habrá dado a lo largo de su carrera, que ahora éstas se le resisten a dar otro más? Y mientras las almas se van poniendo de pie, casi que en posición militar, los ángeles doblan las rodillas hasta el suelo quedando en actitud de oración.
Cuando ya todos se han acomodado de acuerdo a las exigencias del magno acontecimiento, el ángel emisario extiende el pergamino y comienza a pronunciar el contenido de la sentencia en tono de voz pausado pero contundente. Como para no permitir interpelaciones de nadie. Tanto las almas más viejas, así como las más recientes, escuchan en silencio y con atención. Pero hay dos almas, muy jóvenes aún, que han optado por apartarse hacia un extremo del escenario para ver y dilucidar con mejor juicio lo que allí está pasando. No parecen bien convencidos del rigor de la sentencia. Adentro de ellos hay un dolor muy grande que crece como el fuego hasta cubrirlos completamente. Es el fuego de la venganza. Las miradas se cruzan, se aprueban, se deciden. Van al encuentro del personaje que espera la conclusión de la sentencia sin siquiera parpadear. Tañito se lleva las manos al rostro y empieza a gritar: "¡Por segunda vez no, por segunda vez no! ¡A las almas no se las puede matar dos veces! ¡Eso no pueden hacerlo! ¡No! ¡No!..."
En ese momento hace su ingreso al cementerio el vigilante de turno alarmado por los gritos, y al ver a Tañito desplazándose desorbitado por entre las tumbas se le abalanza furiosamente con la intención resoluta de sacarlo a las patadas de allí. "¡Loco de mierda, ya nos tienes hasta la coronilla con tus retahílas diabólicas! ¿Acaso pretendes enloquecernos o embrujarnos a todos? ¡Un día de éstos terminarás por levantarlos de veras y entonces sí te van a hacer ver lo que tu cerebrito alucinado te muestra sin siquiera haberlo visto nunca! ¡Lárgate y deja a los pobres muertos que descansen en paz! Tañito sonríe como siempre le ha sonreído la muerte a él. "¿Y desde cuándo los muertos han podido descansar en paz?", termina finalmente diciéndose.

Con el manuscrito aún en las manos vuelvo a la ventana. Los casi niños juegan a la muerte consumiendo el letal veneno. Veo que la muchachita sostenida en los puros huesos levanta los brazos al cielo mientras danza encima de una piedra. El otro la impele con su boca vacía de dientes a que siga ingiriendo el líquido rojizo de la botella. Ella en el colmo del éxtasis obedece. Desocupa el recipiente y lo estrella en el fondo del río. Su júbilo no tiene límites. El otro ríe con una risa desquiciada. Va hacia el muro y trata de tumbarlo con la palma de sus manos. La chica se detiene en mitad de su canto-danza. Su cara refleja un miedo atroz. El terror le ha paralizado el cuerpo. El otro sigue golpeando el muro sin percatarse de nada. Ni siquiera del ruido que hace el cuerpo de la chica al caer al agua. Dos personas que transitaban por encima del puente observan y piden ayuda. Llegan enseguida otras más mirando insistentes hacia abajo. El cuerpo de la chica es levemente arrastrado por las aguas pestilentes junto a la inmundicia arrojada por la humanidad. Apenas alcanzo a verle la mancha amarilla de la blusa que tenía puesta flotando en la superficie. De alguna parte llamaron la policía. El ruido de la sirena alerta al muchacho que suspende con las manos ya ensangrentadas  su acción demoledora contra los bloques de cemento que sostienen el puente. Dice ser inocente de toda culpa. Le colocan los aros de acero en las muñecas y lo suben a la jaula. El cuerpo de la chica se ha detenido entre el atasco de basuras y desperdicios ahí acumulados. Pasan las horas. Reviso de nuevo el manuscrito. En ese momento hace su ingreso a la habitación el dueño del apartamento alarmado por las voces y los gritos llegados de la calle. Nos ve a los tres como sombras, quizás como almas en pena a punto de lanzarnos por la ventana. Hace la intención de sacarnos a las patadas de allí. Dice que no aguanta más. Que suficiente. Nos trata de locos. Locos de mierda con tanta retahíla poética que más parecen salutaciones al demonio. Eso no lo entiende nadie. Terminarán por enloquecernos a todos en esta casa. Una casa decente con personas coherentes, sensatas, muy cuerdas y aterrizadas que creen en Dios y en la santísima Virgen. Un día de estos se les aparecerá el demonio para llevárselos enteritos al infierno. Pero eso no será en esta casa decente y católica. Se van ya mismo. Se largan con sus papeluchos y sus libracos e incoherencias literatas donde no pueda verlos nunca más. ¡Lárguense y dejen a la gente de bien que viva en paz! Nosotros nos miramos primero antes de sonreír. Mientras tanto la gente de medicina legal han recogido y llevado el cuerpo de la desdichada mujer en una bolsa negra. Nos preguntamos: "¿Y desde cuándo los malaventurados de espíritu escogen con certeza el día de su muerte para descansar por fin en paz? Le digo a Alfreso y al ángel Gabriel que la historia no ha terminado. Que hay que seguir escribiendo.  Seguirle buscando rutas a la mente que no conduzcan necesariamente al cementerio e importunar la paz bucólica del iluminado Tañito.  

(Aclaración necesaria: El cuento aquí transcrito pertenece en sus comienzos a mi amigo escritor Alfredo Villarreal quien me confió el manuscrito pidiéndome que le hiciera algunas correcciones de fondo y estilo. En ese tiempo escribíamos a mano y con lápiz, él muy meticuloso en la escogencia del tema y personajes, yo intentando hacer lo mismo con la diferencia de no disponer de todo el tiempo suficiente para hacerlo en la medida que él lo hacía. La amistad duró cosa de seis, ocho meses, tiempo en el cual conocí parte de su creación literaria, así como de su reconocimiento en algunos concursos literarios del cual fue digno finalista. Salí de la ciudad, me radiqué definitivamente en Cali, no volví a tener noticias suyas. Como homenaje de amistad y reconocimiento a su talento recupero el texto que me entregó "para su mejoramiento" esperando tener noticias de su paradero. Conservo también un ejemplar de la Revista Cultural RETO del Diario del Sur, Pasto, domingo 14 de mayo de 1989, donde apareció publicado el cuento Un ventrílocuo con sueños de paño azul y en cuya presentación se lee: ALFREDO VILLARREAL, Pasto: Incursiona en el mundillo literario del sur con talento, vocación y un cuaderno de sueños y hojas sueltas. El año anterior, en la Convocatoria de la Fundación "Morada al Sur" en torno al Centenario de la La Vorágine, logra ocupar el primer y único lugar, gracias a la calidad de su ensayo "GENTE DEL SUR EN LA VORÁGINE. Recientemente, en el 1er. Concurso Departamental de Cuento, organizado por el Taller Literario INEM de Pasto, obtuvo la PRIMERA MENCIÓN ESPECIAL con su cuento: "Un ventrílocuo con sueños de paño azul". En el texto abundan los trasfondos de las imágenes oníricas: "Descolgó de lo alto la luna"... La prosa poética fluye sin complicación alguna.Utiliza lenguaje denso y a la vez permeable a toda sensibilidad lectora que se convierte en cómplice inmediata de la soledad de las mujeres y de sus sueños complicados o elementales: "Nos extendíamos en nuestros sillones y aceptábamos que Chopin nos levantara las faldas de cartón, deshabitándonos, multiplicando sus dedos de ebonita y haciendo signos en nuestras islas todavía de niñas..." Hasta que le da razón a Alfredo: ha de admitir su destino irreversible y delicioso de tiranía: el ser un ventrílocuo, como él mismo lo reconoce: "...HAGO VOCES VENIDAS DE OTRA PARTE". El cuento publicado por la Revista Cultural Reto AÑO 6 No. 250 es ilustrado con dos obras de la artista nariñense Alicia Viteri nacida en el año 1946 en la ciudad de Pasto, La familia de la flor, y ¿Decías algo princesa? esta última de 1985, grabado sobre metal. Agua tinta mas agua fuerte)



RICARDO FIGUEROA/LaMáquina-deEscribir/escrittore17.blogspot.com  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Algún día leerá estas páginas

Rumba en la Luna

Es domingo.