Pacto de amor.




Son las nueve y cuarenta y cinco de la mañana, ciertamente el día amaneció ataviado de tristezas, de fríos inusuales, de curiosas ambigüedades... Al despertar, lo primero que se me vino a la cabeza fue la conversación de anoche, acostados en nuestra cama, envueltos en la oscuridad de la alcoba. Una conversación pausada, llena de sinceridades, de frases abiertas, de lágrimas profundas, inevitables... Sólo el corazón entiende el significado de esos instantes duros sin querer, sólo el corazón nos llena del valor necesario para descifrar esas tristezas que se van estableciendo adentro como extraños pájaros oscuros. Si no fuera porque alcancé tu mano justo al arribo del miedo de seguro habría caído en el abismo de la angustia y la desesperanza. Aún por encima de todo te busco y estás allí, contemplándome desde tu comprensivo refugio de mujer sabia y amorosa. ¡A empezado a llover de nuevo, como ayer cuando te dije abrígate, no importa que luego salga el sol y el calor te haga rabiar un poco de lo que llevas puesto! Son las diez ya. Pasas junto a mí pensativa todavía, silenciosa, puestos los ojos en el piso mientras barres. Tengo ganas de dejar estos papeles encima de la mesa y atraparte en mis brazos como hace un rato hice en la cocina. Estoy un poco cansado, exhausto tal vez, y la cabeza no ha dejado de dolerme por tanta pensadera inútil. Tonto que es uno. Mentalmente lloro por cositas ridículas que alguna mala sombra me dice al oído, pero ahí estás tú mirándome con esa mirada que es una confesión de amor silenciosa para consolarme. "Tengo la mujer más linda, la más bella que Dios pudo darme", me digo y me repito en mis adentros como un niño embelesado, solo en ella caben ese mundo de esperanzas y de ilusiones que tengo construido para entregárselo y disfrutarlo los dos. Lo entiendo y me entiende. No creo entonces necesario seguir escribiendo para tí en este pedazo de papel, basta tomar tu mano y ponerla junto a mi pecho para que sientas la fuerza con que palpita mi corazón por tí. Son latidos de sangre desbordada, jubilosa, sangre bendita que sellará nuestro pacto de amarnos hasta la muerte.

Ricardo Figueroa-escribidore17.blogspot.com-la máquina de escribir

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