EL DIFUNTO QUE SE RESISTÍA A MORIRSE




Son diez cuadras aproximadamente, pensé, puedo llegar caminando sin ningún problema. Agarré el sobre firmemente por la parte superior y eché a andar rumbo al sitio indicado. Eran aproximadamente las seis y media de la tarde, había un poco de oscuridad en algunos sitios, en algunos negocios incluso ya estaban cerrando. Pasé por un parque donde había muchas personas conversando animadamente. Algunos incluso libaban licor. Miré el papel donde estaba anotada la dirección. Dos cuadras más adelante, cruzando por la calle donde venden muebles, me dije. Y efectivamente cuando llegué vi la casa con la dirección indicada. Me llamó la atención la cantidad de gente congregada afuera. Al acercarme más pude ver por entre el ventanal que se trataba de un velorio. El ataúd lo habían puesto de frente a la calle, con la tapa levantada, para que todo el mundo pudiera observar al difunto. El hombre estaba rígido y muy pálido como todo muerto después de haber sido declarado y confirmado como tal. Escuché a algunos decir que los seis impactos recibidos fueron suficientes para acabar con su vida. Volví a observar la cara del difunto. Parecía estar como pensando, tal vez como asimilando todavía el efecto de las balas en su cuerpo. Ahí en ese preciso instante fue cuando pude ver que los párpados empezaron a movérsele. El hombre hacía esfuerzo para abrir los ojos. No puede ser, me dije, ya es un cadáver, lo tienen aquí hace mucho tiempo dentro de la caja, imposible que tenga que venir yo para que esto suceda. Y justo cuando acababa de pensarlo, el cadáver giró tres veces la cabeza de manera violenta de un lado hacia otro como para espantarse ese sueño de muerte que lo tenía paralizado. Lo más insólito de todo es que la gente parecía no darse cuenta y seguían charlando alrededor del difunto como si nada estuviera pasando. Del susto dejé caer el sobre y a punto estuve de dar la vuelta y salir corriendo. Pero como vi que todos seguían allí como si nada, hablando del difunto y de las seis balas que le dieron, yo hasta creí que eran cosas de mi imaginación. Era la impresión lo que me tenía así Cuando me dieron el sobre para entregarlo nunca me dijeron que en esa casa se estaba efectuando un velorio. La cosa la había tomado yo con mucha normalidad. No es que me asusten los muertos. Dentro de mi trabajo he tenido que ver muchos y en diferentes estados. Pero este de ahora tenía una peculiaridad que no podía entender. Y lo que menos comprendía aún era la indiferencia de la gente a lo que estaba ocurriendo dentro del cajón. Lo que pasó enseguida fue peor y me puso al borde del pánico: abriendo dificultosamente su boca apretada el muerto lanzó una especie de chillido y en medio de un movimiento brusco se incorporó. Al hacerlo, uno de los que estaban al lado, que parecía ser gente de confianza, acudió de inmediato. El muerto empezó a hablarle. Y a medida que le hablaba sus ojos vidriosos recorrieron los rostros de los que estábamos allí. Trataba de ubicar a alguien en especial, alguien al que tal vez estuviera esperando o le estuviese debiendo algo. Ni que decir tiene que justo esa persona que buscaba era yo. Sentí el peso de una frialdad de ultratumba cayéndome encima, y al acordarme del sobre, y de que supuestamente tenía que entregárselo a un tipo que llevaba muchas horas muerto, me abrí paso desesperadamente entre la gente que se apretaba en el camino como para no dejarme salir de allí. Tal fue el terror que me sobrecogió en esos momentos que las piernas no me respondieron, quedé paralizado y casi sin respirar. Tiempo suficiente para que el difunto saliera del ataúd y se dirigiera tranquilamente hacia mí reclamándome lo que había perdido. No puedo relatar lo que siguió después porque afortunadamente desperté a tiempo y con el corazón dándome patadas de loco en el pecho. Buena pesadilla en mi segundo día de vacaciones, mis amigos.

Ricardo Figueroa-escribidore17.blogspot.com-la máquina de escribir

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