MEMORIAS DE UN ADOLESCENTE ENAMORADO.





Cuando llegué de la escuela y entré a la casa mi mamá  estaba en la sala cosiendo o mejor, remendando un pantalón viejo de papá. Apenas me vio su cara se iluminó con una sonrisa de felicidad. "¡Hijo querido, estaba muy preocupada por ti, ven que quiero abrazarte!..." Y levantándose afanosamente del asiento me estrechó tan fuerte que el corazón pareció desencajárseme por algún lado del pecho. Madre, le dije, sólo vengo de la escuela, me recibes como si acabara de llegar de un largo viaje, me parece algo exagerado, ayer no fue lo mismo. ¿Tanto me quieres y me extrañas madrecita querida? Dame algo de beber mejor, tengo mucha sed. Mi madre se apartó apenas unos centímetros para mirarme directamente a los ojos. Noté una leve confusión en su ánimo. Quizás se avergonzaba de esa incontenible efusividad maternal. "¡Perdoname hijo, me dejo llevar por las emociones. Anoche tuve un sueño. Demasiado desagradable. Me ha puesto nerviosa. Muy asustada. Incluso ahora mismo vuelven esas imágenes pavorosas a golpearme internamente. Igual que cuando apenas desperté. Fue imposible conciliar de nuevo el sueño. No te dije nada esta mañana que saliste para no preocuparte. Lo único que hice fue pedirle a Dios y a la virgencita del Carmen para que te protegieran y acompañaran en todo momento. Es por eso que no puedo evitar reaccionar de esta manera al verte de nuevo. Sano y salvo. Sin nada ni nadie que pudiera hacerte daño. Soy una tonta al prestarle tanta importancia a un simple sueño. En lo sucesivo trataré de controlarlo más. De no hacerlo enfermaré. Ya sabes, mi cabeza no anda bien. Hay tanta confusión adentro que me cuesta distinguir entre lo real y lo imaginario del entorno. A menudo los nervios me descontrolan de una manera inexplicable. Será por el trabajo que tiene tu papá, tan lleno de riesgos y peligros. Han vuelto a amenazarlo. Él es solo un indefenso funcionario público cumpliendo con su deber. Han querido dañarle la reputación ofreciéndole dineros mal habidos. Nunca lo ha hecho. Su honorabilidad está a prueba de fraudes y engaños. La gente no entiendo eso. Le han dicho una palabra muy fea. Sapo. Y que a los sapos se los encuentra en la carretera con la boca abierta. Eso le mandaron a decir los que tienen plata. Me da miedo que sea él o sean ustedes las víctimas de esas amenazas. Le he dicho a tu papá que nos larguemos de este pueblo. ¿Qué ha conseguido aquí? ¡Nada, nada que valga la pena como para decir que debamos quedarnos! Por seiscientos miserables pesos que le paga el gobierno arriesga la vida. Mire que hasta el lote que le dieron como damnificado de la última creciente lo vendió. Y ni siquiera le dieron la plata completa. Se lo pagaron por pocos. Así ningún dinero se ve ni rinde tampoco. Él dice que el dinero es lo de menos. Yo en cambio pienso lo contrario. El dinero representa mucho en la vida de las personas. Cuando son echadas palante sobre todo. Tu papá se conforma con nada careciendo de todo. A usted se lo quiso llevar esta familia para Cali, acuérdese. Le dijeron a su papá que se encargarían de darle todos los estudios para que sea una persona importante. Un artista. Hablaron de matricularlo en Bellas Artes. A usted nadie le enseñó a dibujar, a pintar. Su talento es innato. Es el don que Dios le dio. Don Hernán y doña Ana Julia lo entendieron así. Acá lo que termina es desperdiciándose. Ellos tienen el dinero que su papá no tiene. Pero son distintos porque quieren ayudar. Sacarlo adelante. Esto nunca lo entendió su papá. No se si por temor o por egoísmo. Haga de cuenta mijo que esa única oportunidad nunca la volverá a tener en la vida. Con esto no quiero decirle que sus aspiraciones de llegar a ser un artista tengan necesariamente que frustrarse. Usted es el que decide hasta dónde llegar con todo ese talento que tiene. Aquí hay mucha envidia. Y la hija de doña Bertha Moreno no me cae bien. Estoy segura que algo trama esta gente. ¿Acaso no me di cuenta lo que pasó el martes que se fue la energía? El apagón duró un buen rato. La hija de esta señora estaba sentada con su hermana en el andén. Ella sabía que usted estaba solo en la pieza. Lo vi haciendo sus tareas. Me senté adelante en la sala esperando a que llegara la luz. No había prendido vela. La oscuridad predominaba en toda la casa. Me puse a escuchar lo que hablaban ellas afuera, su hermana y esta niñita. Acostumbra decir cosas en voz baja. Y su risita llena de malicia no la soporto. Como si estuviera tramando algo.  De pronto vi que la muchachita se coló aprovechando la oscuridad hasta su pieza. Fue tan rápida que hasta yo misma dudé que fuera ella misma. La seguí. Ella entró a su pieza. Me quedé en suspenso, esperando lo que fuera a pasar allí dentro. Hubo mucho silencio al principio. Transcurrieron cerca de cinco minutos cuando restablecieron la energía. Sin dudarlo entré a la pieza. Ella al verme se asustó mucho. No vi nada anormal. Mas bien estaban como asustados ambos. "¡Mire señorita, su mamá la anda preguntando como loca y usted por acá buscando lo que no se le ha perdido, se me va ya mismo antes de que le haga un escándalo y que todo el pueblo se dé cuenta, largo de aquí!". Era una trampa mijo. Esta gente quería montarnos una trampa. Usted es hombre, eso lo entiendo. ¿Pero se imagina si hubiera sucedido algo? Lo primero que hacía esta culicagada era salir corriendo con los mocos afuera y ponerse a gritar en la calle que usted la sometió a la fuerza. Eso, eso es lo que esta gente quería que pasara. Lo acusarían de abusador, acusarían a su papá y a toda la familia de alcahuetas con el sólo fin de encochinarnos. El acabose total. Gracias a Dios no pasó nada. Usted fue lo suficiente caballero para respetar a esta intrusa y quedar en paz con su conciencia. Acuérdese que la familia de esta langaruta es enemiga acérrima de su papá y quieren procurarle su caída a toda costa. Dígame una cosa: ¿usted ya ha tenido encuentros con ella en alguna parte? ¿Se ven clandestinamente? ¿Qué son que yo no sepa?" Las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas. Tranquila mamá, le dije, entre los dos no existe nada serio, excepto que tenemos que vernos a diario porque vamos a la misma escuela y pertenecemos al mismo curso con el profesor Tarcisio. Nuestra relación es normal, de amigos nada más. Aunque ella a veces se pasa de cansona cuando me ve con otras compañeras. No resiste verme con nadie más. En la escuela dicen que eso pasa porque somos novios. Pero es falso. Yo nunca me le he declarado a ella, usted sabe que la única mujer con la que quiero tener un noviazgo, y ojalá duradero, es con Claudia Lorena, la hija de Medardo. De ella sí estoy perdidamente enamorado. Pero cada vez que quiero hablarle saca pretextos y se aleja de mi. Y no porque esté comprometida, no. Ella no tiene novio. Pero es demasiado rara en su forma de ser. Petulante en la mayoría de los casos. Lo único que me ha llamado poderosamente la atención es su dedicación a la lectura. El otro día sin yo preguntarle nada me dijo que si había leído a Andrés Caicedo. ¿Andrés Caicedo? ¿Quién es ése? Le respondí tan apresuradamente que luego enrojecí por la imprudencia cometida. Y por mi falta de cultura también. Noté que me miró con lástima. "Si no sabes quién es Andrés Caicedo pierdo yo el tiempo explicándote de lo que escribe". La mayor derrota moral que pude sufrir en la vida la soporté ese día. Entonces me acordé, demasiado tarde, que Andrés Caicedo escribía artículos de cine y cuentos en el suplemento Estravagario del periódico El Pueblo, de Cali. Las palabras despectivas de Claudia Lorena cobraron mayor potencia destructiva en mi alma  haciéndome sentir un ser mínimo, insignificante. Era ella la mujer que yo amaba en silencio. Mi tragedia no podía ser peor. Esa noche, después de hacer las tareas y recapacitar largamente sobre mi pobre incapacidad para entender las cosas, sobre todo si provienen de una mujer, la mujer de mis sueños, me asomé tímidamente por la puerta de mi casa esperando verla a ella en la suya, afuera en el andén, como hacía siempre, acompañada de su mamá, conversando las dos. Prodigiosamente estaba allí con el libro en la mano. Pero no lo leía en ese momento, sólo se ocupaba de darse un poco de aire con él mientras hablaba animadamente con doña Melva, su mamá. El corazón me latía ruidosamente en el pecho. Pero me atreví. O era ahora o era nunca. A Santa Rosa o al Charco. Claudia Lorena, le dije impostando ridículamente la voz, ¿podemos hablar un momento? Buenas noches, doña Melva, perdone, no es mi intención interrumpir. Extrañamente Clau sonrió. Venga, me dijo, no le de pena. Nuestras casas quedaban juntas. Casi que compartíamos una ligera intimidad apenas interrumpida por el muro separador del patio. Al llegar junto a ellas me presenté como si fuera la primera vez que me conocieran. Déjese de bobadas mijo que eso le queda mal, ¿o es que acaso no nos damos cuenta que usted chilla muy feo cuando lo casca su mamá? Las risas de ambas hicieron que enrojeciera indeciblemente. Tan bruto teniendo en cuenta que llevábamos viviendo casi cinco años y Clau tendría nueve cuando recién llegamos a esa casa. Ella era la mayor de seis hermanos, dos mujeres más y tres varones. El papá era el recaudador de las tarifas del acueducto, tenía puesto una cantina en el salón de su casa, con juego de sapo y billar incluidos. Los domingos de mercado pesaba y vendía marrano en la plaza central. Era también el de la "agencia" distribuyendo los periódicos El Pueblo, Occidente y El País. Por ahí venía entonces el furor de Claudia Lorena y su disciplinada inclinación a la lectura. Y era obvio que me llevaba años luz de ventaja en sus conocimientos sobre el quehacer literario del tal Andrés Caicedo publicando cada domingo sus historias en el periódico. Hola, le dije, quiero disculparme contigo, no tienes idea lo mal que lo he pasado por esa mala respuesta de hoy, veo que tienes el libro de Caicedo, ¿cómo se llama? Ah si, El Atravesado, muy chevere la carátula, ¿la dibujó él mismo? Más chévere todavía. Representa algo así como un hippie. Si, así es, un músico. La imagen es de un músico. Una carátula de los Stones. ¿Lo puedo ojear? Humm. Ese mán escribe muy bien. Mira esto: "Al caminar me dolían las piernas. Tenía medio dislocada la quijada, todavía la tengo. Mi mamá me bañó con un trapito de agua caliente y me dio agua de panela para que yo durmiera  y no tuviera pesadillas ni nada de eso"... La mamá del personaje se parece mucho a la mía. Yo casi no peleo ni en la escuela ni en la calle. La voy bien con todos. Pero eso no quiere decir que no responda como un varón cuando me provocan. La última vez fue con Gustavo, el que le dicen Pinocho. Iba caminando por ahí por el puente y de pronto la zancadilla. Íbamos pa´la cancha a jugar fútbol. Me dí duro contra el piso de cemento. Y Pinocho cagado de la risa. Maldito. Me levanté cual rayo veloz y en plena carrera, porque me tocó alcanzarlo, recurrí a la patada voladora para enviarlo también al piso, ¡cruassshhh!, ahí se quedó quietico, viendo que el mundo le giraba como una rueda de feria en la cabeza. Ya no me dieron ganas de ir a jugar. Me devolví para la casa con el dolor de la caída en toda esta parte del cuerpo, de la cintura hacia acá. Y el codo echando sangre. El izquierdo. Al caminar me dolía mucho esta pierna. La izquierda también. Con la que pateo el balón. No fue sino entrar a la casa y el llanto de rabia alarmó a mi mamá. Le conté. Entonces fue a la cocina, puso a calentar agua, y con un trapo me quitó la sangre del codo. Trajo luego la pomada y me frotó la pierna y el resto de la parte adolorida. Me acosté temprano con el radio que me puso mamá al lado para que escuchara "la ley contra el hampa". Entonces me quedaba dormido y ella llegaba muy pasito después a quitarme el radio para que no me pusiera luego a soñar con policías y bandidos y toda esa balacera desatada de los enfrentamientos. "Por esos días fue que mataron al Mico y a Mejía, y los periódicos hablaban ya de delincuentes juveniles, que no jodieran, pensaba yo, que se metieran a cine y que buscaran allá a los delincuentes juveniles, estas cosas no existen en Colombia"... Tenaz. Lee uno y se imagina tener a un amigo contándoselo todo con pelos y señales. Tienes que prestarme el libro Nelly. ¿Te falta mucho para acabar de leértelo todo? No importa. Yo espero el tiempo que sea. Toda la eternidad si es posible. Y viendo ella que le estaba hablando con la verdad me prestó de una vez el libro y me dijo que no volviera a hablarle hasta que lo haya leído por completo. Así lo hice faltando incluso a dos clases. La idea de enfermarme súbitamente funcionó. Fue de la única manera que pude meterme en el mundo de Claudia Lorena y saber hasta qué punto sería capaz yo de amarla a sabiendas que su corazón gozaba de una libertad tan alta que ningún vuelo podría equiparársele. Y el libro de Caicedo contribuyó no solamente a cogerle amor a la lectura sino a interesarme en todo lo que él fuera escribiendo en el periódico. Fue así como participé en el concurso del suplemento infantil de El Pueblo, que dirigía Claudia Blomm de Barberi por esos días, ocupando al final un lugar honroso entre los cinco ganadores escogidos. Me dieron como premio un balón de fútbol autografiado por los jugadores del Deportivo Cali. El cuento lo escribí en la máquina de la oficina donde trabajaba papá. En la Inspección de Policía del lugar. Papá nunca me preguntó acerca de lo que escribía. Cuando terminé puse las dos hojas escritas en un sobre y lo mandé al periódico. Fue después que se dio cuenta por el mismo periódico que leía que mi nombre aparecía entre los otros cuatro ganadores. Cuándo hizo eso, me dijo algo incrédulo con el periódico en las manos. Bajé la cabeza avergonzado. En los días siguientes me llegó un telegrama diciendo: "# 3-21. Cali C/R 33-. Febrero 12 10001- Niño Ricardo Figueroa punto Ganador octubre premio concurso Cuento Corto punto premiación sábado 14 de febrero (1977) a las 10:00 am en las instalaciones del periódico El Pueblo confirme asistencia punto Saludos Pinocho" No era una mentira ni una invención de Pinocho, así se llamaba el suplemento infantil que dirigía la hermosa Claudia su directora. Esa noche ya tuve un tema muy ameno de conversación con mi bella vecina. "El libro de Caicedo te hizo el milagro", me dijo dándome un efusivo abrazo de felicitación que yo tomé como un gesto aprobatorio de amor no explícito aún pero dibujado como una promesa, muy dulce,  en su sonrisa. 

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Autor: RICARDO FIGUEROA/La Máquina de Escribir.       

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